En La Espuela nadie interroga, exige o reclama por los mineros muertos
Ť Hoy se rescató a la octava víctima de la tragedia que ocurrió la semana pasada
ROSA ELVIRA VARGAS ENVIADA
Minas de Barroteran, coah., 27 de enero. La frecuencia de los accidentes en los pozos carboneros y la impunidad de que se han valido siempre los concesionarios y contratistas, tras los frecuentes accidentes que causan la muerte a sus trabajadores, ha hecho que aquí en La Espuela, donde ocurrió el más reciente, nadie interrogue, reclame o exija en voz alta dar con él o los responsables.
Esos expertos en seguridad de minas, que son absolutamente todos los que aquí se encuentran, coinciden en que el accidente en la mina pudo evitarse, y que éste es apenas uno más de los cientos de pozos que trabajan con nulas condiciones de seguridad y donde exponen a diario su vida los trabajadores.
Aquí murieron 13 mineros, casi todos muy jóvenes, y este domingo apenas se logró el rescate del octavo de ellos -un muchacho de 19 años, Marcelo Martínez Quistán-, al que ya no se le pudo velar porque el entierro inmediato era obligado.
Muchas lágrimas ya se habían secado tras cinco días de la noticia.
Es lo que el padre Alejandro Castillo, párroco de Rosita, llama "resignación pasiva'' o aceptación de la fatalidad de la muerte, sin más argumento de que así lo quiso Dios.
"Pero nosotros les hemos dicho hasta la saciedad que Dios no puede desear que mueran sus hijos por trabajar bajo esas condiciones infrahumanas, que por el contrario es urgente crear una cultura de la seguridad y la protección'', indica el clérigo que ha visto por décadas muchas tragedias similares y se rebela ante cada nuevo accidente en un pozo de mina.
Aunque ciertamente hay algo de idiosincrásico en esa aceptación de fatalidad que se nota cuando se habla con los mineros. "Claro que sí; nosotros sabemos muy bien que bajamos, pero también que podemos ya no regresar. Lo pensamos siempre, lo sabemos'', dice un hombre que hace cinco días aguarda por el rescate de su yerno en el pozo.
Los testimonios coinciden en que hay mucho de fondo cuando se elude la búsqueda de culpables.
Se menciona sotto voce la gran cadena de corrupción, intereses, irresponsabilidades y solapamientos que deben existir cuando, por ejemplo, en el área donde se abre un pozo como La Espuela sucede que hay por lo menos otros seis pozos similares, algunos tajos y por lo menos un par de minas de arrastre, todos clausurados en diversas etapas, precisamente porque se inundaron.
En esas condiciones, "¿cómo se explica uno que se otorgue el permiso para operar el pozo y que además tampoco se tomen las medidas de protección, como la permanente introducción de barrenos para medir a qué profundidad está el agua y que cuando se advierte humedad creciente se deje una pared de por lo menos diez metros para protegerse de un desprendimiento como éste?''.
Esa pregunta, la primera que surge a los ingenieros mineros, a los especialistas en rescate, a los responsables de Protección Civil y a cualquiera que entienda algo sobre la minería del carbón, tiene la misma respuesta: algo hay aquí que no está bien.
Además el contratista soslayó los riesgos y no tomó las suficientes precauciones.
E insisten en referir que en las minas lo que se busca es obtener el mayor tonelaje de carbón posible al menor costo.
Los propios poceros -los mineros, claro- admiten saber muy bien los peligros a que están expuestos cuando laboran bajo condiciones de permanente filtración de humedad, de insuficiente apuntalamiento de la estructura de la mina o de una inadecuada medición del metano, el cual se desprende al extraer el carbón.
"Sí, nos damos cuenta, pero tenemos que asumir el riesgo; no nos queda de otra. La familia está esperando que uno les lleve la comida. Los huercos no saben de esto; piden comida. Además si uno se pone a exigirle a los patrones más seguridad, más protección y esas cosas, enseguida lo corren a uno, te dejan sin jale acusándote de que eres leyero''.
Trabajar así ha dado a estos hombres fuertes, orgullosos también, parcos y arrojados, una suerte de sabiduría empírica, igualmente valiosa, aunque a veces la necesidad, la búsqueda del sustento les haga también soslayarla.
"Allá abajo hay muchas ratas. Por ahí se pasean y uno hasta les da de comer de su lonche. Pero son ellas también las que nos avisan cuando una desgracia está por venir, por ejemplo, una explosión. Y es que cuando vemos que dos o tres salen huyendo en fila, nosotros tenemos que salir tras ellas, porque quiere decir que algo pasará...''.
Sí, explican los técnicos, los roedores perciben el metano, que es inodoro e insaboro para el ser humano, por eso huyen.
Pero también hay medidores de ese gas que deben usarse siempre cuando se baja a los pozos, y tampoco se hace.
Total, que los riesgos de explosión se dejan al olfato de una rata y los de inundación a la confianza de que al final no pasará nada, pues así lo considera el patrón por su puro sentido común.
El resultado está a la vista. En torno al pozo de La Espuela el tiempo ha tomado otra dimensión y ya nadie cuenta los días.
Aquí el espacio temporal está dado por cuántos hombres aún siguen sin ser rescatados.
Faltaban cinco todavía la noche de este domingo.
Buzos expertos en cavernas, los experimentados cuerpos de rescate minero de las grandes compañías carboníferas y los propios mineros del lugar laboran sin interrupción para poder "rearmar'' la mina, asegurarla de nuevo con trabes y desazolvarla para proseguir la búsqueda.
Aquí la norma del rescate es sólo una: nadie se va hasta que sale el último cuerpo.