Susan Sontag, mujer de estilo y sustancia
LISA APPIGNANESI THE INDEPENDENT
Después de 35 años de batallas intelectuales, Susan Sontag todavía es capaz de escandalizar a Estados Unidos. Es un tributo irónico al prestigio de una de las pocas intelectuales públicas que quedan, el hecho de que el normalmente razonable New Republic haya ligado en uno de sus artículos el nombre de Sontag con el de Osama Bin Laden y Saddam Hussein. Parece que su crimen fue haber escrito tres párrafos críticos en The New Yorker dos días después del ataque a las Torres Gemelas, en los que pidió a Estados Unidos comportarse como una democracia madura, y mordazmente comparó la "unanimidad de la retórica mojigata y ocultadora de la realidad que caracteriza la perorata de los funcionarios estadunidenses y los comentadores de noticias" con el "estilo autocongratulatorio del partido único soviético".
El pensamiento de Susan Sontag es apasionado, su prosa llena hasta el borde de energía y al mismo tiempo lúcida en sus argumentos. Ya sea que escriba de las Torres Gemelas, del horror de la vida cotidiana en Sarajevo durante la guerra, de las fascinaciones de la iconografía fascista o de los placeres de W. G. Sebald o Roland Barthes, no cae en la trampa del sentimentalismo, el cantinfleo, la verborrea, ni hace malabarismos con ironías posmodernas. Aunque no todas las veces gusten sus juicios, uno siempre siente que se está ante una mente hábil, perspicaz, comprometida, con un repertorio cultural vasto. Vale la pena enfrentarse en la batalla con ella, ya no se diga leerla.
Todo esto es lo que distingue a Sontag de la mayoría de sus académicos contemporáneos y de los comentadores de noticias. Las personas a las que les importa lo que pasa parecen incapaces de pensar, y las que no pueden pensar son normalmente muy grandiosos para que les importe. A Sontag le importa, y sus análisis puntiagudos recorren el país. En dos de sus ensayos de la nueva colección, la primera en 20 años, narra lo difícil que es traducir la experiencia de la zona de guerra (en su caso, Sarajevo, donde estuvo dirigiendo Esperando a Godot) incluso a sus amigos intelectuales en Estados Unidos. La ideología del consumismo y la persecución individual de la felicidad que hoy predominan se vio favorecida por la despolitización que provocó el imperio soviético. "ƑCómo puedes pasar tanto tiempo en un lugar donde la gente fuma sin parar?", le preguntaron a su hijo cuando regresó de Bosnia que se encontraba en medio de la guerra civil.
Where the stress falls contiene unos 30 ensayos compilados en dos secciones, "Reading" y "Seeing", y una tercera, más suelta, llamada "There and Here". Esta última incluye la introducción que se hiciera en 1996 para la edición española de Against interpretation (Contra la interpretación), el volumen que lanzó a Sontag a la fama en 1966. La mente de Sontag siempre ha sido lo suficientemente sagaz y ágil para permitir cambios cuando la realidad así lo exige; no obstante, esto le ha valido la crítica de sectores para los que cambio es equivalente a traición. En Thirty years later, vuelve la vista con desconcierto hacia la manera en que sus primeros artículos agresivos, con su erótica del arte y su defensa de la trasgresión, contribuyeron a crear una "edad del nihilismo". A pesar de su entusiasmo por la cultura popular, la fotografía y el cine, Sontag no tenía la intención de hablar en tono despreciativo del papel del intelecto crítico, ni de conspirar "en el repudio de la alta cultura y sus complejidades".
"Cuando denuncié (en los ensayos sobre el cine de ciencia ficción y Lukacs) cierto tipo de fácil moralismo", escribe, "fue en nombre de una seriedad menos complaciente y más alerta. Lo que no entendí entonces es que la seriedad misma ya estaba empezando a perder credibilidad en la cultura en su conjunto, y que el arte transgresor que yo estaba disfrutando tanto solamente reforzaría las transgresiones meramente frívolas y consumistas. Treinta años después, el debilitamiento de los estándares de seriedad es casi completo, con la ascensión de una cultura cuyos valores más persuasivos e inteligibles surgen de la industria del entretenimiento. Ahora la idea misma de seriedad parece curiosa, irreal e incluso -como decisión arbitraria del temperamento- insana para la mayoría de las personas".
Sontag permanece seria no obstante que sus gustos, a juzgar por sus ensayos en este volumen, se han movido al menos parcialmente de las alturas y abismos del exceso a valles y colinas más mesurados: The Pilgrim Hawk de Glenway Westcott, Sleepless Nights de Elizabeth Hardwick, Painted Emotion de Howard Hodgkin, Melancholy Travels de W. G. Sebald. El rango, sin embargo, aún es amplio. Asimila casi todas las lenguas europeas, Wagner, cine, danza, fotografía, así como análisis político e ideas. Probablemente no exista ensayo alguno de este tipo que ilumine y capture el momento cultural del modo en que sus ensayos sobre el comportamiento o la "enfermedad como metáfora" lo hacen, pero es más que suficiente para seguirlos leyendo.
Una preocupación en la primera parte de la colección es autobiografía ficticia. Sontag admira las Memorias póstumas de Machado de Asís y el Tristam Shandy de Sterne -la especulación serpenteante, habladora y compulsiva de sus narradores charlatanes, con sus obsesiones y teorías extravagantes. Sontag nota que "es improbable que una mujer tenga la simpatía condicional que estos furiosos y absortos narradores nos piden, porque esperan que las mujeres sean más comprensivas y compasivas que los hombres; y es que una mujer con el mismo grado de agudeza mental y equilibrio emocional sería considerada un monstruo". El epíteto se ha relacionado con Sontag, y por las mismas razones. Esto hace preguntarse si está pensando en ella misma y contemplando un protagonista ficticio. Efectivamente, su energía está presente en sus novelas; la más reciente, In America, ganó el National Book Award en 2000.
Por todo esto, sospecho que tenemos menos grandes ensayistas que novelistas, e incluso menos de los que ella llama "intelectuales desenraizados" -seculares, cosmopolitas, antitribales- y ciertamente intelectuales que puedan escribir con los bríos de Sontag. En un artículo que responde a lo que es, inevitablemente, un cuestionario acerca del papel actual del intelectual, Sontag nota que esta criatura extraña tiene dos tareas. Una es promover el diálogo, apoyar el derecho que todas las voces tienen de ser escuchadas, y fortalecer el escepticismo ante las opiniones recibidas. La segunda es ser adversario: "Los intelectuales tienen la tarea sisifea de continuar representando y defendiendo un estándar de vida mental y de discurso, en lugar del nihilista que los medios de comunicación promueven. Por nihilismo me refiero no sólo al relativismo y la privatización del interés... sino también al nihilismo más reciente y pernicioso, encarnado en la ideología de la llamada democracia cultural, el odio de la excelencia, el logro 'elitista' y exclusivo".
A Sontag debe de gustarle perderse a sí misma, como dice que hace cada vez que lee o escribe novelas. Para el resto de nosotros resulta vigorizante el momento en que se encuentra a sí misma como intelectual y comentarista de nuestros tiempos.
Traducción: Marta Tawil