Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Sábado 26 de enero de 2002

Política

Enrique Calderón A.

La bronca de los nuevos impuestos

La pretendida reforma fiscal propuesta y defendida por el gobierno de Fox, que derivó en la controvertida y confusa miscelánea fiscal aprobada por el Congreso en un acto que no se sabe, bien a bien, si fue de justicia, de insomnio o de irresponsabilidad, ha sido motivo de protesta y disgusto para los distintos sectores de la sociedad que han visto afectados sus intereses, trátese de empresarios, autores, restauranteros, joyeros, artistas, cantineros, tequileros, refresqueros o zapateros.

Anteriormente, cuando el gobierno foxista pretendía imponer el IVA a alimentos, medicinas, útiles escolares, transportes y colegiaturas, las protestas y el rechazo fueron generalizados. Luego, cuando se trató de diversas variantes del proyecto inicial, los grupos directamente afectados reaccionaron en forma decidida en contra de pagar más impuestos. Fox trató de apelar de diversas maneras a los sentimientos de solidaridad y a la responsabilidad de la sociedad mexicana sin obtener mayor respuesta.

A primera vista pareciera que los mexicanos, seamos ricos o pobres, empresarios o trabajadores, jóvenes o viejos, nos negamos a pagar impuestos y a contribuir de ese modo con nuestro esfuerzo al engrandecimiento de la nación, pero no es así, el problema de fondo está en otra parte, aunque poco se hable de ello, bien sea por olvido o para no meternos en más broncas. Veamos.

Al terminar el año de 1994, y con el ilustre gobierno de Salinas, los mexicanos pagábamos nuestros impuestos, que hasta entonces parecían suficientes para que ese gobierno cumpliera sus compromisos externos referentes al pago de la deuda y atendiera razonablemente las necesidades de los diferentes programas de gobierno (para constatar esto, el lector podría consultar por ejemplo el último informe de Carlos Salinas).

Pero luego vinieron los errores de diciembre, y con ello la certeza de que nuestra economía se encontraba detenida con alfileres. Después vendrían las declaraciones de Zedillo confesando que no había entendido la gravedad del problema y el sensacional anuncio de que mister Clinton nos había prestado 40 mil millones de dólares para cerrar el boquete abierto a la economía por nuestros distinguidos gobernantes, sus amigos y sus familiares cercanos.

Por supuesto que a Clinton había que pagarle, y el dinero no podía salir de los recursos de que el gobierno disponía, por lo que era necesario que el país, el pueblo, es decir nosotros, pagáramos los platos rotos. El IVA se incrementó 50 por ciento, nada más, para quedar en 15 por ciento en lugar del 10 por ciento anterior, en medio del mayor desastre económico jamás experimentado por el país, pero se nos dijo que se trataba de un mal pasajero: cuando la deuda con Clinton acabara de pagarse, el IVA regresaría a su nivel anterior y los mexicanos volveríamos a prosperar como en otras épocas.

Las cosas no fueron exactamente así: en lugar de reducir los impuestos, los desmanes, autopréstamos y malos manejos de los banqueros hicieron necesario que los mexicanos hiciéramos frente a una nueva emergencia, bajo del nombre Fobaproa, de grata memoria. A la intención de Zedillo de hacernos pagar el costo de aquella estafa se unió pronto la de Fox; de hecho fue gracias a ese amigable gesto que nuestro actual mandatario logró la candidatura del PAN y luego la Presidencia. El problema fue resuelto de fondo con una solución genial: crear un nuevo instituto al que se le llamó IPAB, transferirle los pasivos del Fobaproa y cargarle la factura a los contribuyentes, haciéndonos creer que los nuevos impuestos ahora sí servirán para el progreso del país. Desafortunadamente, el proyecto de Fox no ha generado el entusiasmo que él pensaba lograr. Ť