Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Miércoles 23 de enero de 2002

Cultura

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Fernando del Paso

Los derechos de autor en primer plano

Conociendo como conozco, y admiro, a los participantes de Primer Plano de Canal Once, no me atrevería a calificar como dislates o despropósitos lo que, hace unos días, expresaron en su programa sobre la legislación que pretende dar fin a la exención de impuestos a la obra de los escritores mexicanos. Pero sí me permito reprocharlos por lo que considero argumentos irreflexivos.

Antes, sin embargo, de rebatir lo dicho por estos señores, quisiera plantear algunas cuestiones.

La Secretaría de Educación Pública (SEP) asegura que en México existen 5 mil bibliotecas. Si suponemos -lo cual no es mucho pedir- que en cada una de ellas hay un ejemplar de una novela de un gran escritor y que esa novela es leída en el curso de unos tres años por cinco lectores de cada escuela -lo cual constituye un cálculo muy conservador-, resulta que el escritor, al vender la editorial ese libro a las bibliotecas oficiales, recibe las regalías de ley por esos 5 mil ejemplares. Pero ni un centavo más. ƑQuién, entonces, le paga al autor las regalías de esos otros 20 mil libros usufructados por esos otros tantos lectores? Nadie.

El año antepasado la SEP me compró 100 mil ejemplares de mi libro de poemas para niños De la A la Zeta por un poeta, como parte de los libros de texto gratuitos. El porcentaje de regalías a los que tiene derecho un autor sobre sus libros es universal: 10 por ciento del precio de venta al público, con ligeras variaciones de 2 por ciento de más o de menos, según el autor sea un best-seller o un novicio desamparado. La SEP me pagó sólo 3 por ciento de lo que se calculó sería el precio del libro, si éste se vendiera en librerías: 30 pesos (un libro muy barato desde luego). ƑPor qué acepté este trato? Porque el privilegio -ése sí privilegio, y en grande- de llegar a 100 mil escuelas primarias, me llenó de orgullo. Hasta ahí, todo bien; la SEP me ofrece un trato, yo lo acepto. Pero, Ƒqué pasa si ese libro -y éste es de nuevo un cálculo muy, muy conservador- lo leen diez niños de cada escuela? Que en términos reales mis regalías se reducirán a 0.3 por ciento por cada ejemplar. ƑY si lo leen 100? Se reducirán, entonces, a 0.03 por ciento. En otras palabras, a la milésima parte. Aun así, lo acepto con gusto porque mi obra puede así llegar a cientos de miles de niños mexicanos y, también, desde luego, porque el pago de la SEP estuvo exento de impuestos. Dígame, señora Hacienda: Ƒno es ésta una forma eficaz con la que un escritor contribuye a la comunidad?

El año pasado, 2001, fui favorecido con otro gran privilegio: la SEP firmó un contrato para publicar 80 mil ejemplares de otro de mis libros de poemas para niños: Paleta de 10 colores y se comprometió a pagar lo mismo: uno por ciento, aproximadamente, de lo que sería el precio del libro si éste se vendiera en librerías. De nuevo, si ese libro lo leen diez alumnos, o 100, en términos reales mis regalías se reducirán a la centésima y la milésima parte y hasta, siendo optimistas, la diezmilésima. Con un agravante: se sabe que los organismos oficiales nunca pagan lo que deben sino con enormes demoras. Por ejemplo, el pago por De la A a la Zeta... se me hizo casi un año después. Dios, y la burocracia mediante, el pago por Paleta de 10 colores se me liquidará, supongo, en el curso de este año de 2002. Le pregunto de la manera más respetuosa a Hacienda: ƑSería justo que por una cantidad que el propio gobierno se comprometió a pagar al momento de firmar un contrato fechado en un año en el que los autores estábamos exentos de impuestos, pague yo impuestos en un año en el que los autores ya no estamos exentos?

Los albañiles y los escritores

En los debates habidos sobre la exención de derechos autorales ha sido frecuente que cuando un escritor dice -como todo ser humano de vez en cuando- un exabrupto, suele magnificársele hasta la exageración y, en cierta forma, adoptarlo como expresión compartida por todos sus colegas. De aquí que, según mi querido Federico Reyes Heroles, haya surgido, en esta polémica, ''una percepción de superioridad del trabajo intelectual" -esto es, superioridad respecto a la labor de los albañiles, los doctores o los ferreteros, por poner unos cuantos ejemplos en los que, pienso, Federico estará de acuerdo-. Por otra parte, Jesús Silva-Herzog Márquez se expresó con menosprecio de lo que él considera el perfil que hoy se ha arrogado el ''intelectual".

Permítanme que diga una vez más algo que ya dije antes, porque de todos modos es como si nunca lo hubiera dicho: Yo no me siento, por el solo hecho de ser escritor, superior a los médicos, porque entonces me creería superior a Conan Doyle, que fue médico. O a Juan Vicente Melo. O a Elías Nandino. Tampoco me siento superior a los ingenieros, porque entonces me sentiría más importante que Vicente Leñero, que es ingeniero. No soy, tampoco, superior a los pintores de brocha gorda, porque entonces sería superior a García Márquez, que en una época pintó techos y paredes en París. Yo no soy superior a los carteros, porque entonces sería superior a William Faulkner, que fue cartero. Ni tampoco que todos los empleados bancarios, porque entonces me sentiría más importante que Fernando Pessoa y T. S. Eliot, que fueron empleados bancarios. Yo, desde luego, no me sentiría superior a un vendedor de llantas, porque entonces sería más importante que Juan Rulfo, que fue vendedor de llantas. Tampoco me siento superior a los vendedores de telas y de tepache, los encuadernadores y los tipógrafos, porque entonces me sentiría superior a Juan José Arreola, que lo fue todo eso y más. Ni superior a los vendedores de alimentos para animales, porque entonces me consideraría más importante que Jaime Sabines, que pasó muchos años vendiendo alimentos para puercos y gallinas. Y tampoco me siento superior a ningún vendedor de duelas para pisos o vendedor de camisas y corbatas, cobrador, publicista, traductor, periodista, diplomático y bibliotecario, porque entonces me vería en la incongruente necesidad de sentirme superior a mí mismo, ya que a lo largo de mi vida he desempeñado todos esos oficios, entre otros. Y una aclaración más que pertinente: siempre, siempre, he cumplido con los impuestos correspondientes a mis salarios -de hecho los sigo pagando-, y cuando he tenido más de un ingreso, he pagado los impuestos de los ingresos acumulados.

Por otra parte, Jesús Silva-Herzog Márquez volvió al tema de los intelectuales -por favor: no todos los escritores somos intelectuales, ni todos los intelectuales, qué duda cabe, son escritores- y dio a entender que los escritores estamos rodeados -o nos sentimos rodeados- de un halo ''de que son -cito textualmente de acuerdo a la versión estenográfica del programa- la conciencia y el alma de México".

Por lo pronto, no sé de ningún artista o escritor -de cualquier estatura- que jamás haya dicho semejante cosa de sí mismo. Pero sí sé de docenas -deben ser cientos- de historiadores, políticos, maestros, e incluso intelectuales, que nos han endilgado tales calificativos y abrumado con ellos, aunque no siempre -prácticamente nunca- se nos haya compensado tamaña responsabilidad con estímulos económicos que, ojalá, llegaran siquiera a la centésima parte de lo que ganan los ases del futbol, por ejemplo. En otras palabras, es la sociedad, las sociedades de todos los tiempos, las que se encargan de sacralizar o por lo menos de enaltecer a los ciudadanos que, según ellas, merecen tal tratamiento. Pero esto no se limita a escritores y artistas: en la historia y en la memoria de los pueblos, en las enciclopedias y los libros de texto e incluso en los discursos políticos de todas las naciones figuran también los grandes hombres de ciencia -cirujanos, químicos, astrofísicos, matemáticos, biólogos-, así como los grandes luchadores por la libertad y los derechos humanos, y los grandes estadistas. Que después unos sean recordados y otros olvidados, ése es otro cantar.

Desgraciadamente, nadie de nosotros inventó el mundo y es por eso que millones de seres humanos, por falta de talento, vocación o educación, por hambre o escasez de oportunidades nunca han pasado de ser albañiles, o dentistas mediocres, o ferreteros. Y es por eso que, si en los billetes españoles alguna vez apareció Valle Inclán, en los franceses Saint-Exupéry y en los de México Sor Juana, en ningún billete de ésos ni de ninguna otra nación del mundo ha aparecido, ni aparecerá jamás, la efigie del albañil, el plomero, el taxista o el abarrotero más grande del país. Esto, sin tomar en cuenta que ninguno de esos escritores citados ganó jamás, ni soñó siquiera en ganar, tantos billetes como aquéllos en los que se reprodujo su imagen. Y también sin contar que numerosos escritores han servido con gran eficacia y dignidad a su país en importantes puestos políticos diplomáticos. En México tenemos ejemplos de sobra: Amado Nervo, Alfonso Reyes, Héctor Pérez Martínez, Rodolfo Usigli, Torres Bodet, José Gorostiza, Octavio Paz, Agustín Yáñez, Griselda Alvarez, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Margo Glantz, Alvaro Uribe y muchos otros. Y en la actualidad escritores tan valiosos como Jorge Volpi, Silvia Molina o Alejandro Aura.

Los que ganamos sin trabajar

Al señor Mayer-Serra le parece escandaloso que un escritor siga recibiendo dinero, durante un tiempo, de un libro en el que ya dejó de trabajar años antes. Es decir, que gane -dice él- sin trabajar. Déjeme decirle, señor Mayer-Serra, dos cosas: la primera es que, si los escritores desempeñamos tantos oficios ajenos al nuestro, es porque de escribir no se vive. Cuando menos no en México. De Latinoamérica podríamos citar algunos casos, que se cuentan con los dedos de una mano y sobran varios. Los demás, hemos sido toda la vida -o casi- escritores que le robamos horas al sueño, y artesanos -también, a nuestra manera, somos albañiles, pero no de ladrillos, sino de palabras- de sábados, domingos y días festivos. Desde luego, no todos los escritores son tan exagerados como yo, que tardé diez años en escribir Noticias del Imperio. Otros tardan nada más tres años, o cuatro, o cinco, en escribir una novela.

Durante esos diez años que yo invertí -aunque "inversión", como se puede apreciar, es una palabra demasiado optimista-, compré, para escribir mi novela, enciclopedias y decenas de libros (incluyendo algunas joyas bibliográficas), pagué cuotas considerables en bibliotecas privadas como la London Library, viajé, por mi propia cuenta (lo que incluyó aviones, hoteles, alimentos y transportes locales), a Trieste, Bruselas, Viena, Washington, Austin, Berkeley, México -vivía yo entonces en Londres- y otras ciudades, y gasté en muchos kilos de papel, más de una máquina de escribir y unos 300 metros de cintas para las máquinas, más electricidad y calefacción. Eso sin contar los permisos sin sueldo que solicité a la BBC, para realizar mis viajes de investigación. Noticias del Imperio tuvo éxito: con las regalías del primer año me compré una casa, que es en la que vivo. Pero después las ventas bajaron considerablemente y, aunque siempre se ha seguido vendiendo con una halagüeña perseverancia, hoy Noticias del Imperio no me deja sino acaso unos 30 mil pesos anuales como promedio. La publiqué en 1986, lo que significa, según el señor Mayer-Serra, que durante 15 años he ganado dinero sin trabajar. Lo que él no sabe, es que todo el dinero que he ganado en esos 15 años en regalías de Noticias del Imperio, ''sin trabajar", aunque trabajando en la Embajada de París, en la Universidad de Guadalajara y como miembro permanente -sin salario- del Consejo Consultivo del Fonca durante ocho años no equivale ni a la quinta parte del dinero que necesité para vivir -en términos muy modestos- durante los diez que le dediqué a su hechura (durante el día, porque en las noches trabajaba yo en la BBC de las diez de la noche a las cinco de la mañana). Por su parte, Palinuro de México, Premio Rómulo Gallegos y Premio a la Mejor Novela Publicada en Francia -entre otros reconocimientos-, no me deja más de 10 mil pesos anuales, y José Trigo, que el año pasado formó parte, en la Colección Bibliotex de España, de las cien mejores novelas de lengua castellana del siglo XX, me ha dejado, en los últimos 35 años -es decir, desde su aparición en 1966-, un promedio de menos de 2 mil pesos anuales.

ƑHubiera sido justo, me pregunto -y le pregunto al señor Mayer-Serra-, que Hacienda me hiciera pagar impuestos por las regalías de ese primer año de gran éxito de Noticias del Imperio, en lugar de dividir esas regalías en diez años y aceptar las deducciones de los gastos que hice yo durante esos mismos diez años?

Y a propósito, viene al caso otra pregunta para Hacienda: si un novelista mexicano tarda tres años en escribir una novela, y el año de su publicación gana en regalías 84 mil pesos, Ƒestaría dispuesta Hacienda a considerarlas exentas de impuesto, ya que 84 mil entre tres es igual a 28 mil pesos por año?

Otra contribución de los escritores a la comunidad

Las obras de los escritores pasan a ser propiedad pública a los 75 años de su muerte. Esto me parece bien: no me interesa heredarle mis regalías a mis biznietos y tataranietos.

Primero, porque si tengo diez biznietos (o 20 tataranietos, cálculo de nuevo conservador) no les va tocar a cada uno sino unos cuantos centavos, y eso si para entonces mis obras son recordadas, lo cual es poco probable. Segundo, porque: Ƒqué sucedería si sólo tengo dos tataranietos y a ellos les parecen inmorales mis obras y deciden no reditarlas nunca mientras vivan? La familia de Oscar Wilde se cambió de apellido tras el escándalo que hoy tanto nos escandaliza. Desde entonces se apellidan Holand, y hasta la fecha ninguno de sus descendientes ha tenido el valor de cambiar su nombre para recuperar el de su ilustre antecesor. ƑSerá porque todavía les pesa el desprestigio de la familia del que, más que Wilde, fue responsable la puritana sociedad de su tiempo? Si es así, y si los descendientes de Wilde -los Holand- fueran dueños de los derechos de autor de su obra, no resulta aventurado suponer que prohibirían su redición. O quizás no faltaría un Holand vivales que -sin interés en la literatura, pero sí en el dinero- exigiría regalías exorbitantes que, de todos modos, la imposibilitarían. No, es mejor que nuestras obras pasen al dominio público y esperamos que eso nos lo agradezcan -sin bombo y platillos- las generaciones futuras. Y por supuesto los editores futuros que, si algunos autores desaparecidos se vuelven best-seller póstumos, obtendrán, sin duda, pingües ganancias.

Albañiles, imitaciones e intelectuales

Tengo un profundo respeto por los albañiles y por todos aquellos que desempeñan oficios manuales, un respeto que desde luego se extiende a todas las profesiones y actividades y me duele, sí, mucho, la miseria en la que vive la inmensa mayoría de los artesanos y trabajadores mexicanos. No somos los escritores los que no valoramos con justicia su trabajo: es la sociedad entera.

Por otra parte, los señores de Primer Plano afirman que en ningún país del mundo los escritores están exentos de impuestos. Hasta donde yo sé, esto no es correcto: en Irlanda, los escritores -a menos que esta situación haya cambiado en los últimos tiempos- han estado exentos desde hace muchos años. ƑPor qué, entonces, si se trata de imitar y seguir pautas no imitar a Irlanda y sí imitar a países donde los escritores, ellos sí, ganan millones de dólares?

Por último: todas las definiciones que he buscado, e incluso deducido o imaginado, de lo que significa la palabra ''intelectual" está muy alejada de lo que significa ''escritor" -es decir, escritor de novelas, poemas, cuentos y obras de teatro, aunque haya algunos de ellos que son también intelectuales- y más bien, esas definiciones se acercan a lo que son, por ejemplo, los participantes del programa Primer Plano, que hoy son los que se permiten opinar -entre otras cosas- sobre la reforma fiscal, que incluye, desde luego, los derechos autorales, y erigirse en jueces de las declaraciones de los autores.

Está bien. Se trata de personas brillantes, muy bien preparadas, con gran experiencia, y encuentro sus opiniones -las más de las veces- inteligentes y atinadas. Y, siempre, honestas. Es de ellas que he aprendido mucho, y de allí mi admiración y mi respeto por el programa. Por eso mismo son ellas -junto con muchos periodistas de gran valía- las que sin duda contribuyen a crear esa ''conciencia nacional" que mencionaron en Primer Plano. Yo sólo les pediría que reflexionaran un poco más sobre algunos de los temas de los que van a hablar y que también, en aras de la claridad y la precisión, que usen con más cuidado el idioma. Hace un tiempo mi querido Federico Reyes Heroles confundió la palabra ''festinar", con ''festejar", cuando que ''festinar" significa ''apresurar, precipitar". Y ahora, el señor Paoli Bolio dijo que los argumentos que han usado algunos escritores no sólo son risibles, sino, desgraciadamente, ''deleznables". ''Deleznable", mi estimado señor Paoli Bolio, tal como imagino que usted creyó que quería decir ese término -y si no fue así corríjame, por favor-, no significa ''vituperable, infame, despreciable, sórdido" ni nada que se le parezca. ''Deleznable" significa ''que se rompe o deshace fácilmente". Y es en ese sentido -el correcto- que creo que son los argumentos de los señores de Primer Plano, y no los nuestros -los de los escritores-, los deleznables. Es decir, los que se desmoronan fácilmente.