ASTILLERO
Julio Hernández López
ENTRE EL ESCANDALO del Pritánic, que anda haciendo agua (enchapopotada), ha asomado la cabeza, en demanda de lauros históricos y políticos, uno de los héroes patrios que el foxismo ha recuperado: Joaquín Hernández Galicia, mejor conocido, para fines de economía lingüística, como La Quina.
NO HAY VIRTUD que se le pueda regatear a este épico defensor de la nación y los sindicatos, según lo pregona en propia voz en cuanto medio -electrónico o impreso- le es puesto a modo. Cual si fuera su difunto compadre Chava Barragán apostando en Las Vegas sus ahorros proletarios, La Quina bota en cada sentada frente a las ruletas periodísticas todo lo que durante años ha ido sabiendo de bueno de sí mismo. Es una desgracia que el tango económico argentino haya coincidido con la reaparición de Don Joaquín, pues ello merma las reservas lacrimales y destina menos caudal a las represas del tamaulipeco que ha sido -según su propio libreto- un hombre honesto y nacionalista que hubo de enfrentarse en su momento a malvadísimos como el tal Salinas de Gortari para defender a la patria en peligro. "Valieron la pena mis años de encierro", dice una y otra vez, poniéndose el chaleco de salvavidas de la industria petrolera nacional.
NO LE ES POSIBLE a este tecleador sin brújula saber si la intensidad declarativa -y declamativa- del Mártir de Ciudad Madero está siendo promovida por el gobierno federal -sobre todo ahora que ha estrenado vocero con predisposición a la toma de decisiones políticas-, pero sí son notables la frecuencia y el tiempo o espacio con que sus palabras están siendo tomadas por distintos medios. Lo que sí está claro es que con sus alegatos abona el camino deseado por Fox, aunque desde dos flancos distintos: en uno, La Quina ayuda a desprestigiar -concediendo que eso fuese posible- al actual líder sindical petrolero, el senador Carlos Romero Deschamps -a quien le sobraba dinero hasta para tratar de quedarse con el diario Excélsior-, y genera expectativas entre la base trabajadora respecto al posible remplazo de su jineteador actual; pero, por otro lado, promueve en el ánimo popular el rechazo al tal nacionalismo petrolero que La Quina encomia hoy como si no hubiera memoria de lo que en abusos, corrupción y delincuencia organizada representó él durante los largos años en que mantuvo un cacicazgo que cometió atrocidades iguales o peores a las que se han visto ahora con el binomio Montemayor-Labastida (que, en realidad, es Zedillo-Labastida).
OTRO FAVORECIDO por las impericias gubernamentales de salvamento -las encuestas muestran cada vez peores calificaciones del público para las películas de Fox Productions- es el prócer tropical de golpeador apellido. Así como La Quina puede hoy hablar tranquilamente, ante periodistas, de honestidad, patriotismo y sacrificio en aras de intereses de la base trabajadora, sin que un asomo de sonrojo lo delate, Roberto Madrazo lo está haciendo respecto de gastos de campaña y afanes democratizadores. Como si sus manos estuviesen limpias en materia de acarreos, corporativismo y uso del erario para faenas priístas, el ex gobernador de Tabasco es ahora un escandalizado denunciante de ese tipo de marrullerías y delitos. De hecho, con la gritería teatral, el madracismo trata de ahuyentar las evidencias de que está practicando, y en mayores proporciones, sus rutinas de derroches monetarios para fabricarse escenarios de impunidad y crecimiento políticos.
HAY OTRO ASUNTO DE DINERO que también transita por senderos de aberración. Se le ha venido el mundo encima a quien durante 33 años fue abad de la Basílica de Guadalupe, monseñor Guillermo Schulenburg, por persistir -al grado de haber enviado al Papa una carta de objeción semanas antes de que éste decidiera aprobar el proyecto de canonización- en sus dudas respecto a la existencia real de Juan Diego. No es que el citado abad y otros tres religiosos estén abjurando del guadalupanismo y sus apariciones -Schulenburg vivió durante tres décadas de la fe relacionada con esa virgen, a tales grados de opulencia que ahora, presuntamente caído en grave falta, le son reclamados por religiosos súbitamente justicieros y medios facilonamente acomedidos-. Simplemente ha sucedido que cuatro destacados hombres de la Iglesia católica mexicana -uno de ellos, si se quiere, profundamente pecador, enriquecido con las limosnas extraídas del Tepeyac, tirado a las perdiciones mundanas como ahora lo hace, por ejemplo, el obispo Onésimo Cepeda- han expresado dudas con sustento respecto a que de verdad haya existido el indio al que con toda premura y con un milagro altamente cuestionable pretende Juan Pablo II elevar a los altares. No es el tema de Juan Diego un dogma de fe, ni el Papa, con su palabra infalible, lo ha declarado oficialmente santo, y técnicamente aún falta el último paso del proceso de canonización, que será la reunión de cardenales a los que su santidad consultará sobre el punto, y en la que teóricamente, aunque hasta ahora nunca ha sucedido, los miembros de ese consistorio podrían echar abajo la postura del pontífice. En México, sin embargo, el ejercicio en tiempo y forma del derecho a disentir en un punto como es el de Juan Diego convoca de inmediato a los inquisidores modernos. Leña verde contra aquel que se atreva a tocar con el pétalo de una duda un mito en vías de ser declarado realidad.
ASTILLAS: FUE HASTA AYER que un teniente coronel compareció ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal para declarar en relación con el asesinato de Digna Ochoa. Antes, como bien lo había dicho Edgar Cortez, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, ningún miembro del Ejército había pasado por esa instancia judicial civil en relación con ese expediente. Por equivocación, según se ha explicado, el procurador Bernardo Bátiz había refutado tal versión, al asegurar que dos militares de bajo rango ya habían atendido los citatorios y hecho sus declaraciones. Tales dos militares no han podido ser localizados por la Secretaría de la Defensa Nacional para que comparezcan ante los funcionarios de la PGJDF, según han informado los mandos castrenses. En la oficina del procurador capitalino se estima que sí hay ánimo de colaboración de la Sedena, aunque con ritmos y maneras distintos a los acostumbrados en los procesos civiles. No habría, según eso, negativas, sino lentitud. La disposición formal de colaboración habría sido sellada en reuniones de trabajo entre representantes militares y directivos de la citada procuraduría...
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