Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 24 de diciembre de 2001
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Cultura
04an2cul
Dos poemas

Cesare Pavese


 
Cada noche
 
 
 

Las muchachas al crepúsculo descienden al agua

Cuando el mar se desvanece tendido. En el bosque,

cada hoja tirita, mientras ellas emergen cautelosas

sobre la arena y se sientan a la orilla. La espuma

juguetea, inquieta, a lo largo del agua remota.
 



 

Las muchachas temen a las algas sepultadas

bajo las olas, que se aferran a las piernas y a la espalda:

todo lo que está desnudo, del cuerpo. Vuelven pronto a la orilla

y se llaman por su nombre, mirando a su alrededor.

Incluso las sombras en el fondo del mar, a oscuras,

son enormes y parecen moverse inciertas,

como atraídas por los cuerpos que pasan. El bosque 

es un refugio tranquilo, ante el sol penetrante,

más que el arenal, pero las mozas morenas prefieren

sentarse a la intemperie, sobre la toalla tirada.



 

Están todas acurrucadas, estrujando la toalla

entre las piernas, y contemplan el mar extendido 

como un prado al crepúsculo. ¿Osaría alguna

tumbarse ahora desnuda en un prado? Del mar

saltarían las algas, que rozan los pies,

para apresar y envolver el cuerpo tremante.

Hay ojos en el mar que a veces se vislumbran.



 

Aquella ignota extranjera, que nadaba de noche

sola y desnuda, en la oscuridad, al cambiar la luna

desapareció una noche, sin volver jamás.

Era alta y debía ser de un blanco deslumbrante

para que los ojos la alcanzaran, desde el fondo del mar. 


 





(15 de agosto 1935)

Mujeres apasionadas


 Cada noche, al volver de la vida, 

ante esta mesa, 

enciendo un cigarrillo

y me fumo solitario mi alma.
 
 

 La siento estremecerse entre mis dedos

Y consumirse ardiendo.

Surge ante mis ojos agobiada

en el humo espectral

y todo lo envuelve,

poco a poco, en una fiebre cansada.

Los ruidos y los colores de la vida

No la tocan más:

sola en sí misma y toda mortificada

de triste saciedad

por colores y ruidos.
 


 En la habitación cae una luz violenta

pero llena de penumbras.

 Fuera, el silencio eterno de la noche.
 
 

Si bien, en la fría soledad,

mi alma cansada

tiene tanta fuerza todavía

que recoge en sí y arde en un sarcasmo febril.

 Se contrae entre mis manos;

después, deshecha, se funde y disuelve

en una pálida niebla,

que no es más sí misma

pero se retuerce tanto.
 
 

 Así, cada noche, sin salvación, 

en un silencio altísimo,

reduzco a cenizas, solitario, mi alma.


(14 de mayo, 1928)

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