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Ť Por el espacio para conciertos de CU ha pasado
lo mejor de la cultura sonora
Cumple la sala Nezahualcóyotl 25 años
Ť Ninguna actividad para recordar la fecha; el homenaje,
en la memoria de los melómanos
PABLO ESPINOSA
La mejor sala de placer de América Latina, la sala
de conciertos Nezahualcóyotl, cumple hoy, exactamente a las 19 horas,
25 años.
Entre sus muros, forrados por fuera de granito, concreto
colado y tiempo, y por la parte posterior de su epidermis añejados
en su envoltura interior de madera, ha ocurrido mucho de lo mejor que tiene
México en cultura sonora.
Los
flashes en retrospectiva acuden en el gozo vivido en sus butacas:
la de la primera fila, del lado izquierdo por ejemplo, impulsando por los
aires a su morador durante el telurismo tremebundo de los momentos más
sexuales de La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky,
que está sonando ?ahora en la memoria sensible, en la realidad la
noche del 11 de mayo de 1982 con la Filarmónica de Israel? mientras
Leonard Bernstein brinca también, salta por los cielos entre el
podio y los plafones acústicos blandiendo una batuta prodigiosa.
Suda, sonríe, saluda, exulta. Es la felicidad que dura.
Cerrar los ojos, abrir los oídos: es el atardecer
del domingo 27 de noviembre de 1977: un hombre de birrete árabe,
barba a lo Thelonious Monk, rostro flotando en éxtasis, acaricia
a una mujer que ha tomado la forma de un violonchelo.
Los glissandi, las pulsiones, las arcadas, un gemir
de ciervo enamorado en pleno coito metafísico. Es Ron Carter con
su quinteto de jazz y su bass piccolo, instrumento de su invención.
Repiten una ceremonia iniciática cuyo epicentro es el Greenwich
Village: si Ron Carter está en el bass piccolo es porque Kenny Barron
está en el piano, Buster Williams en el bajo y Ben Riley en la batería.
Jazzología, de acuerdo con la ciencia deductiva en que nos educó
Cortázar.
En los años del esplendor de La Neza, como
es conocida familiarmente por la melomanía, ocurrieron experiencias
de por vida: en persona, haciendo su magia sonora en el escenario, los
mismísimos dioses del Olimpo de la cultura jazz: Charles Mingus,
Bill Evans, Paquito D'Rivera, Paul McCandless, Keith Jarrett, Markus Stockhausen,
Irakere, Cecil Taylor, Lionel Hampton, Tomasz Stanko, Reiner Brunninghaus,
et al.
Todos los géneros de la solfa han tomado por hogar
la sala Neza. De sus características técnicas, su
historia vivida desde una butaca y en sus camerinos el autor de esta nota
celebratoria realizó un reportaje de más de 500 cuartillas
que la Dirección de Actividades Musicales de la máxima casa
de estudios publicó en forma de libro: Una vida de conciertos
(Difusión Cultural, UNAM, 1996). Es una historia, empero, que se
escribe con los días.
Esta noche por ejemplo no está programado ningún
concierto a las 19 horas. El aniversario ocurre en la memoria. En la sala
vacía, en penumbras, tomará forma entonces la frase de Goethe:
Licht, mehr Licht! Ocurrirá un ligero aumento de luz en cuanto
se activen las partículas ?apenas perceptibles para la melomanía,
es decir, para el amor por la música? de la energía de signo
positivo que se ha acumulado en su vientre durante cinco lustros, porque
en ella se han formado nuevas y muchas generaciones de amantes de la belleza
y el placer.
Su construcción se inició en 1975, merced
también al amor: siendo insuficiente ya el espacio del Auditorio
Che Guevara, donde los viernes por la noche nos apiñábamos
a los pies de Eduardo Mata (1942-1994), pues a falta de más lugares
nos sentábamos junto al podio desde donde dirigía a la Filarmónica
de la Universidad, decidió nuestro maestro convencer al rector Barros
Sierra de construir una sala digna de ese amor.
En el modelo de la sala sede de la Filarmónica
de Berlín y tomando referentes exactos como el Concertgebouw de
Amsterdam, el maestro Eduardo Mata puso así la primera piedra metafísica.
La memoria quiere para esta noche, a partir de las 19
horas, algunos de los amores de Mata sonando desde su batuta al frente
de la Ofunam, su orquesta: Bach, la versión orquestal de Oh,
Jesús, alegría de los hombres, una página del
Album de Ana Magdalena Bach y el Tercer concierto de Brandeburgo
para abrir boca. Enseguida, Mozart el más amado, con Eduardo Mata
al piano, Concierto veintiuno, con un encore: el adagio sonando
en respiración de clepsidras, tan lento como la versión última
de Glen Gould al aria inicial de las Variaciones Goldberg. Y en la segunda
parte, la Tercera sinfonía de Gustav Mahler, con otro bis: el pasaje
central de un monumento sónico: el episodio nietzcheano y flameante
que Mahler tituló así: "Lo que el amor me dice".
Ha comenzado el concierto.
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