025n2mun ¤ Otro cacerolazo en las calles de Buenos Aires ¡Esto no es posible! Son los mismos ladrones che... ¡Queremos elecciones! JAIME AVILES ENVIADO Buenos Aires, miercoles 2 de enero. No habían trascurrido 20 minutos desde que el peronista Eduardo Duhalde jurara como nuevo presidente de Argentina cuando vi pasar por la avenida Córdoba a dos muchachitas de clase media, en top, minifalda de mezclilla y tenis de marca, golpeando sendas tapas de cacerola rítmicamente. Una cuadra más adelante, en la esquina de la calle Larrea, dos jóvenes acostados sobre el asfalto cerraban el tráfico. Y cien metros más allá, en el cruce con avenida Pueyrredón, 200 personas quemaban cartones, sillas de plástico y un sofá en desgracia, aporreando tapas de olla y postes de luz, y batiendo palmas al compás de una cólera desesperada que brotaba al mismo tiempo en otros barrios céntricos de Buenos Aires. Al fondo, a la derecha, se recortaban las siluetas de otros grupos sobre la esquina de Pueyrredón y avenida Santa Fe. Eché a caminar hacia el nuevo tumulto pero en el semáforo de la calle Paraguay surgió una patrulla de la policía. Sus tripulantes frenaron en seco, observaron las fogatas de avenida Córdoba y aceleraron de prisa. Dos trabajadores del servicio de limpieza pública, sucios y desgreñados, dejaron de empujar sus carritos de inmundicias y uno de ellos comentó: "Mirá qué cagones que son, loco". Pero no se rieron. Las siluetas de avenida Santa Fe no estaban cortando el tráfico: pasaban rumbo a la plaza del Obelisco. Jóvenes en bermudas y chanclas, niñas lindas, viejas de pelo teñido y cortado en salones de belleza, resoplantes ancianos de playera italiana y zapatillas de cuero sin calcetines, gente popis en otras palabras, avanzaban rumbo a su cita con la multitud. En la esquina de Santa Fe y Riobamba una gorda en pantuflas y camisón de la marca CaroCuore le explicaba a un amigo que se acababa de encontrar: "Estaba chateando, oí el quilombo y mirá vos". El ruido cacerolero iba en aumento. Un papá cincuentón, acompañado de sus cuatro hijos, transitaba sobre Riobamba hacia la famosa calle Corrientes, y los niños, como si lo hubieran practicado, golpeaban sus tapas de cacerola a la misma velocidad, gozando la noche veraniega. "Adriancito, si nos agarra la policía yo les voy a decir que vos tenés la culpa", bromeó el papá molestando al más chico de sus vástagos. "Cacerolazo en toda la ciudad", tituló hace unos momentos el canal del noticiero Crónica TV, que transmite los hechos de la calle en tiempo real 24 horas al día. Alcé la vista aturdido por el grito multitudinario de los silbatos, el retumbo de los tambores, el canto desenfrenado de las ollas y el monótono clap-clap de las palmas, y vi en lo alto, sobre el cielo del Obelisco, las luces rojas y azules de un helicóptero de la policía que zumbaba como un moscardón. Me detuve en un café para tomar aliento, al fin que es gratis, y escuché en la pantalla de la tele los gritos de un hombre elegante pero descompuesto, lívido y viejo, absolutamente desesperado, que bramaba de indignación: "¡Queremos elecciones ya, ya! ¡Esto no es posible, son los mismos ladrones, che, los mismos! Llevan cincuenta años robándonos, ¡cin-cuen-ta años, la reputa que los parió!" ¿Cuánto durará el gobierno de Duhalde? ¿Qué sigue?
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