José Cueli

El valor del sevillano

Tobogán de revoleras cascabeleras, mano arriba, mano abajo, bajo la fronda del capote. Ondulante movimiento de valor del torero sevillano, Antonio Barrera revoloteaba su capotillo a dos manos como si fuera una sola, al estrechar la tela en círculos que describían en el aire bellas formas. En la mole de cemento medio vacía, iba el torero por el torillo de Santiago parado, agarrado al piso, al que obligó a embestir, encadenado al ritmo del toreo, revoloteando la roja tela, desmelenándose él, al toro y a los aficionados. šVaya desplante del torero que hizo crujir los cimientos de la Plaza México!

Cabían en el aire los olés y el desgarramiento de los aficionados, reclinados ante el valor de Antonio Barrera. La Plaza México -a la que por su boca abierta se le escapaba el alma- se cimbraba como un latido cuando el torero con las flexibles muñecas sobre la muleta tenía pálpitos musicales, mientras que el fuego discurría por el redondel en sus series a media altura llevando al toro muy toreado, así como en la improvisación de sus pases.

Rendido el descastado torito, era un asombro colmado por el tacto con que era mecido. Suave, suavecito, embestía obligado al mando con el que era embarcado y templado merced al giro quebrado de la muleta del sevillano que, simplemente, se había pegado un arrimón, transmitiendo la emoción de su ser al tendido.

šQué guapamente se enroscaba al torrillo hilvanando y rematando con los pases de pecho inacabables! šQué lento lo paseaba en el centro del redondel enhilado a la roja tela! Los aficionados cantando el consagrador grito de torero, emocionados ante el valor del diestro nacido en Sevilla que destapó el frasco de la esencia del valor y toreaba un son en que cabían todas las formas mariposeriles de su muleta, en un torear improvisado que dejaba atrás la monotonía que nos invade.