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Carlos Martínez García
La política de los iluminados
Es imposible comprender los motivos y la lógica que guía las acciones de los inflamados por un sentido de misión religiosa, sin tomarse el tiempo para adentrarse en conocer el lugar preponderante que tienen para esos iluminados las revelaciones, los sueños, el entendimiento particular de sus Escrituras Sagradas y el saberse divinamente elegidos para alcanzar determinados objetivos que demuestren al mundo la grandeza y singularidad de su fe.
Es cierto que el gobierno de Estados Unidos decidió difundir el video en el que Osama Bin Laden reconoce la autoría intelectual de los ataques del 11 de septiembre, por la sencilla razón de que esa arma mediática le permite continuar con las que denomina acciones antiterroristas. La grabación le concede a George Bush, ante la opinión pública estadunidense, más tiempo para seguir no sólo con las operaciones para cazar a Bin Laden, sino que le posibilita contar con el apoyo mayoritario de la ciudadanía para efectuar incursiones militares en otras naciones sospechosas para Estados Unidos de proteger a terroristas. Esto lo han desmenuzado diversos analistas en estas misma páginas y no voy a profundizar. Más bien mi intención es tratar de dilucidar la naturaleza de las razones dadas por Osama para levantarse contra Estados Unidos y, considerando el video aludido como auténtico, haber diseñado los ataques aéreos a las Torres Gemelas de Nueva York.
No solamente en su reunión videograbada en la que da pormenores de lo sucedido el 11 de septiembre Bin Laden muestra el corazón de su querella contra Estados Unidos ya antes en numerosas ocasiones ha dejado constancia del perfil de la batalla que libra contra la potencia occidental. Su razón es teológica, a la que se articula una estrategia político-militar. Yo le creo cuando dice que está empeñado en restablecer el Islam conforme a las pautas dadas por Mahoma en el siglo VII. Su lenguaje está lleno de invocaciones sinceras al profeta y airados reclamos a los musulmanes que han declinado ante lo que se conoce como civilización occidental. El podría decir que sabe de lo que está hablando porque se convirtió en ferviente musulmán, habiendo probado el éxito como ingeniero, empresario y seguro sucesor de su padre como contratista de la construcción en Arabia Saudita.
A raíz de su conversión, dejó su acomodado estilo de vida y se dio a la tarea de prepararse como auténtico militante del Islam. Como a millones de musulmanes, la revolución encabezada por el ayatola Jomeini le impactó radicalmente y eligió como motor de su vida combatir a los infieles y purificar a los creyentes islámicos de la contaminación occidental. Luchó encarnizadamente contra la ocupación soviética de Afganistán y enfrentó decididamente a la familia real saudita por su entreguismo a la nación infiel por excelencia: Estados Unidos. Todo esto no por bien definidos cálculos políticos, ni como consecuencia de una formación antimperialista de izquierda, sino por razones netamente religiosas. De ahí su involucramiento con los talibanes, con quienes compartía el ideal de construir una nación verdaderamente islámica, Afganistán, que fuera extendiendo su influencia a las otras naciones donde esa fe era predominante entre el pueblo, pero cuyos gobernantes no eran fieles a la sharia, cuerpo de leyes basadas en el Corán y textos sagrados derivados de éste que debieran normar la vida privada y social de los musulmanes.
Bin Laden forma parte de un tipo de personajes que se han dado en distintas tradiciones religiosas. Personajes iluminados que se consideran portadores de un designio divino, el cual debe establecerse incluso, y a veces primordialmente, por vías violentas, no obstante que su fe sostiene lo contrario. Porque han existido iluminados que dicen haber recibido una revelación particular, pero cuyos métodos de expandir la fe son argumentativos y pacíficos, y ellos pueden convivir con un entorno dominado por los no creyentes. Pero los iluminados que buscan el advenimiento del Apocalipsis, y sus paralelos en otras religiones, se embarcan en batallas desiguales para ellos, convencidos por sueños premonitorios de que la mano de Dios les favorece. Fue el caso en el siglo XVI de Thomas Müntzer en Alemania, quien encabezó un levantamiento campesino imbuido de un misticismo y mesianismo que lo llevó a confrontar la fuerza militar de los príncipes germanos. Los discursos y manifiestos de Müntzer están saturados de pasajes bíblicos, nociones escatológicas, reclamos duros a reformadores como Lutero que no se atrevieron a desarrollar en la sociedad principios descubiertos para la vida espiritual. Lutero, el gran reformador alemán que resquebrajó la Iglesia católica, dio su aval político teológico para que las fuerzas militares aplastaran la revuelta müntzerita. Thomas Müntzer fue decapitado el 27 de mayo de 1525, ante la puerta de la ciudad de Mühlhausen.
La política de los iluminados, su a veces delirante convicción de ser instrumentos especiales elegidos por Dios para imponer el reino de los cielos en esta Tierra, no exculpa a quienes con saña los combaten mediante atrocidades bien racionalizadas y discursos sobre la necesidad de exterminarlos por el bien de la sociedad. No se trata de eludir un fanatismo mediante la instauración de otro que se nos presenta como democracia y libertad.
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