018a2pol Luis Linares Zapata Impuestos y elites mediocres Una vez más las elites dirigentes de este país quedaron cortas en sus ya de por sí mediocres cometidos. Casi un año de discusiones en el Congreso, y fuera de él, han dado vida a una vulgar miscelánea para recaudar impuestos. Muy lejos se quedó de la indispensable reforma fiscal que una economía del tamaño, las ambiciones y las carencias de la de México requería. En lugar de desatar los nudos que atoran los ingresos públicos y que impiden hacerle frente a tantas necesidades, compromisos, visionarias conveniencias (que las hay) o previsiones (que se advierten) a futuro, los legisladores han entregado un paquete de medidas que apenas cumple con la calificación de ratonero y, a lo mejor, contraproducente en varios de sus apartados para impulsar la fábrica nacional. Los partidos y sus fracciones parlamentarias, los grupos de interés, el gobierno federal y, en cierta medida, los de los estados, simplemente no estuvieron a la altura de las circunstancias por las que atraviesa la nación y las presiones que sobre ésta desata el mundo en que está inserta. Era indispensable fijar, ahora, un piso para 2002 de, cuando menos, 150 mil millones de pesos adicionales de ingresos para que, en los años siguientes, pudiera el fisco ir haciéndose, mediante mejoras al aparato recaudatorio y con la marcha ascendente de la economía, de los recursos suficientes para solventar la hacienda pública y alejarse de la dependencia petrolera. Abandonar de una vez por todas las penurias presupuestales que se implican en las conocidas cantidades que giran alrededor de 10 por ciento del PIB y elevarlas a cifras que ronden entre 20 y 25 por ciento. Es decir, más que duplicar la proporción que hoy se tiene, durante un lapso de tres o cuatro años. Tal como tantos más cuantos países lo han podido hacer, Costa Rica entre otros. No se pudo. Vicente Fox podrá contar apenas con unos cuantos miles de millones de pesos (más o menos 70) para no caer derrotado en los próximos meses de 2002. Los líderes parlamentarios podrán pensar que salvaron cara, y sus correligionarios alegarán que cumplieron con los mandatos de sus asambleas y defendieron a los pobres de este honorable país. Pero si se tiene en consideración que el año entrante amenaza con presentarnos una recesión efectiva que irritará a la población, disolverá prestigios, polarizará pasiones, hará reventar acuerdos y bases consensuales, tal como le sucedió a la justicialista Argentina, la cuestión se antoja por demás insuficiente para detener el desgaste acelerado del gobierno, que incluye a los diputados y senadores con todo y sus instituciones. Los pronósticos de especialistas respecto al crecimiento esperado apuntan, con base en los indicadores que se observan en la economía estadunidense -de la cual depende en parte sustantiva la trayectoria de la mexicana-, a un periodo de fuertes turbulencias. Los partidos, ya bastante desprestigiados en el imaginario colectivo, seguirán, por desgracia, por la misma ruta en que se embarcaron desde hace ya varias décadas. El invierno de 2001 toma, de nueva cuenta, a los líderes partidistas, sus cuadros de apoyo, contraparte oficial y consejeros laterales, en una melé que no puede alumbrar el camino para una reforma fiscal tan urgente como indispensable, si se quiere cumplir con el momento que a cada quien toca. Era la oportunidad para fijar las nuevas reglas del juego en México: hacerlo un lugar donde todos pagaran impuestos, cada quien según sus posibilidades, para que se financie el mejor de los negocios que se da, precisamente ahí, donde uno reside y quiere seguir haciéndolo. Por qué no se pudo convenir en hacer extensivo el IVA a alimentos, medicinas y demás productos (libros incluidos) y devolver los mil pesos mensuales por persona, tal como lo propuso el PAN. O, en su lugar, aceptar un 3 o 5 por ciento de IVA en esos renglones que fueran absorbidos por los productores para ir incrementándolos en el tiempo y compensando las diferencias con buenos programas en el gasto público. No se hizo: la asamblea de unos cuantos priístas, para curarse de espanto y no darle al Ejecutivo panista recursos adicionales, lo decidió así y fueron respaldados por perredistas que han jurado ser irreductibles, menos a la hora de negociar sus 5 mil millones de pesos para el DF. Piensan luchar, cueste lo que cueste, por los depauperados, aunque no puedan concretar el cambio en la manera en que se cobra, a quiénes y tomando como base todos los ingresos personales para engrosar, como es debido, el famoso ISR que los ricos escabullen por ahora. Calcularon una evasión cercana a los 500 miles de millones de pesos, que bien pudieron ser los ingresos que se desearía tener. Qué pena que el PRI, con toda su experiencia y mañas, no haya podido remontar las culpas de su ayer y definir un horizonte atractivo que perseguir. Y qué triste es pensar que este gobierno no quiere entrar a cobrarle impuestos a todos los que, debiendo hacerlo, no quieren pagarlos, y trate de recargarse, con ferocidad rayana en la irresponsabilidad, en los que menos tienen, como su único camino. Cosas de su estirpe reaccionaria. Ahora contará, a pesar de todo, con un nada despreciable caudal de recursos para remontar su señalada ineficacia. Ya se verá el resultado.
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