Directora General: Carmen Lira Saade

México D.F. Lunes 28 de enero de 2002

Política

Elena Urrutia

Oxígeno: fuente de vida y de otras cosas

En estos tiempos en que mis nietos -los que ya leen libros- se han volcado con entusiasmo sobre las aventuras de Harry Potter, esta abuela ha acudido con curiosidad a la lectura de la novela corta de Julio Verne El doctor Ox.1 Es cierto que en ambos casos las motivaciones han sido diferentes: para aquéllos, la visión de la película exhibida simultá-neamente en multitud de salas distribuidas en todo el mundo los llevó de la mano a buscar en el libro homónimo -un best seller- el detalle multiplicado de lo visto en pantalla. Mi autor fue también en su momento un best seller traducido a todos los idiomas. La segunda mitad del siglo xix y tal vez la primera del xx leyó con fruición esos viajes extraordinarios del fundador de la moderna ciencia ficción. Para las nuevas generaciones que han nacido familiarizadas con los maravillosos inventos técnicos del aeroplano y el submarino, la televisión y los viajes espaciales, que han visto incluso filmaciones del primer hombre llegado a la luna, probablemente no llaman ya su atención títulos como Cinco semanas en globo, Viaje a la luna, Viaje al centro de la tierra, 20,000 leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en 80 días, del más popular y más leído de los vulgarizadores científicos: Julio Verne, autor de imaginación inagotable y gran cultura, secundado por colaboradores en la adquisición de datos científicos.

Pero a todo esto no he confesado la motivación que me llevó a leer El doctor Ox. Para decirlo a la manera de la época y del estilo del autor francés, si bien el lector, la lectora, no están para saberlo, ni yo para contarlo, resulta que hace más de un año estoy atada -šbendita atadura!- a un tanque de oxígeno medicinal: un prodigio más de la tecnología moderna cuyos descubridores del siglo xviii -Schecle, Priestley y particularmente Lavoisier que le dio el nombre de oxígeno y descubrió su papel en la respiración- probablemente no imaginaron su expedito manejo y fácil uso para quienes lo necesitamos irremediablemente.

No obstante ser el oxígeno el elemento más difundido en la naturaleza -esencial para el metabolismo de los seres vivos excepto para algunos microrganismos- hay casos como el mío en que, más allá de los mil metros de altura sobre el nivel del mar, no satura suficientemente la sangre y, por lo tanto, es precisa su administración.

Pues bien, la pequeña población de Quiquendone, que el autor de El doctor Ox sitúa a 15 kilómetros y cuarto al suroeste de Brujas, en pleno Flandes, y que sin embargo advierte lo inútil que es buscarla, aun en los mejores mapas, cuya principal industria es la fabricación de merengues y alfeñiques, sus habitantes no necesitan de nadie, tienen apetitos muy limitados y su existencia es modestísima. Son descritos como apáticos, indolentes, "calmosos, moderados, fríos, flemáticos, en una palabra, flamencos".

Es así como el doctor Ox escoge esta pequeña población para realizar su experimento, con la justificación de convertir a Quiquendone en la primera población de Flandes que se alumbre con gas oxhídrico. Y ahí donde no había habido nunca ni sombra de una discusión, donde los carretoneros no blasfemaban ni los cocheros se injuriaban, ni los caballos se desbocaban, ni los perros mordían, ni los gatos arañaban, donde nadie se apasionaba por nada, ni por las artes ni por los negocios; una población, en fin, donde hacía cientos de años que no se había dado un puñetazo ni un bofetón, ahí precisamente todo empezó a transformarse. La población de Quiquendone no era ya la misma, y no sólo los humanos; también los animales y los vegetales. Todas las leyes de la naturaleza parecían trastornadas. "No tan sólo se habían modificado el temperamento, el carácter y las ideas de los quiquendonenses, sino que los animales, perros o gatos, bueyes o caballos, asnos o cabras, sufrían aquella influencia epidémica como si su medio habitual se hubiera cambiado. Las mismas plantas se emancipaban, si se quiere perdonarnos esta expresión."

Con el pretexto de alumbrarlos con gas oxhídrico, el doctor Ox había realizado el experimento caprichoso de utilizar las tuberías instaladas con tal propósito, saturando de oxígeno puro los monumentos públicos, luego las casas particulares y, por último, las calles de Quiquendone. Ese gas, que carece de olor y de sabor, esparcido en alta dosis por la atmósfera produce -asienta Julio Verne- "después de aspirado, perturbaciones muy serias en el organismo. Cuando se vive en un ambiente saturado de oxígeno, se sienten excitaciones y enardecimiento". Finalmente el desenfreno provocado terminó al ser cerrada definitivamente la llave del oxígeno por el asistente del doctor, consciente de la locura de su jefe.

Yo sólo podría añadir que ese oxígeno medicinal, suministrado adecuadamente en pequeñas y continuas dosis, no es otra cosa que vida y salud para quienes, testarudos, insistimos obcecadamente, como en mi caso, en vivir en la "región más transparente" a 2 mil 200 metros sobre el nivel del mar. Ť

1. Julio Verne: Viaje al centro de la tierra; El doctor Ox; Maese Zacarías; Un drama en los aires. México: Porrúa, 1998. 207 pp. Serie Sepan Cuantos... No. 116