¿Justicia infinita o negocio redondo?
Por si fuera poco, la nueva guerra de Bush le ha permitido a Estados Unidos reavivar todos los ingredientes de su cohesión interna y de su proyección hegemonista en el mundo: patrioterismos y mesianismos de toda laya, premios, castigos y amenazas para naciones más o menos aliadas y, en fin, todo lo que acompaña a la filosofía del Number One
Comenzó el año nuevo, pero continúa -envejeciendo rápido- la guerra más terrorista de todas: la que no tiene plazos ni enemigos ni propósitos creíbles. Continúa y envejece la guerra de Bush II. Envejece de manera tan rápida y ponzoñosa que ya muchos medios ni siquiera se ocupan de ella, como si la consigna fuese la de convertir la guerra en una pieza natural del paisaje internacional en los tiempos de la globalización. Exterminar las reservas morales de la humanidad, y en particular su capacidad para conmoverse y rebelarse ante la injusticia y la guerra misma, parece ser la consigna gemela.
Tal vez por eso, maquiavélica pero certeramente, la nueva guerra de Bush fue encubierta con el nombre de operación Justicia infinita, y poco después con el de Libertad duradera. Lo cierto es que tal operación se desnuda más y más como la de un negocio redondo y harto perdurable para los halcones de Washington y demás mercaderes de la guerra en todo el mundo. La caída de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del año pasado, se conjuga más y más con la subida de los réditos economicopolíticos del gobierno de Bush II.
Con excepción de tales réditos, la incertidumbre ha sido el santo y seña de la llamada nueva guerra en sus primeros cuatro meses. Del mismo modo en que la incertidumbre (de sitios, víctimas y demás) es el primerísimo caldo de cultivo del terrorismo más vulgar.
A más de 100 días de iniciada la guerra, lo único cierto es que la economía estadunidense, como lo reconoció ayer Alan Greenspan (La Jornada, pág. 23), comienza a salir de su recesión. De una recesión que, tras tantos años de crecimiento sostenido, durante los dos gobiernos de Clinton, se perfilaba como algo igual o más grave que la Gran Depresión de 1929-1933.
Lo único cierto, también, es que el famoso complejo militar-industrial (ahora, además, complejo mediático-cultural-financiero y un largo etcétera) una vez más se apresta a jugar el papel de principal motor y beneficiario de la reanimación económica estadunidense. El mismo día de ayer (idem, pág. 30) Bush propuso incrementar el presupuesto de seguridad interna (de 19 mil a 37 mil millones de dólares), así como el presupuesto militar y de defensa, en este caso con el mayor incremento (15 por ciento) de los últimos 20 años, llevándolo a un monto de 366 mil millones de dólares, algo cercano a la deuda externa de toda América Latina. Igualmente se busca incrementar el presupuesto para servicios de urgencia (bomberos, policías y similares). Así, en cuanto caen las Torres Gemelas sube el gasto (y el negocio) de todo lo atinente a armas, muertes y paranoias. Eso sí, con un lubricante ideológico de gran densidad: porque "nuestros militares atraparán a los terroristas, uno por uno, dondequiera que se escondan" (Bush Jr., idem).
De ahí que entre las únicas certezas derivadas de la nueva guerra hay que incluir el ascenso meteórico de la popularidad del propio Bush II (virtualmente reprobado en el índice electoral, ahora goza de un índice de aprobación superior a 80 por ciento de la población encuestada).
Por si fuera poco, la nueva guerra de Bush le ha permitido a Estados Unidos reavivar todos los ingredientes de su cohesión interna y de su proyección hegemonista en el mundo: patrioterismos y mesianismos de toda laya, premios, castigos y amenazas para naciones más o menos aliadas y, en fin, todo lo que acompaña a la filosofía del Number One. Si en los años setenta del siglo pasado la Comisión Trilateral había descubierto la necesidad de "compartir con otros (Europa, Japón, Canadá) la hegemonía mundial" de Estados Unidos, ahora Bush II parece rectificar y decir: "compartir, ni madres; el siglo XXI, ahora sí, será el verdadero siglo americano".
A todos esos réditos el público podrá ir agregando muchos otros, porque apenas llevamos cuatro meses de esta operación negocio redondo y perdurable. Nunca olvidemos, sin embargo, que para la mayor parte de la humanidad se trata del negocio más sucio e irresponsable en la historia contemporánea. A medida que continúa la guerra de Bush II todos nos acercamos al precipicio de otra guerra mundial, muy probablemente guerra nuclear y, por ende, guerra final. Por lo pronto ya estamos en el hoyo de un mundo dictatorialmente mangoneado por una potencia con pocos contrapesos y, en cambio, con demasiados desbocamientos a cual más de impredecible.
Eso sí, fuera de toda de duda, es terrorismo. Y
hay que encararlo y superarlo de inmediato. Ello, si la humanidad ha de
sobrevivir al menos con un poquito de dignidad. La misma agenda de tareas
necesarias es incierta. Por nuestra parte, sólo contamos con dos
certezas: 1) no debemos callar ante la nueva guerra, ni dejar que se vuelva
costumbre, y 2) debemos enfrentarla con todo lo que se quiera, pero ¡no,
por favor, con "apoyos incondicionales y hasta lo último"! Es año
nuevo y más que nunca, dignidad obliga. Dignos trabajos y esfuerzos
para todos. Salud y, ahora sí, he ahí nuestro último
brindis por el 2002 (y hasta que la maldita guerra nos alcance... todavía
más cerca y más directo). Ť