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Armando Labra M.
Lo que viene, lo que no; qué añito foximito
Mejor ni hacer recuentos de fin de año. La balanza sólo tiene una charola. Ahí se amontonan las ridiculeces, dislates y torpezas, y peor todavía, la inmovilidad del gobierno ante las conmociones de un país que comienza a sacudirse estorbos y al hacerlo deja atrás a sus gobernantes.
Para la mayoría de los mexicanos 2001 fue larguísimo, farragoso, desconcertante y desesperanzador. Para el nuevo gobierno sin duda alguna pasó a velocidad meteórica, insólita, sin precedente y tan real, que para todo propósito, en efecto, el sexenio ya se terminó. Los sexenios no duran seis años, sino tanto como los gobernantes pueden gobernar, es decir, conducir las decisiones, anticipar y resolver los problemas, imaginar soluciones y armonizar el esfuerzo colectivo.
Tal agotamiento solía suceder al final de cada seis años de gobierno, un poco antes o después, pero nunca como ahora habría aparecido tan súbita ni tan dramáticamente el ocaso de un gobierno, además, aunado a la extinción de una vía alterna en la que creyó si no la mayoría, sí suficientes mexicanos como para llevarla al poder.
Qué desilusión y qué preocupante, por acontecer este fin de fiesta a unos cuantos meses de haber comenzado el gobierno, porque la pregunta ahora es "Ƒqué sigue?" No está preparado el sistema político aunque tal vez sí el ánimo social para enfrentar tal desafío. Listos o no frente al reto, como el dinosaurio del formidable minicuento de Monterroso: al despertarnos cada día, ahí está. Y más nos vale entenderlo y encararlo. Lo que no podemos es ignorarlo.
El fin del sexenio ya lo descubrieron algunos diputados panistas y por eso se proponen modificar el procedimiento para que, en caso necesario, el señor Fox sea sustituido por un miembro del PAN. De ese tamaño.
El sexenio agotado no es, pues, una apreciación derivada de las euforias navideñas sino un dato que ya está presente en la vida política nacional con toda la gravedad que significa y la elevada responsabilidad que a todos nos arroja.
Y acontece tal novedad, en 2002, que también para todo propósito ya comenzó y que será uno de esos años memorables por las dificultades económicas envueltas en la incompetencia gubernamental y la conciencia generalizada de que esto ya se acabó, y no me refiero al país, por supuesto, sino a este experimento menor que podemos denominar el foximito.
Risa nerviosa provoca pensar siquiera en un foximato de 25 años como el impreso en los programas de gobierno. La dimensión de los hechos y la longevidad política del actual gobierno sugiere la prudencia de mejor emplear el diminutivo. Y queda bien el posfijo de mito, por connotar no sólo lo pequeño, sino lo irreal, lo mítico. Pero pasemos a lo importante.
Lo que viene no debe tomarnos desprevenidos ni desanimados, al contrario. Será 2002 tiempo de grandes cambios sin precedente en la vida política nacional, con mayores consecuencias que las mismísimas elecciones presidenciales de 2000, y de pasada habremos de vivir ajustes económicos igualmente profundos.
Lejos de alarmarnos, tal inevitabilidad debe animarnos porque significa la apertura de oportunidades para ventilar, con más experiencia, esperanza y serenidad, la senda política y económica que mejor conviene a la nación. Propuestas concretas sobran. Por ejemplo, hace poco leí la interesante iniciativa del diputado potosino Manuel Carreras para el establecimiento de un nuevo federalismo en materia de hacienda pública, que demuestra que existe frescura, voluntad y aptitud propositivas. Como ésta, abundan las opciones inteligentes a discernir entre todos.
Si el gobierno foxista abandona el afán onírico del foximato, percibe la escala de la mutación que viene, la pulsa y la conduce, habrá dado respuesta cabal y plena a todas las expectativas que desató y a las que todavía algunos apuestan. A todos convendría que así sucediera.
Si, por el contrario, se persiste en el pasmo, en el foximito, el gobierno necesariamente se habrá de ver rebasado por la sociedad, la economía y por los actores políticos, incluyendo al PAN, claro, sin que ello represente ingobernabilidad ni violencia. A pesar de todo, las instituciones tanto políticas como económicas de México son más, mucho más sólidas que sus gobernantes, lo cual constituye un verdadero bono democrático más, mucho más atribuible a los mexicanos que a los partidos o los gobiernos. No hay que temer lo que viene sino contribuir a que sea como todos queremos y merecemos. Brindemos esta Navidad por que así sea. Felicidades y salud. Ť
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