026n1mun ¤ El mismo descontento social alcanza a la ciudad con mayor presupuesto de Argentina Desempleo galopante, hasta en Tierra del Fuego JAIME AVILES ENVIADO Ushuaia, Tierra del Fuego, Argentina 1º de enero. Aquí, donde termina el continente americano, los fuegos artificiales estallaron anunciando el cambio de año sólo 45 mintos después que el sol desapareciera en la Antártida para volver a salir cuatro horas más tarde. Pero en esta provincia de 60 mil habitantes, dotada con el mayor presupuesto per cápita del país, la crisis que afecta al resto de los argentinos se manifiesta con severidad en el desempleo galopante, el fracaso del modelo maquilador y el mismo descontento social que el pasado viernes provocó un motín a las puertas del hospital de la vecina ciudad de Río Grande, dejando medio centenar de heridos y otras tantas personas encarceladas. A principios del siglo XX, los barcos de Buenos Aires a Ushuaia demoraban tres meses y llegaban con la sentina repleta de víveres e instrumentos de trabajo, mientras en las galeras viajaban encadenados los reos más peligrosos de la época, destinados al pavoroso penal de esta localidad, construido por los ingleses en 1902 con un diseño panóptico similar al de Lecumberri. Hoy el viaje se despacha en tres horas y media, en pequeños jets que se bambolean casi todo el tiempo debido a las tremendas turbulencias causadas por el choque de los vientos que barren la Patagonia y las corrientes de los Andes. Pero lo más dramático del vuelo es el aterrizaje en el aeropuerto de Ushuaia, pista de kilómetro y medio de longitud cuyas puntas miran a las heladas aguas del canal Beagle, a las que se han precipitado no pocos aviones. Con gran pericia, los pilotos descienden girando sobre una pasmosa bahía de un azul intensísimo, rodeada de montañas áridas con picos de nieve, y toman tierra casi al ras de las olas, pisando el freno desde el primer instante. Una alfombra sanitaria desinfecta los zapatos de los pasajeros al cruzar el túnel que los conecta con una terminal ultramoderna en miniatura, tapizada de letreros que prohíben fumar. No es probable que exista un aire más puro que éste. Su frescura y transparencia, a diez grados centígrados, por obra del verano austral, dota de un brillo incomparable a la luz del sol que reverbera al fondo en los techos y en las casas de vivos colores que se aprietan en la compacta mancha urbana. Pero antes de llegar a la ciudad, la carreterita que sale del aeropuerto se bifurca sin que uno se dé cuenta y se convierte en un camino tan polvoriento que los autos circulan con los faros encendidos como si estuvieran en la niebla. Al término de esa ruta se erige el antiguo edificio de madera que aloja la estación del tren del Fin del Mundo: una vía de trocha angosta, sobre la cual se desplaza un ferrocarrilito un poco más grande que el de Chapultepec, con vagones para cuatro pasajeros, que viajan en cómodas butacas admirando un bosque de alerces y coníferas estrambóticas. Este era el tren en que, hasta 1957, eran transportados los duros inquilinos del presidio para bajar a las canteras de roca donde picaban piedra y recogían leña, vestidos con sus trajes de rayas horizontales, azules y amarillas, y sus pesadas cadenas atadas a los pies. Pero más allá de la estación de juguete, visitada anualmente por miles de turistas japoneses y europeos, el camino de tierra conduce a la bahía de Lapataia, parque natural donde conviven los solemnes cormoranes, pájaros de gran envergadura y picos largos, cuyas plumas, de color café con listones blancos, recuerdan los grotescos atuendos de los reos. "No realice excavaciones" y "Se prohíbe recoger moluscos" son dos letreros que se repiten a menudo en este parque, donde el suelo cubierto de hierba, en realidad, es una infinita acumulación de capas de musgo, compactadas por los siglos, que se mueven bajo las pisadas de los visitantes creando la sensación de un perpetuo temblor de tierra. Lo más inquietante, además del horizonte circular de montañas nevadas y lechos lacustres, es una placa desde la cual se rinde homenaje a las distancias. Desde ese punto, hasta el norte de Alaska, hay 17 mil 848 kilómetros, que es la precisa y -debemos creerlo- exacta longitud del continente que habitamos, según el rótulo. Bahía al poniente En una extinta lengua indígena, Ushuaia significa "bahía que mira al poniente". Descubierta en el siglo XVI, hoy cuenta con una población de 40 mil personas, en su mayoría emigrantes miserables del sur de Chile, que vinieron en pos de fortuna a trabajar en los pequeños negocios de los escasos empresarios de Buenos Aires: hoteles, servicios en general y compañías navieras que organizan excursiones a las islas vecinas, donde focas y pingüinos se dejan retratar al filo de un mar infestado de ballenas y orcas. Gracias al presupuesto de privilegio que recibe la Tierra del Fuego, los salarios aquí son dos veces mayores que en Buenos Aires y la gasolina cuesta la mitad. Si una maestra de la capital gana mil doscientos pesos al mes, aquí percibe poco menos de tres mil, y si allá el tanque de un carro mediano se llena con cincuenta pesos, acá se hace con veinte. Los precios de la comida y del alquiler, por lo contrario, son altísimos, así como el de la tierra. No en vano, la mayoría de las viviendas mide en promedio treinta metros cuadrados, en parte para aliviar los gastos de calefacción, aquí donde en invierno la temperatura cae a menos 18 grados bajo cero y el sol brilla de nueve de la mañana a cuatro de la tarde. Al ver la arquitectura dominante, los viajeros bien pueden sentirse en un país sajón, pues no quedan vestigios de la dominación española y sí, en cambio, es notable la herencia cultural de los ingleses, que a partir de la independecia, en 1810, invadieron Argentina por la vía del comercio, cuando éste país era la sexta economía del mundo con su riquísima producción de trigo, lana, carne, vino y recursos naturales. De algo sirvieron las incursiones de los piratas, como Francis Drake, que asombrosamente venía desde Veracruz en un barquito de vela, antes de bordear el Cabo de Hornos y el Estrecho de Magallanes para poner proa hacia Acapulco. Después de todo, la importancia estratégica de esta región era y sigue siendo vital para los británicos. Prueba reciente de ello fue la guerra de las Malvinas, islas pertenecientes a esta provincia, que en 1982 fueron ocupadas por órdenes del general Leopoldo Galtieri, que trató de arrebatárselas a Margaret Thatcher, entre otras razones, para que la junta militar encabezada por Jorge Videla obtuviera cohesión nacional frente al enemigo interno. Pero la aplastante respuesta de la armada inglesa no sólo vapuleó a los militares golpistas, matando a casi mil jóvenes soldados, sino que aceleró el fin de la dictadura instaurada en 1976. De aquellos combates -calificados en su conjunto por Jorge Luis Borges como "la disputa de dos calvos por un peine"-, hoy, junto a los muelles de Ushuaia queda en recuerdo un espantoso monumento con los nombres de las víctimas inscritos en placas de bronce, una de las cuales ha sido robada y jamás repuesta.
|