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Jorge Camil
El "efecto mariposa"
Aún hay quienes sostienen que los seres humanos podemos trascender a etapas superiores y arribar a puerto seguro. Los optimistas, claro está, entre los cuales divisamos los espíritus imbuidos de fervor franciscano, y los llamados humanistas, que deben de sufrir retraso mental, pues es inexplicable cómo, siendo especialistas en asuntos que atañen a la raza humana, aún pueden esgrimir teorías que pretenden defender nuestra capacidad "innata" para alcanzar la grandeza. Y si nos detenemos a escucharlos, aunque sea por unos cuantos minutos, nos envuelven y nos enjaretan el rollo de Bach y Beethoven, y del bebé Mozart pintarrajeando las paredes de su casa con las notas de alguno de sus deliciosos minués infantiles. Y nos desarman temporalmente con esos argumentos, porque es imposible estar en desacuerdo con Louis Kentner, quien asegura que si tuviésemos que entregar a un extraterrestre la muestra más elevada del ingenio humano, aquella que hubiese capturado como en una fotografía el momento preciso en que estuvimos a punto de alcanzar el cielo, le entregaríamos las "partitas" para violín solo de Juan Sebastián Bach. (šAh!, pero en la interpretación magistral del violinista mexicano Henryk Szering.) Pero a partir de Bach y de los versos anónimos a Cristo crucificado del siglo XVI, y del Romance de Abenámar, "moro de la morería", descendemos en caída libre hasta el fondo del barril. Aterrizamos entre los refugiados albano kosovares o en la frontera de Pakistán, entre refugiados aún más miserables que huyen del hambre y de los efectos devastadores de la bomba Daisy Cutter (instrumento que vaporiza toda forma de vida en varios kilómetros a la redonda). Son las víctimas de Slobodan Milosevic, el tirano que desató una tempestad internacional cuando pretendió erradicar de Yugoslavia todos los "moros de la morería", y de Osama Bin Laden, el moro que desató otra tormenta en las Torres Gemelas, en vez de emular a los artífices que labraron las Torres Bermejas de Abenámar. No debería sorprendernos. Para Françoise Giroud, "los hombres estamos programados para matar... no hemos hecho otra cosa desde la noche de los tiempos. Matar al enemigo, suprimir al rival... y siempre en el nombre de Dios".
Hoy cumplo sesenta años, pero aún no me quejo de la edad, aunque debiera, sino del siglo en que me tocó vivir, "el más mortífero de la historia humana, devastado por innumerables conflictos armados, inenarrables sufrimientos y crímenes inimaginables". (Las palabras son del laureado Kofi Annan, que al pronunciarlas en Oslo debieron correr por su mente, como en una película de blanco y negro -que este tipo de escenas no dan para el cine a colores-, las imágenes de Adolfo Hitler pronunciando alguno de sus discursos rabiosos ante una multitud embelesada, la pequeña vietnamita, desnuda y desolada, huyendo de los efectos devastadores de las bombas incendiarias de napalm, la montaña de calaveras de las víctimas de Pol Pot, los niños amputados de Sierra Leona, los cadáveres apiñados en las tumbas clandestinas de Milosevic y el derrumbe espectacular de las Torres Gemelas.) Con nuestra "innata capacidad para alcanzar la grandeza" hemos logrado que un tercio de la población mundial viva con menos de dos dólares diarios, y que la asombrosa tecnología de la Daisy Cutter se utilice para quemar la capa de ozono y destruir las reservas ecológicas. Pero cuando llegue el momento nos iremos cantando, aunque no algún exquisito lied de Schubert, sino al ritmo frenético de un inmundo rap calenturiento, de esos que exaltan las drogas y el sexo animal.
En su discurso del premio Nobel nos recordó que el mundo de la ciencia es tan interdependiente que una mariposa aleteando en la selva del Amazonas puede desatar una tormenta del otro lado del mundo. Hoy nos damos cuenta de que el principio científico conocido como "efecto mariposa" ha comenzado a hacer de las suyas en el mundo de las relaciones internacionales, porque -parafraseando al Nobel- las fronteras ya no dividen a las naciones, sirven de tenue equilibrio entre los poderosos y los desheredados, los libres y los oprimidos, los privilegiados y los humillados. Dice Jacques Attali en Lignes d'horizon que los "nómadas ricos" (los que pueden viajar y subsistir en cualquier parte del mundo con un celular, un localizador y una laptop) continuarán siendo acosados por los "nómadas pobres", refugiados planetarios que escapan de la opresión y la miseria. Es difícil dormir, cuando te vas a la cama con la mirada penetrante de una joven refugiada albano kosovar con un niño en brazos, o con los ojos negros de un miserable refugiado afgano recordándote que 2 mil millones de seres humanos no tienen qué comer.
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