Para Pepe y Pati,
tan queridos amigos La primera y
falaz noticia que tuve de los ríos me la dio un
viejísimo mapa todo despintado, ante el cual el maestro,
un viejo malhumorado, triste y no demasiado limpio, nos
obligaba a canturrear a grito pelado los nombres,
recorrido y desembocadura de los mismos, mientras nos los
iba señalando con un largo puntero. Pobre relación
ésta que para mí, igual que para el resto de la
chiquillería que alborotaba la clase, no significaba
sino la cantinela de una serie de nombres marcados en el
mapa, como un caminito verde terminado en una mancha
azul, que don Antonio nos decía que era el mar.
Yo desde entonces comencé a desconfiar del maestro,
porque yo sabía que el mar no era así; lo veía seguido
desde mi casa y no siempre estaba azul; tampoco vacío
porque las más de las veces cambiaba de color y se
llenaba de barcas pescadoras y gaviotas.
Más tarde, pasados los años, conocí los ríos
"metafísicos" a través de la literatura: En
primer lugar por el poeta Jorge Manrique, el cual nos
aseguraba en sus Coplas todo aquello conocidísimo de
que, cómo nuestras vidas, todos los ríos van a dar a la
mar "que es el morir"; destacadamente, por
Jorge Luis Borges, tuve conocimiento de aquel "río
secreto que purifica de la muerte a los hombres", el
cual tiene la propiedad de hacer inmortales a todos los
que beben de sus aguas, según nos asegura el citado
Borges.
Y si nos vamos de esos ríos esotéricos a los ríos
andaluces, tenemos al testimonio del poeta granadino
Federico García Lorca, el cual en su Baladilla de los
tres ríos nos da una puntual noticia del río
Guadalquivir: "Va entre naranjos y olivos" y
"tiene las barbas granate", nos dice, para de
ahí pasarse al Darro y al Genil, ríos locales de su
tierra: "Los dos ríos de Granada / bajan de la
nieve al trigo", y seguidamente asegurarnos lo de
que en su menuda corriente "sólo reman los
suspiros". Y es que para surcar tan livianos ríos
en tan frágiles embarcaciones, apenas si cabría un
suspirar lo de "ay, amor, que se fue y no vino, / ay
amor que se fue por el aire", según lamenta el
poeta.
Y para terminar, siguiéndole con esto de los ríos, se
me viene a la memoria uno municipal y casi doméstico: El
río Monterroso, de Estepona. Y con él, el recuerdo de
mis juegos de niño cuando poníamos a navegar, a lo
largo de su curso, diminutos barquitos de corcho que
seguíamos por su ribera hasta la mar, donde, casi
siempre, se nos perdían.
Cosa de juego que habitualmente también lo venía siendo
de desencanto; como en los sueños.
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