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Alberto Aziz Nassif
Incapacidad de pactar
Tener un gobierno dividido, como el que existe actualmente
en el país, tiene entre sus aspectos positivos el incremento de
la capacidad de fiscalización y su papel de contrapeso, pero también
puntos negativos, como la incapacidad para pactar y los peligros de la
parálisis, lo cual genera altos costos para el país. Salimos
de un régimen en el que el Presidente tenía mayoría
en el Poder Legislativo y las decisiones más importantes se tomaban
en Los Pinos y sólo se tramitaban en San Lázaro, a otro régimen
que se encuentra en construcción, con un presidente sin mayoría
y un Congreso sin capacidad de pactar.
El publicitado acuerdo nacional, que se firmó el
día que comenzó la guerra en Afganistán, anunció
una carta de buenas intenciones con las que ninguna fuerza política
podía estar en desacuerdo públicamente, y desde entonces
se ha venido comprobando el problema básico de este tipo de documentos:
nadie se compromete a nada; no hay ningún pacto. El Congreso sigue
discutiendo la reforma fiscal y el presupuesto, mientras el país
espera. Ya terminó el periodo ordinario de sesiones y ahora empezará
un periodo extraordinario (del 18 al 31 de diciembre). La agenda legislativa
se mantiene abultada; en los últimos días del periodo ordinario
se llegaron a agendar para un solo día 108 asuntos y al final sólo
se vieron unos cuantos. La lógica de los partidos en su versión
legislativa muestra cotidianamente que ningún tema importante está
pactado, que la transición mexicana es un proceso incierto y sometido
a los cálculos particulares de cada fuerza política.
Al mismo tiempo, todos los días escuchamos del
gobierno federal la misma canción: los recursos no alcanzan, no
se pueden enfrentar los compromisos, salvo que haya reforma fiscal. Los
interlocutores del gobierno federal, gobernadores y alcaldes, reclaman
mayores ingresos y se oponen a los recortes que ya se han hecho ante la
baja del precio del petróleo. Los sectores productivos se ven amenazados
por un incremento fiscal (refrescos, cigarros, telefonía celular,
etcétera), argumentan que sería casi la ruina de su sector
y suplican que no les suban los impuestos. Todos los niveles de gobierno
quieren más recursos, los empresarios se resisten a los aumentos
tributarios, los sectores sociales rechazan pagar más; los partidos
que hoy son de oposición rechazan el IVA en fármacos y alimentos,
punto sustantivo de la reforma foxista, y el partido en el gobierno defiende,
avanza, retrocede, pero no ha podido sacar adelante una negociación
eficaz. En síntesis, la paradoja está clara: todos quieren
más, pero nadie está dispuesto a pagar para ello.
Con este panorama las virtudes del gobierno dividido se
vuelven frágiles. La incapacidad de pactar tiene, quizá,
múltiples raíces, pero tal vez la más importante es
que el proyecto de país y de gobierno está subordinado a
las luchas de poder y a los intereses partidistas de corto plazo. Es un
problema de las democracias incipientes, y se puede ver desde dos perspectivas
analíticas: como un proceso en el que las tradiciones autoritarias
empiezan a despedirse, pero la cultura democrática todavía
no está arraigada y, al mismo tiempo, como un conjunto de instituciones
y de reglas que no posibilitan los acuerdos. Tenemos un gobierno dividido,
pero faltan los incentivos para pactar, porque las reformas se ven en función
de los cortos horizontes partidistas, en los que lo mejor es no consensuar
porque el otro se puede beneficiar. Tenemos división de poderes,
pero todavía no existen las reformas que los hagan eficientes y
con capacidad de colaboración.
El país está lejos de contar con un Congreso
profesional que responda a los intereses de los ciudadanos. Aunque se habla
de un Congreso más productivo (hoy aprueba más leyes que
antes), la realidad es que se pacta lo que no toca los grandes problemas
nacionales. Frecuentemente se mira al Presidente como un motivo de desencanto
y de incumplimiento, pero tendríamos que mirar más de cerca
al Congreso que durante este primer año de alternancia difícilmente
superaría la prueba del gobierno dividido. Se trata de un poder
que ha sido excesivamente resistente a la crítica; que considera
que no le tiene que rendir cuentas a nadie y que puede parar los proyectos
del Ejecutivo sin tener que pagar nada a cambio. Quizá pronto llegue
la relección al Poder Legislativo y entonces los diputados tendrán
que salir a escuchar a su electorado porque de ello dependerá su
relección; tal vez entonces el Congreso empiece a profesionalizarse,
tenga más incentivos para pactar y menos para seguir sólo
líneas partidistas.
Por lo pronto, el país seguirá siendo rehén
de la incapacidad de pactar del Congreso. Veremos en los próximos
días cuál es la suerte que corren el presupuesto y la reforma
fiscal...
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