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Sergio Valls Hernández
Itinerario certero
Geothe recomendaba avanzar sin prisa y sin pausa como la estrella. Tan sabia sugerencia debe caracterizar nuestros pasos en el año que se inicia; al menos sería lo más atinado para alcanzar las metas propuestas, una de ellas, que me parece fundamental, sería definir los objetivos de trabajo para 2002. Si bien es cierto que coexisten diversidad de fines de distinta naturaleza en el ser humano, no es menos cierto que entre los prioritarios debe contarse al " trabajo", pues éste constituye el cimiento de la civilización moderna.
Al parecer no es común que organicemos nuestros pensamientos, ni nuestra labor cotidiana, en torno de un hábito de ir desahogando propósitos específicos que a su vez sean parte de un proyecto anual; más bien nos vamos ajustando a los tiempos y a la forma en que se van presentando los compromisos de trabajo, cuando en realidad, por lo menos los programas a mediano y largo plazos requieren de una calendarización que permita medir los avances, los retrocesos y los "estancamientos" que entorpezcan el progreso del proyecto.
La propuesta concreta es simple, dispongámonos a elaborar un plan de trabajo personal, previa y escrupulosamente discernido y empeñémonos en cumplirlo celosamente. Es posible que el resultado que en nuestra fuente de trabajo se dé se considere nimio, pero pensemos en la repercusión positiva que tendría el hecho de que a su vez esta consecuencia, a través de cada uno de sus trabajadores, se multiplicara en cada entidad o dependencia públicas, en cada empresa privada, en cada organismo no gubernamental, y en cada área, así lo que estaríamos haciendo los mexicanos en conjunto sería un México nuevo.
Se dice por allí que los grandes ríos toman el color del cielo, entonces, cambiemos el color de nuestro cielo; tornémoslo en azul tenue, despejemos las tinieblas que política, social, jurídica y económicamente lo eclipsan, ayudemos a nuestras instituciones públicas y privadas a despejar ese firmamento para que nuestro océano sea limpiado y los nuestros, nuestros hermanos mexicanos, puedan disfrutar plenamente de los valores, de los principios y efectos que, al menos teóricamente, entraña la democracia.
A esta tarea estamos obligados todos, pues el trabajo en cualquiera de sus formas es un deber social, y el trabajo oportuno y apropiadamente realizado es una responsabilidad que debemos atender con esmero, sin embargo, pienso que mayormente lo estamos quienes de alguna forma prestamos nuestros servicios en el sector público, pues es allí donde se acrisolan las aspiraciones de los mexicanos, donde se deciden los cómo, los cuándo, los dónde, los porqué, y deben atenderse determinadas necesidades de interés general.
En mi caso particular, que sirvo al Consejo de la Judicatura Federal del Poder Judicial de la Federación, mi compromiso es que en el ámbito de mi responsabilidad, la justicia se haga posible para todos los mexicanos.
En fin, en este firmamento tan confuso, de una cosa debemos estar ciertos: el trabajo es sinónimo de honra, halla su equivalencia en la grandeza de la integridad humana, puesto que para desarrollarlo, cualquiera que éste sea, se requieren cualidades inherentes al hombre de bien, al hombre que tiene una forma honesta de vivir, al hombre que para subsistir empeña su inteligencia; que cede en beneficio de su labor, su experiencia, su fuerza, su vitalidad; que se disciplina para cumplir con los cánones mínimos que su tarea demanda, y aún más que los rebasa a través del rigor que imprime en cada faena para lograr la magnificencia en su labor.
Creo firmemente que en el trabajo podríamos hallar respuesta a múltiples dificultades, pues lo asimilo a la huella dactilar que identifica al hombre, que lo singulariza y lo hace único. Ť
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