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ENTREVISTA
Matemática mexicana Raquel Gutiérrez,
ex guerrillera en Bolivia
Es una maniobra de extorsión mantener vivo el
proceso a antiguos combatientes de Tupac Katari
BLANCHE PETRICH
Nueve años atrás, el Estado boliviano abrió
una causa penal contra 12 militantes del Ejército Guerrillero Tupac
Katari, entre ellos una mexicana, Raquel Gutiérrez. El sustento
jurídico del "caso EGTK", que presentaba 14 cargos de los más
graves del código penal a todos los detenidos por igual, se sustentó
exclusivamente en declaraciones autoinculpatorias arrancadas bajo tortura
a los prisioneros. El juicio nunca prosperó. Los combatientes purgaron
cinco años de prisión preventiva y quedaron "a disposición"
de la justicia cuatro años más. Jamás se dictó
sentencia.
Con
el paso del tiempo, la legislación penal en Bolivia cambió.
Según ese nuevo marco jurídico, el "caso EGTK" debía
haber prescrito en 2000. Pero la causa aún está abierta y
los procesados siguen "a disposición". Esta indefinición
mantenía a Raquel Gutiérrez como rehén en Bolivia,
sin poder regresar a México. Hasta que decidió ponerle fin
al suspenso y regresar por la vía de los hechos a su país.
"Mantener viva la causa EGTK no es más que una
maniobra de extorsión", señala Raquel Gutiérrez en
entrevista. Los 11 procesados bolivianos se mantienen activos políticamente.
Dos de ellos, Felipe Quispe y Alvaro García, son líderes
muy notorios. El primero, en particular, desempeñó un papel
clave en el movimiento indígena que llegó a mantener sitiada
la capital del país, La Paz.
Pero el gobierno tiene forma de jalarles la rienda cada
vez que lo desea. Al no declararse formalmente cerrada la causa EGTK, los
procesados quedan obligados a acudir a los citatorios cada vez que los
convoquen. "Y lo hacen, cada vez que la autoridad pretende ejercer presión
sobre alguno de los inculpados."
El año pasado, en 2000, se cumplió el término
de la prescripción. Gutiérrez, entonces, demandó formalmente
que se cerrara el proceso. "Recurrí a todas las instancias, toqué
todas las puertas, gané el amparo y luego me hicieron trampa. Esta
finta de proceso sigue feliz de la vida, abierto, contraviniendo no sólo
la lógica sino la ley."
De modo que un buen día Raquel Gutiérrez,
matemática de profesión, viajó al sur, y caminando
por alguno de los cientos de pasos de la extensa frontera con Argentina,
salió del país andino sin pasar por migración. Y de
Argentina, a México.
Entonces el juez Humberto Pinto reactivó la causa
y emitió un citatorio en ausencia. De no comparecer la acusada,
amenaza con pedir su extradición.
"Hacerme comparecer después de 10 años ¿para
qué? Han tenido todo el tiempo del mundo para definir. Estuve cinco
años presa y cuatro años a disposición, presentándome
todas las veces que me llamaran. Y nunca pudieron definir nada."
Silencio de la cancillería boliviana
No es del proceso de lo que huye, sino de la telaraña
kafkiana que tiene entrampado el ejercicio de la ley. "Yo nunca he negado
mi responsabilidad en mi participación política en una rebelión.
Pero la responsabilidad penal en esa causa, así como está,
esos son otros 100 pesos."
Hasta el momento, la cancillería boliviana no ha
hecho declaración alguna a propósito de la intención
de juez de llevarla de regreso a Bolivia. Mientras, Gutiérrez se
prepara para pedir el apoyo de su propio gobierno.
En la historia de Raquel Gutiérrez se da el caso
de un desempeño solidario y eficaz de la embajada mexicana. Primero
fue Herminio López Bassols, siempre atento a las necesidades de
la prisionera mexicana en la cárcel de Obrajes. Después,
Margarita Diéguez. "Me apoyaron en numerosas gesti
ones demandando juicio en apego a derecho, el respeto
de los plazos procedimentales estipulados por ley, puntos de garantías
mínimas, como el estar detenida preventivamente para siempre. Y
sobre todo, me brindaron apoyo humano."
En el remoto caso de que Raquel fuera extraditada a Bolivia,
según la ley vigente sería declarada en fuga. Tendría
que empezar de cero el tiempo de castigo, a pesar de los cinco años
de prisión preventiva, a pesar de que nueve años después
no se ha dictado sentencia. "Es ?define? un argumento sin salida, un ejercicio
de poder descarnado. Si no me hubiera ido, ahí estuviera, acudiendo
a cada citatorio, sin avances ni retrocesos, sin posibilidad de cerrar
el proceso jamás. Sin poder salir del país. Todos los plazos
que dice la ley, yo los he cumplido y excedido, y la autoridad los ha ignorado.
El enredo verdadero es que vamos a llegar a sentencia absolutoria, pero
como eso es lo que no quieren, pues mantienen el juicio abierto, total,
qué pierden."
Internacionalista
A sus 39 años, Raquel es una de las últimas
internacionalistas, una generación que abrazó causas sin
importar banderas ni fronteras.
En 1983 daba la vida por la revolución salvadoreña.
Militaba en las Fuerzas Populares de Liberación, uno de los cuatro
grupos armados del FMLN. La habían ubicado en el frente urbano Clara
Elizabeth, en San Salvador. Eran años de cruentas batidas contra
la población civil.
Ese año las FPL experimentaron un descalabro. Por
razones ideológicas, de sectarismo extremo, su máximo dirigente,
Cayetano Carpio, Marcial, ordenó el asesinato de Nélida
Montes, Ana María, una de las lideresas más carismáticas.
En medio del escándalo y la crítica internacional, Marcial
se suicidó en Managua ?al menos eso dice la versión oficial?
y las FPL se reagruparon en torno de un nuevo liderazgo, manteniendo su
alianza con el FMLN. Excepto, precisamente, el frente Clara Elizabeth,
que se declaró marcialista y quedó aislado del resto
del movimiento. Clandestinos, sin información debido a los métodos
de compartimentación, los militantes de base quedaron en el limbo,
"jugándonos la vida sin saber por qué", recuerda Raquel.
En medio de tal desorden fue detenida la mexicana. Tuvo
suerte. En esa época la policía salvadoreña se inclinaba
más por desaparecer a los rebeldes prisioneros, más
que por proceder jurídicamente contra ellos. Raquel fue entregada
a México.
Junto con otros bolivianos que también habían
salido de las FPL, se presentó la posibilidad de "insertarse" en
las luchas revolucionarias de ese país andino. El amor, confiesa,
también tuvo que ver en esa decisión.
Sublevación de los aymaras
Desde 1982, después de una serie de golpes dictatoriales,
Bolivia experimentaba un periodo democrático peculiar, con el resurgimiento
de un movimiento de masas muy grande. Simultáneamente la derecha
se reorganizaba. Parte del movimiento social, agrupado en Ofensiva Roja,
pasa a la clandestinidad y forma el Ejército Guerrillero Tupac Amaru.
En 1985 se convoca a elecciones y gana la derecha; se
plantea la transformación neoliberal del país. Para la nueva
organización armada, es un momento clave. En 1989 se intentó
promover una sublevación general de comunidades aymaras y quechuas.
En 1992 la organización sufre golpes muy fuertes. En ese marco Raquel
cae presa. En ese momento, ella era responsable de prensa y propaganda
del EGTK.
Es desaparecida durante siete días y al
cabo de ese periodo de incomunicación absoluta en un cuartel es
presentada ante la justicia. Es acusada, junto con 11 detenidos más,
de 14 delitos. "Me vaciaron el código penal", recuerda. Entre otros,
el más grave fue el de alzamiento armado, copiado letra a letra
de las leyes mussolinianas, que determinan que la rebelión contra
los poderes legales amerita la pena máxima. Otros cargos son posesión
de armas, incitación pública a delinquir, asociación
delictuosa, y los conexos.
Pero el Estado boliviano armó, en ese sonado caso,
un "pésimo proceso, incompleto, insostenible en términos
judiciales. A todos nos acusaron de todo por igual, como si fuéramos
hermanos siameses, sin tomar en cuenta que cada quien tenía responsabilidades
distintas, cuando la responsabilidad penal es individual, primer principio
de la defensa. Fuera de las declaraciones firmadas bajo tortura, no se
presentó ninguna prueba".
Pronto el "caso EGTK" se convirtió en un proceso
paradigmático en Bolivia, en buena medida gracias al profesionalismo
de la defensa con la que contaron los detenidos.
Tuvimos una buena defensa que puso en jaque al Estado
en casa caso, narra. Uno de los principales argumentos a favor de los detenidos
fue el de la "prueba prohibida", un principio constitucional contra la
tortura, es decir, que no se pueden hacer autoincriminaciones. Entrampado
en su propia ineficiencia, el llamado juez de instrucción optó
por la indefinición legal.
En ese limbo, las dos mujeres del grupo pasaron cinco
años en prisión preventiva en la cárcel femenil de
Obrajes. El resto del grupo en los penales varoniles de San Pedro y Chonchocoro.
Las reformas penales de 1997 dieron al código boliviano
un barniz de modernidad y, entre otras cosas, se instituyó que un
acusado no puede permanecer preso sin sentencia, en casos graves como esta
causa, por más de cinco años. Y ya en libertad el proceso
tiene que continuar y terminar. Si en ocho años no hay conclusión,
el juicio se cierra, prescribe.
Ese plazo se cumplió y el juicio, contra lo que
dicta la ley, no se ha cerrado. Por eso Raquel está ahora en México,
dispuesta a recurrir a la defensa de su país contra la irracionalidad
de un proceso sin fin.
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