Ť El pueblo recuperó a Nezahualcóyotl como símbolo de lucha
Atenco volvió los ojos al pasado en defensa de la tierra... su vida
Ť No hay expresiones de abandono o resignación, sólo de rabia
Ť "Esperamos en Dios que nada pase", dice líder del movimiento
MARIA RIVERA
Ahora viene la de a deveras, advierte don Francisco Alarcón Huerta, campesino de 76 años, nacido y criado en San Salvador Atenco, con ojos de haber visto crecer, en "tiempo de verde" muchas milpas, pero también de conocer sobre sequías y hambre. Ante el grupo de hombres que lo rodea en la plaza del pueblo, que se ha convertido en eje del movimiento de resistencia a la construcción del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, asiente:
"Esperamos en Dios que no pase nada, pero si sucede, Ƒqué vamos a hacer? šDefendernos!". Señalan las pequeñas piezas de artillería que utilizan durante la representación del 5 de mayo. "Con esos cañoncitos, con palos, con lo que sea... A nosotros el aeropuerto y los dólares no nos servirían de nada. Seríamos como gatos en una carnicería: mirando el tasajo, sin poder comerlo".
Sabe mucho, dicen sus acompañantes con un susurro. Habla náhuatl, conoce la historia de los abuelos, los mexicas; la vida de Netzahualcóyotl, el rey-poeta; la participación del pueblo durante la Revolución. Tiene las respuestas que necesita la comunidad para reconstruir su historia.
Lentamente, primero en náhuatl y luego en español, el campesino repite el discurso que alguien trajo de rumbos zacapoaxtlas, y que es la parte medular en la representación de la gesta del ejército de Zaragoza. Las palabras hablan de la nueva y siempre misma lucha por la tierra.
"Hermanos mexicanos: ha llegado el momento de tomar las armas, porque a nuestro territorio arribaron tropas de diferentes naciones. No permitiremos que se lleven lo que nuestros abuelos, nuestros antepasados, nos dejaron. Quieren acabarnos, perdernos, matarnos como animales. No lo vamos a permitir, no nos vamos a dejar. Si hemos de morir, lo haremos. Nosotros, nuestros hijos, nuestras esposas: pero no dejaremos que se queden con lo nuestro".
Silencio a su alrededor; se aprietan puños
En los rumbos del vaso de Texcoco no hay expresiones de abandono, desamparo, decaimiento y, mucho menos resignación. Sólo rabia. Desde el 22 de octubre, fecha en que recibieron la notificación de expropiación -que ellos llaman su sentencia de muerte como pueblos-, volvieron los ojos a los símbolos de sus antepasados, y emprendieron el camino, largo, desgastante, pero elegido, de la resistencia contra el poder federal.
La consternación y el dolor duraron apenas un día. Aquél en que supieron que, desde un escritorio del gobierno federal, alguien indiferente a su historia había decidido "por causa de utilidad pública" que 4 mil 500 hectáreas, distribuidas en 13 ejidos, terminarían convertidas en edificios, plataformas, áreas operacionales de la nueva terminal aérea. Concreto y asfalto privatizado, ya que según la Secretaría de Comunicaciones y Transporte, las obras se financiarán, en su mayor parte, con capital privado nacional y extranjero.
Con el sentido común que da la pobreza de siempre, hicieron sonar las campanas de la iglesia del Divino Salvador, y juntos, decidieron defender el campo, la tierra, su vida. Armados de machetes, varillas, palos, se encomendaron a San Salvadorcito, enfrentaron la fuerza pública y bloquearon la carretera federal Texcoco-Lechería. De pronto, estos polvorientos pueblos ignorados, a los que ningún capitalino se adentra salvo que busque una trabajadora doméstica o un peón, se asomaron a las primeras páginas de los diarios y a los principales noticiarios nocturnos con su no rotundo al poder.
Están en rebeldía. Lo dicen con todas sus letras. Los pueblos afectados por el decreto se mueven como uno solo, negando en los hechos las afirmaciones de funcionarios del gobierno mexiquense de que son sólo unos cuantos los reacios a aceptar indemnizaciones de entre 70 y 250 mil pesos. Basta que unos truenen cohetes anunciando la llegada de maquinaria o personajes sospechosos, para que todos agarren salgan a ver qué pasa, a quién hay que ponerle un alto.
Relaboración de la historia
Hoy la vida de Atenco pasa por la plaza. Ahí, a manera de coro, recuerdan, conversan y enjuician los avatares del movimiento de resistencia. El oído colectivo está atento. Qué cuenta aquél, qué dice ese otro, qué detalle queda por aclarar. No es posible una plática entre dos. Cuando menos se espera, alguien apunta, desde un extremo: "no, así no fueron las cosas, pasó esto y lo otro".
En esta relaboración de su historia, una de las figuras que regresan una y otra vez, como símbolo de su lucha, es la de Netzahualcóyotl, rey de Texcoco, que conformó la triple alianza con Tacuba y Tenochtitlán, antes de la llegada de los españoles. Son un pueblo con raíces, repiten a quien quiera escucharlos, porque si algo les caló de las declaraciones vertidas a raíz del decreto expropiatorio es que algún obtuso funcionario dijera que Atenco había surgido apenas décadas atrás, en 1928, cuando recibieron los primeros títulos de propiedad ejidal.
Somos herederos de los primeros mexicanos, afirman orgullosos. Como señas de identidad muestran el parque de los ahuehuetes, donde tenía su jardín el soberano-poeta. Era un paraíso, con tantos, tan incontables viejos del agua, que llegaban hasta el lago. Y, en el cercano cerro de Huatepec, afirman como si lo vieran, se sentaba él a escribir poemas, mientras miraba el lago.
Pero no todo es historia antigua. También recuerdan que sus padres y sus abuelos fueron peones en la hacienda grande, ganando 12 centavos diarios por jornales de sol a sol a principios del siglo pasado. Supieron lo que eran las deudas infinitas en las tiendas de raya y no tener siquiera un apellido propio, porque había que comprarlos o esperar que se los otorgara el hacendado. Y los que no tenían nada, se pusieron Pájaro, por eso hay tantos revoloteando por el pueblo. Así que cuando estalló la Revolución se fueron a pelear con los zapatistas, para tener un pedazo de tierra, suyo, propio, donde nadie les dijera qué hacer o qué no. Y gracias a aquella lucha ahora la poseen.
No, vuelven a repetir, no es cierto que sean un pueblo sin historia.
Y tienen razón al decir que en Atenco el pasado aflora a cada paso, no es una metáfora. Piezas de origen prehispánico aparecen mientras aran sus tierras o quedan al descubierto al caer las lluvias.
Un grupo de niños pinta un mural expresando su rechazo al aeropuerto en una de las paredes el pueblo. Néstor Altamirano, de nueve años, es uno de ellos. Entre avioncitos, milpas y soles, dibuja una figurita similar a la que encontró su abuelo mientras trabajaba su parcela, esa a la que le falta "un cachito en la cabeza".
"No quiero que se edifique la terminal aérea", dice abriendo aún más, sus grandes y brillantes ojos. De grande le gustaría ser arqueólogo, para enseñarle ídolos a los turistas. "Porque ellos -dice apuntando hacia su creación- son nuestras raíces".
Pocos como don Miguel del Valle Rosas, de 85 años, tienen tan presente el pasado de su pueblo. Tenía 10 cuando su hermano Odilón, dirigente campesino, organizó a los hombres del rumbo para ir a recoger los títulos de propiedad a Chalco a fines de los veinte. Recuerda la felicidad que los embargó. Seguían siendo pobres, cierto. "Pero ya uno llegaba con confianza a su parcela, ya sabía dónde sembrar sin que nadie le dijera nada". Eran tiempos en que todo mundo era campesino, se hablaba en "mexicano" (náhuatl) y no había fábricas ni nada de eso.
Grandes ríos alimentaban el lago de Texcoco que lucía rebosante. El agua brotaba en abundancia de los pozos atrayendo la vegetación. Los pobladores de la rivera, como los de Atenco, siempre tenían a la mano pescados, patos, chichicuilotes (pájaros), ahuahutle (hueva de pescado), mosco, gusanitos para el temictle. Y en tiempo de verde salían a juntar romeritos, quelites o lo que Dios socorría.
Las tierras eran tan fértiles que daban para tres cosechas de maíz: el marceño, el abrileño y el maíz chico, que se sembraba en junio y se recogía en agosto. Los ahuehuetes de Netzahualcoyotl tenían mucho follaje y atraían tanto visitante que Lázaro Cárdenas -"el único presidente que nos favoreció"- mandó a construir el parque y un pequeño museo para exhibir los restos arqueológicos encontrados por el rumbo. También llegaban muchas peregrinaciones para visitar el señor de Esquipulas, imagen que se venera en una pequeña ermita construida en 1571.
Pero un día, continúa su relato don Miguel del Valle, comenzaron los malos tiempos. Decidieron secar el lago y dejó de llover. Empezaron a escasear las aves y las fuerzas de la tierra sólo daban para una cosecha. Se instalaron fábricas en las inmediaciones del municipio, como la de Sosa Texcoco, que extraían y elaboraban derivados de alga espirulina. En 1993 la factoría se declaró en quiebra y se marchó, dejando sin sustento a más de 600 familias y graves secuelas para la ecología. Extrajo tanta agua durante los más de 30 años que funcionó que los mantos freáticos bajaron, dejando, por lo pronto a los ahuehuetes sin sustento.
A mediados de los 80 la autoridad municipal decidió que los moribundos árboles eran inservibles y los mandó a derribar. En su lugar crecen unos escuálidos eucaliptos y truenos, pero la mayor parte del lugar está ocupado por chapoteaderos, toboganes y unas hollywoodescas réplicas de pirámides prehispánicas. Del jardín del emperador-poeta sólo queda la leyenda.
Por las noches, tal vez por la pena, agrega don Miguel, todavía se puede escuchar a Netzahualcóyotl cantar y recitar sus poemas en náhuatl.
"Para acabarla de amolar nos quitaron a Tláloc en los 60. Llegaron a Cuautlinchán -pueblo a escasos cinco kilómetros de Atenco- y se los quitaron a la fuerza. Pero qué podía hacer la gente. El gobierno dijo me lo llevo y se lo llevó. Hubiera visto, como mis dedos, formados, estaban los soldados a los lados de la carretera. Desde entonces llegó la sequía y se nos vino la de malas".
ƑLotería? šni siquiera reintegro!
La de malas, para este campesino que crío y educó a sus siete hijos con el fruto de su parcela, abarca los tiempos actuales. No cree que con el aeropuerto los pobladores del rumbo se ganen la lotería. Ni siquiera reintegro. "Dicen que vamos a mejorar, šmentira! El pueblo qué va a hacer sin sus tierras... šAh!, no, no lo va a creer pero nos moriríamos de tristeza, arrinconados como ratones".
Para el arqueólogo Luis Morett Alatorre, uno de los mayores conocedores de la zona y director del museo de la Universidad de Chapingo, es comprensible que un pueblo vuelva sus ojos hacia su pasado, ante un hecho que podría acabar con su mundo . "Tal vez haya inexactitudes históricas, advierte, pero yo no me atrevería a poner en duda sus creencias. Si ellos necesitan recuperar la figura de Netzhualcoyotl šAdelante!.Los pueblos son lo que son, pero también lo que quieren ser".
En caso de que el proyecto prospere, advierte, se prevé una migración masiva hacia el área ( Texcoco pasaría de 200 a 600 mil habitantes en tres años), un deterioro escandaloso del nivel de vida, carencia de servicios, y la desarticulación de las formas de organización del trabajo y de los valores culturales de las comunidades. "Algo similar a lo que ocurrió en Netzahuacóyotl, Chimalhuacán y Nuevo Chalco".
José Saramago relata, en La Caverna, la sensación del alfarero Cipriano Algor, cuando recibió la noticia de que la fábrica que compraba sus piezas de barro había decidido pedirle menos, ante el avance de los productos de plástico. "La orden llegó de arriba, de los superiores, de alguien para quien es indiferente que haya un alfarero más o menos en el mundo. Lo que ha sucedido puede ser el primer paso; el segundo que dejen de comprar en definitiva. Debemos prepararnos para ese desastre, sí, prepararnos, pero ya me gustaría saber cómo se prepara una persona para encajar un martillazo en la cabeza".