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Leonardo García Tsao
Halcón enjaulado
Si hay algo que el cine hollywoodense no desperdicia es la oportunidad de apoyar, o al menos reflejar, la ideología en turno. Así, el actual espíritu bélico anuncia una oleada de películas promilitares de las cuales El último castillo es la primera en llegar a nuestro país. (Mientras que el estreno de Buffalo soldiers, comedia sardónica sobre la corrupción en el ejército gringo, ha sido aplazado de manera indefinida.)
En su tercer largometraje, el director Rod Lurie confirma su preferencia por asumir una postura conservadora bajo una cortina de humo liberal. Así como en su anterior La conspiración planteaba un dilema ético sin lograr disfrazar su hipocresía moral, ahora insiste en rendirle culto al tipo de autoridad que se considera admirable.
El castillo epónimo es una prisión militar de alta seguridad adonde es llevado el general de tres estrellas Eugene Irwin (Robert Redford), sobresaliente veterano de varias guerras pero caído en desgracia por desobedecer órdenes superiores. Al llegar, su rivalidad con el alcalde, el burocrático coronel Winter (James Gandolfini), es inmediata. Irwin expresa su desdén por un militar de escritorio, que no conoce el campo de batalla; y Winter sustituye una vieja admiración por un deseo de humillar a su preso más célebre.
Tomando elementos del drama carcelario, al estilo La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg, 1967), en combinación con la estrategia antiautoritaria ensayada por Robert Aldrich en Doce del patíbulo (1967) o Golpe bajo (1974), Lurie y sus guionistas construyen una previsible escalada de enfrentamientos, con la que el general conseguirá la admiración y la consecuente adhesión de sus compañeros reos, a quienes ha devuelto el sentido del honor del soldado. No se necesita poseer meninges para adivinar quién, motín de por medio, va a lograr apoderarse de la prisión.
La elemental marrullería del discurso parte desde la elección misma del reparto. El papel del general Irwin está hecho a la medida del narcisismo de Redford, siempre proclive a encarnar a un gringo WASP de heroísmo inalterable frente a la adversidad, bajo una pose de "soy guapo pero no me doy cuenta". En cambio, el personaje de Winter se caracteriza con los signos de la mediocridad militar: escucha música clásica en su oficina (de Salieri, para mayor insinuación), colecciona artefactos de la guerra civil y lleva el físico poco gallardo de Gandolfini; el actor recurre a sus gestos favoritos, una vidriosa mirada de soslayo y una apretada sonrisa, para encarnar a un esquemático villano que pide a gritos su merecido.
El motín mismo es lo único ingenioso de la cinta, en tanto que los amotinados recurren a improvisadas armas medievales -catapultas, ganchos, pedradas, escudos- para vencer de manera algo inverosímil a sus guardias armados. Lo indignante es cómo esas acciones están abanderadas por un despliegue impúdico de patrioterismo. Antes que se pueda decir Osama Bin Laden, los ex soldados olvidan sus diferencias de raza, clase y rango, uniéndose ante un enemigo común. La exaltación provocada por el general los inspira a entonar el himno de los marines de forma espontánea; y hasta el soldado Yates (Mark Ruffalo), depositario del cliché del cínico recalcitrante, será convencido de desempeñarse como temerario héroe de combate.
El antiautoritarismo de Aldrich era legítimo: sus reos sicopáticos convertidos en héroes constituían una subversión a las convenciones. En cambio, Lurie sólo está en contra de la autoridad incompetente. Según El último castillo, su país se debe a ese espíritu guerrero, noble y valiente, dispuesto a morir por las barras y estrellas. El mismo espíritu que lo lleva a entrometerse "desde los salones de Moctezuma hasta las costas de Trípoli", precisamente.
EL ULTIMO CASTILLO
(The Last Castle)
D: Rod Lurie/ G: David Scarpa, Graham Yost, basado en un argumento de David Scarpa/ F. En C: Shelly Johnson/ M: Jerry Goldsmith/ Ed: Michael Jablow, Kevin Stitt/ I: Robert Redford, James Gandolfini, Mark Ruffalo, Steve Burton, Delroy Lindo/ P: DreamWorks, Robert Lawrence Productions. EU, 2001.
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