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Iván Restrepo
Pobres, pero empresarios
Los pequeños productores y comerciantes informales, dice Hernando de Soto, no son asunto que competa a los sistemas de asistencia del gobierno, porque se trata de empresarios que necesitan un solo apoyo para desarrollar su potencial económico
En el campo de la economía y la política latinoamericanas, el nombre de Hernando de Soto es objeto de críticas y reconocimientos.
Nacido en Perú en 1941, egresado del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales con sede en Bruselas, ex asesor de organismos internacionales y de los presidentes Alan García y Alberto Fujimori, De Soto saltó a la fama hace 15 años con su obra El otro sendero.
Su país atravesaba entonces una profunda crisis, con atentados y masacres de Sendero Luminoso, represión militar, inflación y fuga de capitales, escasez de bienes y desempleo.
El otro sendero plantea que los pequeños productores y comerciantes informales que abarrotan las calles de las grandes ciudades no son asunto que compete a los sistemas de asistencia del gobierno, sino que son en realidad empresarios que necesitan un solo apoyo para desarrollar su potencial económico. Dicho apoyo debe provenir del Estado y consiste en abolir las barreras burocráticas a fin de que se les reconozca su dignidad y el derecho a la propiedad y a la libre actividad económica.
De Soto sostiene que un informal no puede aprovechar las economías derivadas de una elevada producción como sí lo hace un empresario. Tampoco utilizar maquinaria, ocupar muchos obreros, realizar grandes inversiones o recibir financiamiento bancario. En resumen, carece de protección y es objeto de corrupción por parte de líderes, policías e inspectores gubernamentales. Mucho menos paga impuestos y como carece de apoyo bancario, acude en busca de él con los agiotistas. En fin, lo que posee para efectuar sus actividades constituye un "capital muerto", pues no lo puede aprovechar ni le sirve para respaldar ante las agencias de crédito un préstamo que le permita realizar sus actividades.
Por otro lado, afirma que aunque la informalidad abarca a millones de personas en todo el mundo, sus costos de funcionamiento son elevados e impiden el desarrollo. Por ello, en vez de ver a los vendedores informales como productores marginales e ineficientes, deben tomarse en su justa dimensión: como protagonistas económicos muy dinámicos que pueden sobrevivir incluso contra las trabas que les impone el Estado y a pesar de las ineficiencias que los distinguen. Además, por lo general son más innovadores y eficientes que los empresarios tradicionales que cuentan con la aceptación oficial.
En Perú las ideas de Hernando de Soto calaron hondo en los gobiernos de los que fue asesor, al grado de que se promulgaron 400 leyes para regular a 300 mil informales de las ciudades y a 350 mil propietarios de tierras e inmuebles rurales. Esas empresas aumentaron 40 por ciento su productividad gracias a los nuevos cambios legales y permitieron, entre otras cosas, crear medio millón de empleos, aumentar la recaudación fiscal, a pesar de que se redujo la tasa impositiva que los "de la calle" tuvieron que pagar. También bajó la corrupción de inspectores, policías y demás responsables de "vigilar" el comercio y la producción.
El éxito y la novedad de su propuesta se expresa en la venta de miles de ejemplares de su libro, en asesorías a gobiernos y organismos internacionales, pero también en duras críticas de quienes lo califican de parcial y de que su teoría sobre la informalidad adolece de muchas fallas.
En México, De Soto es personaje clave en la tarea que el gobierno del presidente Fox realiza para trazar una nueva política social. Al respecto, el experto señala que los pobres de nuestro país son "mucho menos pobres de lo que la gente cree", y que tanto los empresarios como la derecha política dejaron que el estudio de la pobreza se convirtiera en monopolio de la izquierda y por lo tanto de "visiones que se negaron a reconocer los esfuerzos microempresariales que existen en las comunidades que se desarrollan en el mercado informal". Agrega que nuestro país está en un buen momento para cambiar su contrato social, y para que haya más respeto por los desvalidos abandonando el prejuicio de las clases dirigentes que consideran a la pobreza un fenómeno cultural ("somos pobres porque somos étnica, racial y culturalmente distintos") y por eso es necesario "occidentalizarnos" para cambiar. Tampoco es ya momento de erradicar la pobreza con "limosnas, estrategia que ha fracasado por doquier". Lo importante es reconocer que los pobres son capaces de organizarse, de crear pequeñas empresas. Y para el caso de México señala que hay 6 millones de microempresas organizadas por ellos.
El trabajo que sobre la economía informal realiza Hernando de Soto para el gobierno mexicano debe darse a conocer lo más ampliamente posible. Merece una discusión de los grupos interesados en el tema a fin de tomar lo que convenga y desechar lo que no. Y también para evitar que los pobres sigan siendo conejillos de indias del gobierno en turno.
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