Jueves 24 de enero de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Opinión

Permanencia de los ríos

n Alfonso Simón Pelegrí

Para Pepe y Pati, tan queridos amigos

La primera y falaz noticia que tuve de los ríos me la dio un viejísimo mapa todo despintado, ante el cual el maestro, un viejo malhumorado, triste y no demasiado limpio, nos obligaba a canturrear a grito pelado los nombres, recorrido y desembocadura de los mismos, mientras nos los iba señalando con un largo puntero. Pobre relación ésta que para mí, igual que para el resto de la chiquillería que alborotaba la clase, no significaba sino la cantinela de una serie de nombres marcados en el mapa, como un caminito verde terminado en una mancha azul, que don Antonio nos decía que era el mar.
Yo desde entonces comencé a desconfiar del maestro, porque yo sabía que el mar no era así; lo veía seguido desde mi casa y no siempre estaba azul; tampoco vacío porque las más de las veces cambiaba de color y se llenaba de barcas pescadoras y gaviotas.
Más tarde, pasados los años, conocí los ríos "metafísicos" a través de la literatura: En primer lugar por el poeta Jorge Manrique, el cual nos aseguraba en sus Coplas todo aquello conocidísimo de que, cómo nuestras vidas, todos los ríos van a dar a la mar "que es el morir"; destacadamente, por Jorge Luis Borges, tuve conocimiento de aquel "río secreto que purifica de la muerte a los hombres", el cual tiene la propiedad de hacer inmortales a todos los que beben de sus aguas, según nos asegura el citado Borges.
Y si nos vamos de esos ríos esotéricos a los ríos andaluces, tenemos al testimonio del poeta granadino Federico García Lorca, el cual en su Baladilla de los tres ríos nos da una puntual noticia del río Guadalquivir: "Va entre naranjos y olivos" y "tiene las barbas granate", nos dice, para de ahí pasarse al Darro y al Genil, ríos locales de su tierra: "Los dos ríos de Granada / bajan de la nieve al trigo", y seguidamente asegurarnos lo de que en su menuda corriente "sólo reman los suspiros". Y es que para surcar tan livianos ríos en tan frágiles embarcaciones, apenas si cabría un suspirar lo de "ay, amor, que se fue y no vino, / ay amor que se fue por el aire", según lamenta el poeta.
Y para terminar, siguiéndole con esto de los ríos, se me viene a la memoria uno municipal y casi doméstico: El río Monterroso, de Estepona. Y con él, el recuerdo de mis juegos de niño cuando poníamos a navegar, a lo largo de su curso, diminutos barquitos de corcho que seguíamos por su ribera hasta la mar, donde, casi siempre, se nos perdían.
Cosa de juego que habitualmente también lo venía siendo de desencanto; como en los sueños.