Editorial
Este año se cumplieron veinte de la aparición del sida, muchos descubrimientos científicos y avances médicos se han dado desde entonces, pero el curso que ha seguido la enfermedad no ha dependido, como en otros padecimientos, de estos avances.
El virus no hace distingos ni divisiones de ninguna especie, los sistemas y las personas sí. Los alcances de la ciencia en este terreno han tenido un impacto muy limitado en la evolución de la enfermedad, porque sólo han beneficiado a una minoría. La división existente entre las personas que tienen acceso a los tratamientos y las que no, entre quienes pueden vivir por ello muchos años y quienes están condenados a morir en lo inmediato, no la creó el virus sino factores de orden económico y social.
Por lo mismo, estos factores pueden y deben ser revertidos. En México, las organizaciones de lucha contra el sida están promoviendo entre los legisladores una propuesta de presupuesto para cubrir la demanda insatisfecha de tratamientos. Los legisladores no pueden eludir su responsabilidad, sobre todo tratándose de una propuesta que ha demostrado ser costo-efectiva en otros países similares al nuestro.
Los productores de los medicamentos también tienen un compromiso ineludible. Hasta ahora, sólo los laboratorios Merck han mostrado voluntad al bajar sus precios en 80 por ciento. Al parecer, los demás laboratorios están esperando una mayor presión de la opinión pública para seguir su ejemplo.
Nadie pretende que el costo de estas medidas recaiga en un sólo sector. La magnitud del problema requiere del compromiso de todos los sectores: Congreso, autoridades de Salud, compañías farmacéuticas y sociedad civil. Sólo de esa manera se podrá garantizar el suministro universal de medicamentos, reparar una injusticia, disminuir el costo económico y el mitigar el daño causado por el sida.