El ex ministro libanés y ex jefe de las milicias falangistas (cristianas maronitas) Elie Hobeika, responsable de la matanza de más de mil palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Líbano, en 1982, fue asesinado haciendo estallar un coche bomba. El presidente y los ministros de Líbano acusan directamente a Israel de haber organizado el atentado para acallar a un testigo clave.
Hobeika, en efecto, informó la víspera a senadores belgas participantes en el proceso que se sigue en Bruselas a Ariel Sharon que las fuerzas armadas a su cargo coorganizaron dicha matanza y que se sentía amenazado de muerte porque revelaría el papel jugado por Sharon en esas carnicerías --y en el conflicto en el Líbano--, el cual, en su carácter de ex colaborador del Mossad (el servicio secreto israelí) y por relaciones directas con el primer ministro israelí, conocía en detalle.
Los gobiernos europeos se han apresurado a condenar el crimen y miran con furor a Tel Aviv, mientras el presidente George W. Bush quiere convencer al mundo de que sólo el terrorismo absurdo y criminal de un grupo de desesperados palestinos es peligroso, al mismo tiempo que ignora el practicado por el Estado israelí, que engendra y alimenta el terrorismo de los fundamentalistas islámicos.
Sharon, por su parte, dice representar no sólo a Israel, sino a los judíos de todo el mundo, involucrando de esta forma tanto a los israelíes como a los israelitas en una guerra colonial que Washington apoya. Sin embargo, en Israel mismo hay quienes con gran valor niegan al prófugo de los tribunales belgas la representación que él se arroga.
Sharon no es Israel y mucho menos la comunidad judía mundial.
El diario israelí Yediot Aharonot publicó, por ejemplo, un desplegado firmado, con nombre y apellido, por 52 oficiales, suboficiales y soldados pertenecientes a unidades de paracaidistas, tanques e infantería de elite. Estos valorosos militares escriben que "seguirán sirviendo en el ejército cuando haya que defender al Estado de Israel, pero no en las tareas de opresión y ocupación" en territorios palestinos. Y agregan: "no seguiremos combatiendo más allá de la línea verde (la frontera entre Israel y los territorios ocupados) para oprimir, expulsar, hambrear y humillar a todo un pueblo".
Al denunciar los "crímenes de guerra" que comete el ejército israelí, declaran que los territorios ocupados no pertenecen a Israel y que las colonias judías que Sharon protege e instala en los mismos tendrán que irse, por lo cual se niegan a defenderlas.
Su valiente protesta recuerda la expresada por gran parte de la sociedad francesa que se pronunció contra los crímenes fascistas, el racismo y la opresión colonial francesa en Argelia; protesta que obligó a la "paz de los bravos", firmada por el general Charles de Gaulle, a pesar de las amenazas y atentados de la ultraderecha de su país.
Esa protesta contra la barbarie también desmiente, ante el mundo, a Bush y al Departamento de Estado, y recuerda que no habrá paz en Medio Oriente mientras los palestinos sufran diariamente muerte, destrucción, racismo, apartheid y negación de sus derechos más elementales.
Ahora más que nunca el mundo debe exigir el retiro del ejército israelí de las zonas que ocupa --contraviniendo las resoluciones sucesivas de la ONU-- y resolver el envío de una fuerza internacional de paz e interposición, encargada de evitar toda provocación o acto terrorista. La comunidad internacional está obligada también a poner en acción un amplio plan financiero de reconstrucción de la economía y territorio palestinos devastados por Israel, para reducir el terrorismo producido por el hambre y la desesperación.
La Unión Europea, en particular, que ha visto cómo
Sharon destruye sin parpadear el puerto, aeropuerto, escuelas, centros
de comunicaciones y hospitales que ha donado, tiene un papel fundamental
en la construcción de dicha fuerza de paz, cualquiera que sea la
opinión al respecto del mismo Sharon o de su aliado estadunidense.