Los intelectuales y la guerra
Los nuevos intelectuales izquierdistas deberán decir lo que necesita ser dicho sobre los Estados colonialistas, sin importar las sensibilidades étnicas de sus colegas. Sobre todo deberán reconocer que viven en un imperio que tiene la responsabilidad de reconocer que los imperios nunca llevan a cabo guerras humanitarias, sino contra la humanidad
James Petras
La oposición de los intelectuales occidentales de izquierda a la guerra desvastadora de Estados Unidos contra Afganistán virtualmente se ha derrumbado. Esto trae a colación la pregunta de si ante el fin de una tradición de la oposición intelectual se requiere un nuevo principio, lo que conlleva una severa reflexión sobre el pasado reciente.
Desde mediados de los años sesenta ya había signos claros de la retirada intelectual, cuando muchos intelectuales apoyaron la guerra estadunidense en Vietnam, hasta que fue obvio que no podía ganarse, y sólo entonces se opusieron. Para principios de los setenta, muchos intelectuales de izquierda abandonaron su breve idilio con los movimientos sociales pacifistas y contra el racismo para volver a las filas del Partido Demócrata y su líder simbólico de los estándares liberales, George McGovern.
El primer signo inequívoco del redescubrimiento de la naturaleza virtuosa del imperialismo llegó durante la presidencia de Carter. Luego de que dictadores y gobernantes coloniales apoyados por Estados Unidos fueron expulsados de Etiopía, Nicaragua, y especialmente de Irán, y con nuevos regímenes radicales de izquierda en Afganistán, Angola, Mozambique y Guinea Bissau, el gobierno de Carter lanzó una ofensiva militar contrarrevolucionaria acompañada de retórica de derechos humanos. La presidencia de Carter armó y organizó una variedad de fuerzas reaccionarias para destruir o socavar a los nuevos gobiernos. Cientos de millones de dólares en armamento fueron canalizados a Savimbi, en Angola, los contras de Nicaragua, los Renimo en Mozambique y caciques tribales en Afganistán. Muchos intelectuales occidentales, sin embargo, estaban intoxicados por la retórica sobre derechos humanos de Carter.
Esta abierta contraofensiva imperialista devastó los países en los que fue practicada, además de que hizo retroceder reformas progresistas; se justificó como parte de la campaña de derechos humanos y un sector significativo de la izquierda lo apoyó. La masiva intervención estadunidense en Afganistán fue respaldada por el dictador militar paquistaní, general Zia, su policía secreta y la tesorería de Arabia Saudita. Estados Unidos y sus estados clientes reclutaron decenas de miles de voluntarios fundamentalistas de todo el mundo árabe. Procedieron a destruir las escuelas mixtas, las instituciones laicas, a degollar a cientos de mujeres que eran maestras en escuelas rurales y a los beneficiarios de un programa secular de reforma agraria gubernamental.
El levantamiento de los caciques tribales y de mercenarios en el extranjero, patrocinado por Estados Unidos, forzó al gobierno laico de izquierda de Kabul a pedir a la Unión Soviética ayuda militar y soldados.
La intervención estadunidense y la contrarrevolución sirvieron a dos propósitos: derrocar al régimen de izquierda y provocar que la Unión Soviética entrara en una guerra terrestre de desgaste. La secuencia de acontecimientos da un contexto importante para entender la traición de los intelectuales occidentales. La verdadera secuencia del establecimiento de un gobierno laico de izquierda en Afganistán, seguido por un terrorismo patrocinado por Estados Unidos contra la población civil y finalmente la intervención soviética, producto del pedido de un aliado y vecino, fue totalmente oscurecida por la maquinaria propagandística de Washington. El levantamiento provocado por Estados Unidos fue descrito como "la invasión soviética a Afganistán", la intervención de mercenarios fundamentalistas fue bautizada como "la lucha afgana mujaidín por la liberación". Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional del presidente Carter, se jactó abiertamente de que la intervención militar estadunidense comenzó seis meses antes de que los soviéticos ingresaran a Afganistán y que fue diseñada para debilitar al régimen de Kabul y obligarlo a presionar a las tropas terrestres soviéticas.
Casi la totalidad de la izquierda occidental -y la mayor parte de la izquierda en el tercer mundo- se puso del lado de Washington en su ataque contra la "intervención soviética". Prácticamente ningún intelectual occidental apoyó al asolado régimen laico en sus campañas por la igualdad de género mediante la educación y la reforma agraria.
A medida que los distintos caciques retrógradas avanzaban contra las tropas afganas y soviéticas, violaron y asesinaron a miles de mujeres trabajadoras, obligaron a miles de doctoras y maestras a huir al campo o a encerrarse en sus casas y a usar burka.
Ninguna de las organizaciones feministas occidentales ni ninguna de las líderes feministas marxistas denunciaron la contrarrevolución forjada por Estados Unidos ni el revés que sufrieron las reformas a manos de los fundamentalistas tribales. En cambio, todos se unieron al "doro antisoviético". La mayoría de las sectas de izquierda, la sopa de letras que forman tantas siglas de grupúsculos trotskistas, maoístas y anarquistas agregaron su retórica antisoviética a la campaña estadunidense. Algunos, desde luego, criticaron a los mujaidines por sus excesos y buscaron un cacique tribal progresista y de tercera vía.
La retirada de los intelectuales occidentales de izquierda (IOI) que enfrentaron el Afganistán I fue de importancia estratégica. Al encontrar un terreno común con los intereses y políticas de Estados Unidos, los IOI comenzaron el proceso para socavar toda noción de imperialismo como la principal característica definitoria de la naturaleza de Estados Unidos como Estado.
El "nuevo pensamiento" comenzó en 1980 y provocó que varios IOI concibieran el imperialismo como simple política, no como estructura de poder y expansionismo ecomómico. La política imperialista, por lo tanto, era sólo un producto de la constelación específica de funcionarios gubernamentales compitiendo entre ellos. Como resultado, la política exterior imperialista o humanitaria dependía del contexto, valores e influencias de los políticos. Los "nuevo pensadores" entre los IOI procedieron entonces a atacar a la izquierda antimperialista por ser "antiestadunidense" o "marxista ortodoxa", porque los antimperialistas insistían en nunca encontrar nada positivo en la política de Estados Unidos. Uno de los elementos positivos que citaban como ejemplo era la oposición de Washington a la "invasión soviética a Afganistán". Así, los IOI suspendieron todo juicio crítico y cualquier investigación seria en torno al levantamiento tribal respaldado por Estados Unidos y el ingreso soviético. Después del Afganistán I, un importante sector de los IOI se unió a las filas del imperialismo humanitario.
Los estrategas políticos en Washington se dieron cuenta de que valía la pena repetir su exitosa fórmula para asegurar el apoyo de los intelectuales occidentales. Y tenían razón.
Washington justificó su intervención en Granada argumentando el intento "estalinista" de derrocar a un gobierno populista. En Panamá, justificó su invasión declarando su oposición al narcodictador Noriega. En la Guerra del Golfo, Estados Unidos fue a la guerra para oponerse a que surgiera "un nuevo Hitler". El imperialismo humanitario ganó así algunos IOI más. Se mostraron indecisos en su posición, pues algunos alegaron que estaban "opuestos" tanto a las fuerzas invasoras estadunidenses como a los dictadores. Olvidaron que la invasión imperialista destruye a un país y su derecho a la libre determinación, condición previa a cualquier lucha contra un gobernante dictatorial.
Esta ecuación simplista, consistente en equiparar ejércitos imperialistas e invasores con dictaduras locales que se oponían a la invasión del país en cuestión, se convirtió en el signo distintivo de la evasión y decadencia moral de los IOI. La "teoría del doble demonio" fue un punto de tránsito entre el antimperialismo congruente y las apologías del imperialismo humanitario. La naturaleza del régimen que se oponía a la invasión imperialista es secundaria a la conquista imperial del poder, particularmente a juicio de los intelectuales en los estados imperiales. La elección no era entre el imperialismo humanitario o las dictaduras del tercer mundo, sino entre la libre determinación y la recolonización.
La discusión en torno a la guerra comienza con esta elección básica dentro del sistema estatal. La dinámica histórica necesaria para la conquista imperial exitosa en una región lleva inevitablemente a mayor agresión y mayores conquistas en otras regiones. El resultado son guerras continuas que devastan países y continentes. Es por esto que la oposición a los dictadores locales queda subordinada a la lucha antimperialista.
Antes y durante el siglo XX, y especialmente durante sus últimos 25 años, las mayores guerras siempre fueron de naturaleza antimperialista. Washington comenzó en Granada, siguió con Panamá e Irak, y luego los Balcanes, Afganistán y otros países por venir. Cada vez que Washington ejerce su poder imperial es más devastador en su aplicación y más destructivo en sus consecuencias.
La dinámica del imperialismo histórico se ha perdido para los IOI que consumen la propaganda humanitaria con la que Washington y sus medios voceros bombardean al mundo, perdiendo de vista la interrelación entre una guerra imperial y otra.
El momento clave para los OIO fue la Guerra del Golfo. Este fue el "último frente" para la izquierda, antes de su colapso durante los salvajes bombardeos de la OTAN y su ocupación en los Balcanes. Sólo días antes, cuando Bush padre lanzó su ataque militar sobre Irak, la mayoría de los intelectuales de izquierda se opusieron a la guerra, exigieron un acuerdo diplomático y la retirada pacífica de las tropas iraquíes de Kuwait, o simplemente se opusieron a la intervención de Estados Unidos, a la que consideraron parte de una estrategia motivada por el interés en el petróleo. La victoria militar rápida y contundente de Washington -asistido por sus socios menores europeos-, lograda con mínimas bajas, convirtió a un público dividido en mayoría en favor de la guerra. Gran parte de los OIO que se oponían a la guerra quedaron silenciados. Muchos se retiraron o se unieron al coro pro bélico de los ex intelectuales de izquierda, atados a la política exterior que no sólo aplaudió la guerra, sino que exigió entrar a Bagdad.
La satanización de Saddam Hussein en la probaganda estatal (el "Hitler árabe") fue repetida por los izquierdistas arrepentidos. En forma convenciera abdicaron de su inteligencia crítica y apoyaron la partición y ocupación del territorio, aire y mar iraquíes, lo mismo que el genocida bloqueo económico que ya ha provocado la muerte de 500 mil niños.
La fusión de los sentimientos pro israelíes y pro imperialistas provocó un estrato intelectual particularmente virulento que encontró amplio espacio en los principales medios impresos y electrónicos. Sus ataques personales contra intelectuales de izquierda con principios sirvieron para intimidar o minimizar las críticas de sus indecisos colegas.
Una vez más, la retórica del "doble demonio" emergió. El asesinato en masa de cientos de miles de iraquíes, la colonización de facto del país, el bloqueo económico, el espionaje legalizado para identificar objetivos de bombardeos por medio de inspectores de armas de la ONU fueron elementos que se equipararon con el régimen dictatorial de Hussein, quien estaba defendiendo al país de ser totalmente borrado. Las perversas políticas de los "equivalentes morales" pasaron por alto la lógica histórica de un poder cada vez mayor que conlleva a una expansión imperial creciente, y que van de la mano con la voluntad de destruir cualquier elemento de resistencia.
Irak fue el ensayo para el uso del poder militar masivo contra un poder de segunda división, al contrario de lo que ocurrió en estados marginales como Panamá y Granada. Los bombardeos y la invasión de Estados Unidos y la OTAN a Yugoslavia extendió los parámetros de la intervención a un régimen europeo que no estaba involucrado con invasión alguna, que tenía una economía de mercado y un gobierno elegido encabezado por una coalición de partidos. En este caso, el conflicto interétnico fue la punta de lanza empleada por políticos separatistas, lo que alentó a los poderes de la OTAN y sirvió de pretexto para ejecutar la intervención imperialista.
Washington se alió a los bosnio-musulmanes y al régimen croata pro fascista mientras Alemania apoyó a los eslovenos y al régimen albano mafioso, respaldado por el sector anexionista albano-kosovar... todos opuestos a la República Yugoslava multiétnica encabezada por los serbios. Washington hizo publicidad con "testimonios de atrocidades" parciales, exagerados o inventados, llenos de sangre y vísceras de la limpieza étnica serbia. Deliberadamente se omitieron degollamientos de civiles serbios por parte de voluntarios fundamentalistas musulmanes en Bosnia, o la expulsión de 200 mil serbios de la región de Krajina, ocupada por el ejército croata.
La propaganda de Estados Unidos y la OTAN, plagada de intensas imágenes de atrocidades reales o falsificadas, causó un impacto masivo en el público, especialmente en los IOI. Casi la totalidad de ellos apoyó la guerra humanitaria de Washington y su intenso bombardeo a objetivos civiles en Belgrado, Kosovo y otros sitios. Hospitales, fábricas, puentes, trenes de pasajeros, estaciones de radio y televisión fueron bombardeados. Los IOI no se inmutaron y recordaron a las víctimas bosnias en Sarajevo y a los albaneses étnicos en Kosovo.
La ceguera moral e intelectual de los IOI les impidió reconocer que la mayor atrocidad cometida en Sarajevo fue obra de los bosnios musulmanes: el bombardeo de su propio mercado, que mató a decenas de clientes, y que se hizo para asegurar la compasión de Occidente y dar a la OTAN el pretexto para intervenir militarmente "para salvar a los musulmanes del genocidio a manos de los serbios".
La ceguera moral y política aseguró que los intelectuales de las ONG obtuvieran reconocimiento de la OTAN en política ética, lo que les facilitó embolsarse millones de dólares durante el periodo de "reconstrucción". Los IOI certificados en ética cerraron los ojos durante la intervención de Estados Unidos y la OTAN en Kosovo y la subsecuente concesión de armas para el terrorista Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), y el asesinato y brutal expulsión de cientos de miles de civiles serbios, gitanos, albaneses cristianos, turcos, bosnios y judíos. El silencio ensordecedor y las abyectas apologías de los intelectuales a los bombardeos de terror de la OTAN sobre Yugoslavia y la limpieza étnica del ELK señalaron el fin de las políticas de los intelectuales de izquierda occidentales como las habíamos visto durante los últimos 50 años.
El strip tease moral de los IOI empezó con la primera guerra en Afganistán, cuando los intelectuales se despojaron de sus ropas exteriores al negarle su apoyo al régimen laico de Kabul y apoyar el levantamiento fundamentalista orquestado por Estados Unidos. Luego se quitaron camisa y pantalones al dar velado apoyo a la conquista imperialista de Irak ("¡Es que algo tenía que hacerse para detenerlo!"). En los Balcanes se quitaron los calzones en el momento que respaldaron la guerra masiva de destrucción contra Yugoslavia repitiendo como pericos la frase del Pentágono sobre la guerra humanitaria. (Algunas sectas trotskistas incluso propusieron comprar armas para los esclavistas, narcotraficantes y limpiadores étnicos del ELK.)
Es un caso de reacción política mezclada con sicosis mental.
SOBRE DOBLES DEMONIOS Y EL GRAN DEMONIO
La actual guerra de Washington evocó un mínimo de desacuerdo intelectual jamás visto en guerras imperialistas recientes. Silencio y complicidad se han convertido en hábitos. En la guerra de los Balcanes, los IOI entregaron sus principios morales y políticos. Ya no analizan la secuencia de guerras imperiales destructivas; en cambio, cada guerra fue considerada otra respuesta humana a tiranos, traficantes y terroristas. De manera igualmente reprensible, equipararon la agresión global de un tirano imperial con la resistencia de un autoritario local.
Los términos intelectuales y morales para la capitulación política se fijaron antes de que cayeran 15 mil libras de bombas (o "cortadoras de margaritas", como las define el Pentágono en un símil enfermizo) sobre Afganistán. La cobardía moral quedó enraizada en el silencio intelectual ante la lucha palestina. Abdicando de toda responsabilidad moral y principios políticos, los IOI fingieron horror ante la "violencia" en Medio Oriente.
La tortura, expulsión, asesinato y mutilación de cerca de 20 mil palestinos -cristianos, musulmanes, izquierdistas laicos- y la destrucción de miles de hogares, de hectáreas de plantíos de olivo y frutales para construir asentamientos fueron "emparejados" por el repudio a los atentados suicidas en autobuses y bares de desesperados sujetos colonizados que no tienen posibilidad de luchar contra vehículos blindados, helicópteros artillados y misiles guiados.
La cobardía y el vacío moral llevaron al silencio, a la ambigüedad y al abandono de los más elementales principios anticolonialistas. La cobardía nacida del miedo a ser etiquetado de "antisemita" por intelectuales judíos fanáticos y partidarios incondicionales de la colonización israelí de los territorios ocupados y de la expulsión de una población cautiva.
La cobardía intelectual de cara al hecho de los asesinatos cotidianos y de la tortura institucionalizada se esconde tras chimeneas ques arrojan humo pestilente. Los IOI argumentarán, por temor a las recriminaciones de sus colegas pro israelíes: "después de todo, el conflicto en Medio Oriente es importante para ellos. No es mi prioridad".
De esa forma hablan muchos IOI en ausencia de colegas pro israelíes. Palestina no es una prioridad debido al temor al etiquetamiento político y al ostracismo en los medios y los círculos profesionales.
El temor también salta de la propaganda mediática estatal y el rabioso ondear de banderas de las multitudes en el caso de Afganistán. Cuando el 11 de septiembre llevó al 7 de octubre, cuando el presidente, apoyado por ambos partidos, el Congreso y todos los medios masivos de comunicación declaró la guerra contra Afganistán y confrontó al mundo entero con su agresivo "o están con nosotros o son terroristas", la mayoría de los IOI ni siquiera titubeó. Se pusieron su uniforme, hicieron el saludo militar y procedieron a discutir objetivos de guerra, terrorismo y seguridad nacional. La "guerra total" (o el bombardeo indiscriminado de toda instalación civil o militar) se volvió un término aceptado, si bien no mencionado en el discurso antiterrorista que prevaleció entre los IOI.
Muchos ex críticos izquierdistas aceptaron las premisas básicas de la guerra: que Bin Laden y una conspiración internacional apoyada por Afganistán era responsable por el 11 de septiembre, y que Washington tenía el derecho de "defender a sus ciudadanos" mediante el bombardeo del pueblo afgano.
En la conversión de los IOI a la segunda guerra afgana fue crucial el hecho de que los atentados contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono se inflaran hasta alcanzar dimensión de acontecimiento en la historia universal, "sin precedente en los tiempos modernos", según hiperbólicos pronunciamientos que emanaron de Washington y de los medios estadunidenses, y que hicieron eco en sus contrapartidas en el resto del mundo.
En realidad, la muerte de entre 2 mil 500 y 3 mil personas difícilmente es un hecho sin precedente. Es casi el número de serbios que fueron asesinados o "desaparecidos " por el terrorista ELK durante la ocupación de la OTAN. Los bombardeos y el bloqueo de Estados Unidos y Gran Bretaña sobre Irak han causado cientos de miles de muertes de niños en menos de diez años, que equivalen a mil muertes por semana. Pueden darse muchos otros ejemplos de cómo la violencia política dirigida por Estados Unidos ha resultado en mayores índices de mortalidad que lo ocurrido el 11 deseptiembre. En una palabra, ese saldo mortal difícilmente es una tragedia humana "sin precedente". No obstante, los IOI cayeron dócilmente en la línea, recitando el mantra de los medios y extendiendo el mensaje de que la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Afganistán era una "guerra justa", con la piadosa advertencia de que debía evitar provocar víctimas civiles.
Fue una deshonesta derivación de su propia cobardía, pues los intelectuales sabían perfectamente bien que la guerra iba a consistir en un masivo bombardeo masivo de todos los objetivos, incluidos hospitales, hogares, campamentos de refugiados, etcétera. Sus reservas se vieron hundidas por la combinación de voces que celebran la "guerra justa".
Entre algunos intelectuales neoyorquinos, el ataque del 11 de septiembre sacó a la superficie valores totalitarios provenientes de su apoyo incondicional al Estado de terror de Israel. Seymour Hersh, entre otros miembros del establishment literario liberal de izquierda, defendió la tortura de familiares de sospechosos de terrorismo, citando y elogiando los despreciables métodos utilizados comúnmente por la policía secreta israelí. Los izquierdistas que ahora comulgaban con el Estado imperialista de terror conjuraron el espectro paranoide de una inminente y arrasadora ola terrorista que, según ellos, justificaba la tortura como política de "defensa nacional".
El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y el encargado de Justicia, el general Jonh Ashcroft, no fueron tan lejos como estos intelectuales de Nueva York: "solamente" arrestaron a cientos de sospechosos árabes, suspendieron los derechos del hábeas corpus y defendieron la propuesta del presidente Bush de crear tribunales militares y ejecutar a quienes fueran encontrados culpables en juicios secretos.
Las ambigüedades que durante años han hecho presa de los intelectuales neoyorquinos -su apoyo a la represión israelí de los palestinos y sus críticas a las intervenciones militares estadunidenses en otros lugares- quedaron resueltas: ahora podían apoyar la guerra de Estados Unidos contra Afganistán y las masacres israelíes de palestinos. La sinergia que produjo esta aceptación plena de la violencia barrió las últimas dudas críticas.
Los intelectuales de Nueva York apoyaron del todo la guerra total. Propagaron una visión paranoica del terrorismo en todo el mundo para atizar una guerra permanente. Estos eran los totalitarios culturales que escuchaban a Bach y elogiaban los aviones B-52, editaban revistas culturales en papel fino y sonrieron ante la imagen de Kabul en ruinas, que ensalzaron la Orquesta Sinfónica israelí e ignoraron a los 6 mil niños palestinos que quedaron inválidos en el último año de represión. Sus puntos de vista son y serán siempre de totalitarismo cultural.
Si los intelectuales neoyorquinos, por sus lazos pro israelíes, ocuparon la posición más extrema en la fiesta bélica de los IOI, hubo muchos otros que encontraron sus propias razones para justificar su capitulación ante la maquinara imperial de guerra. Feministas que originalmente habían respaldado las guerras de Carter y Clinton contra el régimen afgano, laico y progresista en términos de la igualdad de sexos (pues todos esos movimientos se opusieron a "la invasión soviética"), cambiaron su discurso y apoyaron la guerra estadunidense contra el talibán. La guerra se convirtió a sus ojos en la oportunidad de liberar a las mujeres de la opresion, olvidando que el líder afgano de la Alianza del Norte, respaldada por Estados Unidos, es un practicante de dicha opresión.
La constante en el ala feminista de los IOI no es su lucha por la igualdad de sexos, sino su leal apoyo al poder global de Estados Unidos, que practican con la esperanza de obtener fondos y lugares en la cola del reparto de comida de las ONG.
No todos los IOI apoyaron la guerra, al menos abiertamente y desde el principio. Algunos recurrieron al predecible argumento del doble demonio: equiparando los ataques del 11 de septiembre con el sostenido bombardeo de terror sobre una nación empobrecida. La muerte de 2 mil 500 ciudadanos estadunidenses por un autor intelectual cuya identidad aún queda por comprobar, fue equiparada con el terror del bombardeo de 27 millones de personas, el asesinato y tortura de miles de civiles y prisioneros de guerra, y la expulsión de entre 3 y 5 millones de refugiados que huyeron de sus hogares y poblados destruidos.
Los teóricos del doble demonio sostienen que el principio del terror es lo que cuenta, no el número de víctimas. Para los políticos imperialistas el criterio no es cantidad sino calidad: una víctima estadunidense equivale a 100 mil refugiados afganos; 20 casas de bolsa, a 20 mil hospitales, clínicas, escuelas, comercios y mercados.
La perversidad fundamental de la equivalencia moral puede verse en los dos elementos de la misma ecuación: el terror de Estado estadunidense está claro para todos; del otro lado sólo hay un gran signo de interrogación, pero con asterisco en el sentido de que nadie sospecha que el régimen afgano sea responsable de los ataques. Cuando mucho se le acusa de proveer un refugio seguro al presunto terrorista Osama Bin Laden. El gobierno afgano ofreció negociar y entregar al acusado a un tribunal internacional independiente si se presentaban evidencias concretas de su culpabilidad. No se ha dado evidencia capaz de justificar un dictamen de culpabilidad en ninguna corte que se digne de serlo, como admitió Tony Blair luego de presentar una lista de "pruebas" circunstanciales.
El tema teórico político y moral en este caso es que no existe culpabilidad por la guerra y el terror en "ambos bandos". Uno de ellos, Washington, es culpable de ejercer el terrorismo masivo en su pugna por una victoria militar. En el otro bando, al régimen afgano jamás se le ha comprobado que haya estado involucrado en el incidente terrorista en Estados Unidos y aun se mostró dispuesto a considerar una resolución judicial respecto del sospechoso que se encontraba en su teritorio. El uso de terror de Estado por parte de la administración Bush es inmoral. La propuesta del talibán de llevar a cabo negociaciones diplomáticas con base en evidencia judicial fue una propuesta civilizada y humanitaria ante los conflictos bilaterales.
Si la confianza de los IOI en la trampa de la equivalencia moral está plagada de afirmaciones falsas y conclusiones inmorales, ¿a qué propósito sirve? Para los IOI, esto proporciona una tapadera política. Les permite distanciarse de quienes defienden la independencia afgana y reafirma al Estado imperialista y su coro de simpatizantes que coinciden en que los talibanes merecían los bombardeos de Estados Unidos.
Sobre todo se cree que la equivalencia concede protección política mientras se critica la guerra al considerarla el medio inadecuado para responder al "crimen" talibán. El efecto es legitimar la causa de la agresión imperialista al tiempo que se condena la belicosa respuesta. En el mundo real, la asociación que hicieron los IOI del régimen afgano y Bin Laden con el incidente terrorista del 11 de septiembre intensificó el sentimiento de que el imperio fue herido. Después de haber alimentado el frenesí de terror de los medios, las críticas de los IOI a la guerra se antojaban inconsistentes. Después de reforzar la justificación enarbolada por el Estado, las dudas de los IOI sobre la guerra alcanzaron a pocos y convencieron a menos aún.
Como en toda guerra imperialista previa, la izquierda oportunista evita las cuestiones fundamentales y enfoca su atención sobre temas secundarios para justificar su hipocresía política. Se centra e infla todos y cada uno de los defectos en las políticas y prácticas del régimen que se opone al poder imperial; menciona la opresión de las mujeres, el analfabetismo, los índices de mortalidad infantil, el autoritarismo y la falta de libertad religiosa. Las políticas reaccionarias de los talibanes son vistas a través de un microscopio y este mensaje bombardea repetidamente a todo el mundo. El mensaje real es que el régimen merece ser destruido y los bombardeos saturados de B-52 son un acto liberador.
Los IOI no apoyan realmente las acciones de los B-52: solamente contextualizan ese acto de violencia y después se truenan los dedos de desesperación. Las fuezas retrógradas apoyadas por Estados Unidos y la destrucción del mínimo tejido social que existía en Afganistán son vistos a través de un telescopio que también evoca el tronar de dedos.
Los IOI evitan tratar asuntos fundamentales como la libre determinación, el anticolonialismo y el régimen clientelar impuesto por el imperialismo, así como el pasado, presente y futuro de las invasiones imperialistas. Estos temas son enterrados y, en cambio, los medios presentan una discusión sobre la libertad de la que ahora disfrutan, por ejemplo, un cambista de Kabul, los vendedores de videos en Kandahar y los propietarios de burdeles en todos lados.
Si en Nueva York los intelectuales dan consejos a los detectives, aplauden los bombardeos y claman por nuevas guerras contra "los árabes", en Los Angeles altos funcionarios y actores ofrecen voluntariamente sus servicios a los conquistadores militares. El 3 de diciembre de 2001, más de 40 altos ejecutivos de cine y televisión y líderes sindicales se reunieron con Karl Rove, asesor político de la Casa Blanca, y Jack Valenti, presidente de la Asociación Cinematográfica estadunidense, para planear la manera en que la industria cultural podía movilizar apoyo para Estados Unidos en la guerra, alentando a las tropas en el terreno en actos que se difundirían a todo el mundo.
El primer pelotón terrestre -que incluía a George Clooney, Matt Damon, Andy García y Julia Roberts- viajó a las bases militares estadunidenses para fomentar el espíritu bélico. Las "estrellas" de cine, fungiendo como representantes de la cultura mediática estadunidense, están jugando un papel principal en las herramientas propagandísticas de la guerra imperial.
En un acto emblemático del salvajismo de esta guerra, David Keith, quien estelarizó la cinta bélica Tras las filas del enemigo, dijo a marineros estadunienses en un portaviones sobre el mar de Arabia: "ustedes son nuestros puños que les destrozarán las manos y nuestros dientes con los que les arrancaremos la garganta". (Financial Times, 2/12/01, p. 9.)
Hollywood prepara una serie de películas que se encargarán de mostrar de manera explícita la postura de Washington sobre la guerra cuidando tanto el aspecto visual como el de contenido. El propósito es convencer al público estadunidense del apoyo que debe brindar a la expansión de la guerra hacia otras regiones, así como preparar a la ciudadanía para aceptar víctimas en el futuro (de ser necesario); esto lo logrará presentando las invasiones estadunidenses como guerras justas con amplia probabilidad de lograr victorias.
Estas películas de propaganda "recontextualizarán" los hechos de guerras pasadas, según afirma un productor hollywoodense. Una cinta basada en la invasión de Estados Unidos a Somalia presentará a los africanos como agresores y a las tropas invasoras estadunidenses como liberadoras. El papel de Hollywood en las guerras de conquista es importante. El mensaje político de estos filmes comlementará la retórica imperialista de Washington al glorificar a los depredadores imperialistas, "personalizar" las conquistas incluyendo romances entre conquistadores y conquistados, al tiempo que ennoblece las conquistas al omitir la tortura y la destrucción de civiles. Las películas transformarán a las víctimas en verdugos y a los conquistadores en libertadores, y ensalzarán a los colaboradores locales calificándolos de patriotas.
¿Qué obtiene Hollywood con esta colaboración "voluntaria" con el Estado? Como corporaciones multimillonarias, comparten intereses e ideologías con los políticos imperialistas. También esperan capitalizar la fiebre bélica atrayendo grandes públicos y abundantes ganancias. En otras palabras, esperan retacar sus arcas transmitiendo la propaganda estatal.
La radio y la televisión también se unieron a las filas de la maquinaria bélica desde el 11 de septiembre. Uno de los principales locutores de noticias, Daniel Rather, de CBS, afirmó públicamente que estaba "listo para recibir las órdenes del presidente Bush". La televisión saturó los hogares y oficinas con imágenes, entrevistas y comentarios de apoyo al bombardeo sobre Afganistán. Excluyeron toda "noticia negativa" y minimizaron o justificaron la posibilidad de que hubiera víctimas civiles y fustigaron a la oposición, tanto en Afganistán como en el resto del mundo, a la reacción estadunidense.
Las fuentes citadas en las "noticias" en la radio y televisión provenían, invariable y exclusivamente, del gobierno estadunidense, expertos belicistas o de sus caudillos. Estos sesgados comentarios reforzaron la posición política oficial de Washington. Los medios censuraron cualquier mención a la complicidad de Estados Unidos o su responsabilidad en atrocidades presentes o pasadas, como la tortura y asesinato de 600 prisioneros en Mazar-e-Sharif.
Ningún medio mencionó el apoyo estadunidense a los fundamentalistas en su combate contra el régimen laico afgano en los ochenta. No se dijo una palabra sobre las relaciones de Washington con los fundamentalistas de Bosnia, Kosovo, Chechenia y Macedonia que existían desde los años noventa y que se extendieron hasta el nuevo milenio. No hubo una sola discusión en los medios sobre el subsidio de 40 millones de dólares que Washington dio a los talibanes en mayo de 2001, con el fin de destruir la red de cultivo y transporte de opio. Sobre todo, los medios evitaron relacionar la huida de millones de afganos con los bombardeos estadunidenses sobre ciudades y poblados.
Enfrentados a la arremetida de los medios, la mayoría de los intelectuales occidentales se retrajeron hacia el "horror del 11 de septiembre" como excusa por su falta de voluntad para declarar públicamente la oposición a la guerra total.
De cara a la tragedia del pueblo afgano causada por los masivos bombardeos y asaltos asesinos por parte de la clientela de caudillos que están destruyendo el país y dejando sueltos a narcotraficantes y bandidos que lo saquearán todo, con excepción de caravanas armadas de comerciantes provenientes del extranjero, la mayoría de los intelectuales occidentales de izquierda que no hayan sucumbido a la tentación totalitaria se retirarán a sus libros, bibliotecas y oficinas. ¿Esto se da por cinismo, o por cobardía? Ante los monstruosos crímenes contra la humanidad, retornarán a sus estudios sobre temas crípticos y a sus mundanas tareas cotidanas.
Existen intelectuales y periodistas disidentes y valientes como el periodista británico Robert Fisk, quien es un valeroso ejemplo de esta minoría y pregunta si debe haber un Tribunal para Crímenes de Guerra para los perpetradores de la guerra total. Aún esperamos respuesta de los IOI.
Manifestantes que protestan contra la guerra son ignorados por los medios y calumniados por su antiamericanismo por los nuevos totalitarios de derecha, intelectuales franceses como Bernard-Henry Levy y Jacques Julliard. Estos intelectuales, Amigos de América, sólo saben de Estados Unidos como imperio e ignoran su linaje revolucionario antimperialista.
Muchos ex IOI eliminan su ansiedad arrojando espumarajos chovinistas y celebrando la "guerra justa". Otros vacilan en medio de la equivalencia moral. La mayoría se retrae hacia reflexiones apolíticas.
Los intelectuales occidentales de izquierda han llegado a un callejón sin salida. La actual rendición intelectual tiene sus raíces en el reflejo condicionado anticomunista de principios de los ochenta y en el apoyo de autoengaño de las guerras imperialistas supuestamente humanitarias de la década de los noventa. Su torcida evaluación en el sentido de que la guerra total era una "guerra justa" es una perversión de imperativo moral al servicio del imperio. "Las guerras imperialistas -escribió Jean Paul Sartre- son el cáncer de la democracia."
El renacimiento de la práctica de la intelectualidad occidental de izquierda requerirá más que una inteligencia crítica: necesitará una valentía moral capaz de resistir la elección fácil de los dobles demonios y las equivalencias morales. Los nuevos intelectuales izquierdistas deberán decir lo que necesita decirse sobre los estados colonialistas, sin importar las sensibilidades étnicas de sus colegas. Sobre todo, deberán reconocer que viven en un imperio que tiene una responsabilidad especial en reconcer que los imperios no llevan a cabo guerras humanitarias, sólo guerras contra la humanidad.
Traducción: Gabriela Fonseca