JUEVES Ť 6 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Olga Harmony

Santa Juana de los mataderos

Escrita para ''celebrar" a su paródica manera el quinto centenario de Juana de Arco, nunca representada en vida del autor, a excepción de un resumen radiofónico por Radio Berlín en 1932, Santa Juana de los mataderos es un texto de laboratorio -como la define Walter Weideli- que intenta romper con el romanticismo alemán integrando partes de Schiller e incluso del Fausto de Goethe, y es uno de los textos de Brecht más analizados. 1930, el año de su creación, es, a decir de Bernard Dort, el año de la crisis económica, ''pero también la crisis social alemana, la subida del nazismo, el desconcierto de la clase obrera y la traición de la burguesía": la obra refleja el momento. Bertolt Brecht intenta con su parábola didáctica hacer conciencia en el espectador de lo que ocurre y desdeña idealizar a la clase obrera entendiendo que allí donde hay hambre, desempleo y frío no se pueden albergar ideas muy nobles, pero también con la esperanza de despertar un espíritu combativo de clase, un llamado a la resistencia -que no omite la violencia- ante lo que estaba ocurriendo.

Brecht esperaba que el espectador fuera tomando conciencia al mismo tiempo que lo hace Juana Dark, teniente de los Negros Sombreros de Paja -como llama al Ejército de Salvación- ante los abusos de la especulación y el libre mercado. Juana desciende al infierno de los explotados y tiene conciencia, pero no actúa por temor a la violencia, traiciona a los que esperaban la carta que llamara a la huelga general y los hace sucumbir ante la represión. La versión libérrima de Luis de Tavira, Eduardo Weiss, Stefanie Weiss y Antonio Zúñiga, que en un principio resultaba bastante fiel al original, ofrece otras razones para que Juana no entregue la carta y la convierte en una víctima sin culpa. Y a pesar de la fuerza de la imagen final de su montaje, me queda la duda de si no es más terrible el final que le depara Brecht, como símbolo enajenado por los mercaderes a pesar de su arrepentimiento.

Luis de Tavira intenta sustituir lo que en el dramaturgo marxista era lucha revolucionaria frente al capitalismo por la lucha democrática en este mundo posterior a la caída del Muro de Berlín y, aunque en lo personal no acabe de convencerme el giro que en su versión tiene la peripecia de Juana Dark, hay que reconocer el respeto con que trata a los obreros: el momento de la huelga, en que se entona la Internacional, es francamente conmovedor. Incluso añade un personaje, el de la madre de un hijo desaparecido, a la que se le dan algunos parlamentos de la señora Luckernidle, que nos recuerda con su dignidad a las madres latinoamericanas que claman por sus hijos -entre nosotros sería la ejemplar Rosario Ibarra- y que sirve de contrapunto dramático a otros pobres del mundo, confundidos y serviles. En cambio, la añadidura del senador MacDonald en la parte final no es tan feliz y resulta chocarrera y redundante (como los ''hoy, hoy, hoy" del Ejército de Salvación).

Brecht pide en su texto, amén de los personajes principales, gran cantidad de actores sin parlamento, lo que no habla de una escenificación modesta. De Tavira emplea a fondo su talento de hacedor de imágenes, con música viva de la Banda de la Secretaría de Marina, efectos especiales, proyecciones, bailables (con música original de Luis Rivero y coreografía de Marco Antonio Silva) en los bailables. La escenografía de Philippe Amand presenta todos los espacios pedidos en el texto, con diferentes planos, incluyendo una escalinata frontal que lleva al foso, y si bien presenta cierto lujo en el ambiente de Mauer, como puede ser el baño-barbería privado (lo que contradice la austeridad propuesta por el autor para su personaje), dota de ambientaciones muy definidas todos sus espacios.

De Tavira subraya la simpatía casi amorosa de Mauer por la impetuosa Juana y juega con todos sus recursos. Si sus actores no están privilegiadamente dotados para el canto, bailan con agilidad. Marina de Tavira, como Juana, y Rodolfo Guerrero como Mauer tienen el peso de la representación, pero hay que destacar la presencia casi diabólica de Antonio Zúñiga como Slift, sobre todo en el tercer descenso de Juana, y la sobria dignidad que Raquel Seoane imprime a su personaje.