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¤ Los argentinos temen que la devaluación
sea de entre 30 y 40 por ciento
Ofertas en el "sálvese quien pueda" de los comercios
en Buenos Aires; terminó la paridad peso-dólar
¤ La política de las cacerolas iracundas podría
volver el fin de semana, advierten ciudadanos
JAIME AVILES ENVIADO
Buenos Aires, 2 de enero. "¡Devaluación
musical!", clamaba hoy un cartelito sobre la vitrina de una tienda de discos
de la calle Florida. "¡Llegó el final, remate total!", confirmaba
un aparador colmado de ropa de playa para jóvenes pocos metros más
adelante. "¡Todas las vedetinas a tres pesos!", competía a
su vez una boutique de prendas íntimas, en el sálvese
quien pueda de los comercios bonaerenses, después que Eduardo Duhalde,
quinto presidente de Argentina en los últimos 13 días, anunciara
anoche el fin de la paridad uno a uno entre el peso y el dólar.
"Sonamos",
decían dos viejos acodados a la barra del café Tortoni en
la avenida De Mayo. "Se viene una devaluación de 35 o 40 por ciento
y una pesificación de todos los contratos, de todos los servicios,
de todas las deudas", explicaba el mayor de los dos. "Van a sacar una canasta
de cuatro monedas: el peso, el dólar, el euro y el real (brasileño)",
agregó para mí, entrometido en su charla, proponiéndome
una ecuación que me dejó patidifuso.
?El euro vale 89 centavos de dólar, el real está
a 2 pesos 20. Multiplicá esos números por 35 o por 40 por
ciento y allí tenés la devaluación.
?Más fácil, che ?me aclaró su amigo?.
El peso se va a 1.30, pero acordáte de mí, decilo en México.
En febrero va a estar en 2.30.
Regresé al calor, con perceptibles pero escasas
gotitas de llovizna que el aire del verano traía desde el mar, y
seguí caminando hacia la plaza del Congreso, donde esta madrugada,
para contener a la multitud que golpeaba tapas de cazuela en las esquinas
protestando contra Duhalde, la policía aglutinó una impresionante
concentración de bomberos, granaderos y policías federales,
mientras los helicópteros patrullaban la noche en un despliegue
de fuerza muy superior al de los días anteriores.
No sé cómo ?el calor confunde, ataranta?,
derivé hacia la plaza del Obelisco y tomé por Corrientes.
Iba distraído, mirando los titulares de los diarios que destacaban
la enorme votación obtenida por Duhalde en la sesión conjunta
de senadores y diputados que lo elevó al poder, cuando vi los cuerpos
de dos muchachas en paños menores, moviéndose en la penumbra
de un estanquillo. El sitio ?tres metros de ancho por diez de fondo? tenía
una barra de cristal en forma de herradura, que corría a lo largo
de una tarima pintada de negro. Las paredes cubiertas de espejos duplicaban
los rostros y las espaldas de tres parroquianos. Pronto quedé frente
a mi propia cara, esperando una cerveza y la ocasión de preguntar.
?No somos bailarinas, no salimos con los clientes ?me
informó, áspera, una falsa rubia de 20 años, vestida
con una pantaleta de licra morada y un brassier negro, que tapaban, sin
afán de enseñar, unas caderas anchísimas y unos pechitos
enjutos, la ruina de su cuerpo deforme?. ¿Querés el menú?
Hay pebetes (sandwiches), empanadas, aceitunas...
Era una cafetería, no el disfraz de un burdel.
En los años ochenta, negocios como este proliferaron en Buenos Aires
a instancias de un gallego ingenioso que hizo buena plata y después
murió. Este sitio, llamado Vedettes, era una especie de renacimiento...
con muy relativo éxito, deduje al ver los precios, iguales a los
de cualquier otro café del centro. Las meseras semidesnudas, un
privilegio con esta temperatura sofocante, no eran sino un recurso más
para atraer consumidores. Todo se vale en el mundo libre.
Caminando sobre Corrientes perdí horas cubriéndome
los dedos de polvo en las maravillosas librerías de viejo, buscando,
por decir algo, la famosa traducción de Borges a las Palmeras
salvajes de Faulkner, que nadie tuvo, y después crucé
la zona de los teatros ?en la ciudad que cuenta con más teatros
en todo el continente americano?, leyendo de reojo los anuncios de piezas
tales como Los monólogos de la vagina y Diálogos
con el pene, o El romance del Romeo con la Julieta, y cosas
ligeras por el estilo, cuando la marquesina del Teatro del Nudo me llamó
la atención: Humor calvo. "La obra que fracasó en
Europa, ¡ahora en Buenos Aires! Pocas funciones a pedida del público".
Un chiste, me dije, un chiste finalmente en medio de tanta
amargura. Pero Corrientes es una arteria interminable y mucho más
adelante pasé frente a las tiendas de ropa. "Todos los vestidos
a 10 pesos", "Liquidación", "Nos vamos", "Aproveche", "Sólo
hoy y mañana", etcétera. Una tiendita, en cambio, pregonaba
con timidez su oferta: "Combo, dos panchos y una pepsi 2 pesos". Los panchos,
recordé, son los hotdogs de acá: pan con chorizo.
Esta noche, al cerrar la crónica, la televisión
denuncia que hay una desenfrenada retiquetación en las tiendas de
productos alimenticios y, en algunos casos, se han detectado alzas hasta
por 60 por ciento en relación con los precios de ayer. Llamo a un
amigo diputado por teléfono y me lo confirma: "Los abarroteros se
están cubriendo al subir los precios al doble de lo que se espera
que sea la devaluación. Pero también pueden darse problemas
de desabasto".
Falta poco para la media noche y la ciudad está
tranquila. Es una simple tregua. La gente esperará hasta el viernes,
cuando Duhalde anuncie oficialmente la devaluación en el contexto
de un paquete de medidas económicas que no habrán de complacer
a nadie. Eso hay que darlo por hecho. Sobre todo porque el nuevo gobierno
reiterará que sigue el odiado corralito, que impide a los
ahorradores sacar más de 250 pesos-dólares a la semana o
mil de un solo golpe al mes. Y como estos son días de principio
de mes, las noticias más frecuentes de esta jornada han sido las
relativas a los asaltos. La política ciudadana, la de las cacerolas
iracundas, volverá por sus fueros, como dice aquí la gente,
cuando empiece el week-end, que puede ser también el principio
del end de la presidencia de Duhalde. O el begining de la
mano dura.
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