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Ť El acto se retrasó cuatro horas y los instrumentos fueron probados 20 minutos antes
Portazo y desorganización durante el concierto de Javier Corcobado
Ť Botellazos, descalabrados y daños al inmueble no intimidaron al músico Ť ''ƑA cuántos detuvieron, oficial?'', preguntó un reportero; ''lléguele pa'llá o lo subo'', respondió el policía
JUAN JOSE OLIVARES
El concierto del músico y poeta español Javier Corcobado, efectuado la pasada noche del sábado en el bar La Victoria, no pudo ser más subterráneo y caótico, como al artista le gustan ("El caos siempre me ha servido para inspirarme", dijo el pasado martes en estas páginas), ya que el portazo medio violento, las ventanas rotas del inmueble por los botellazos y rocazos arrojados por los que querían entrar sin boleto, el operativo policiaco de alrededor de diez patrullas, los descalabrados y el absurdo retraso del show de cuatro horas, provocó una catarsis a la banda darqueta -unos 500 seguidores- que pese a la mala organización del evento, incluyendo un sonido horrendo probado 20 minutos antes de iniciar, pudo aguantar la tensión y disfrutar de la poesía aberrante y ecléctica sonoridad de Corcobado.
Eran las 19:30 horas y La Victoria se inundaba de personajes ataviados con ropas negras. Unos llegaban con el perro o gato en sus manos, otros hasta en sillas de ruedas. A las 22 horas el bar estaba a reventar, pero afuera, una larga fila de aferrados sin boleto esperaban el momento oportuno para entrar.
Poco a poco se acercaba la hora de la cita, pero en el escenario, cubierto con una tela blanca a lo rústico, nada de movimiento se percibía, ni instrumentos había. La bomba iniciaba su cuenta regresiva.
En el ambiente se escuchaban rolas de Krafwerck, B52's y Nick Cave, entre otros. Las chelas corrían lentas porque hasta el servicio de bar era como en cámara lenta, por lo que predominaba el olor a hierba santa y chemo. Los jóvenes presentían algo extraño y comentaban: ''Vine ayer (viernes) y el güey se emputó por el desmadre y se regresó al camerino, regresó a los diez minutos y le aventaron una botella. El los maldijo''.
Afuera se escuchaba: ''No los puede meter, porque si lo hago nos clausuran''. Pocos minutos después, empezó afuera la revuelta. Vidrios rotos, unos descalabrados, mentadas de madre al por mayor a los de seguridad (quienes arrojaron a los revoltosos polvo químico de los extintores), y el inminente portazo.
Llegó la tira y comenzó la corretiza. Diez patrullas cerraron las calles de Coahuila y Jalapa. Unos lograron entrar a empujones y se disiparon entre la muchedumbre de adentro. Los demás huyeron de las macanas que, con aires de despotismo, intimidaban a cualquiera que trajera ropa negra.
''ƑCuántos detuvieron, oficial?'', preguntó un hombre con cámara y aspecto de reportero que se identificó como tal. ''Lléguele pa'lla sino quiere que lo suba'', respondieron los elementos de las unidades 15070, 15022 y 15003 de la Delegación Cuauhtémoc. ''Nada más hago mi trabajo, señor'', respondió el reportero; ''no me esté chingando'', reiteró el oficial.
La medianoche y del Corcobado, ni sus luces. El anuncio no se hace esperar: ''El concierto se suspende hasta la otra semana''. La reacción de todos fue natural: ''que falta de respeto... que poca madre''.
Unos salieron temerosos por la presencia de los policías, los restantes aguantaron; querían escuchar al chatarrero maldito. Una negociación de los organizadores con ''la autoridá'' y se resolvió el lío. Eran las 12:30 y por fin los técnicos comenzaron a montar los instrumentos. Los organizadores pidieron calma y reiteraron que en cinco minutos salía el artista.
Javier, sus músicos mexicanos, su corista y tecladista, hicieron acto de presencia como al diez para la una. El poeta expresó: ''Lamento lo que pasa''. Pero no explica su retraso sabedor de que tiene 500 incondicionales frente a él. Dice: ''Denme cinco minutos más para probar''. Una medio afinada y el refuego intenso y penetrante de sus boleros en formos comenzaron a calar las cabezas chilangoscuras como a eso de la una y media de la mañana.
Rolas de sus discos Arcoiris de lágrimas, Tormenta de tormentos y Agrio beso, entre otros, empañan de poesía cotidiana y sabor mezcal el bar de la colonia Roma. Su simple presencia valió la pena para muchos, porque el sonido era sucio, sin potencia y digno de cualquier antro subterráneo de Madrid o el Distrito Federal: ''La ciudad más caótica del mundo'', diría el propio José Javier.
Las emociones de enojo inicial se fundían con las de amor y desamor, con las de muerte y vida de las piezas de Corcobado quien, una vez más, tuvo con qué alimentar a su musa inspiradora. Las canciones fluctuaron y penetraron cumpliendo su cometido. Al final, todos satisfechos y tranquilos se desvanecieron como negros enjambres por las viejas calles de la colonia.
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