José Cueli
El Juli, suicida
Los toros de Fernando de la Mora resultaron unos querubines, entendido el vocablo en sentido de adjetivación; faltos de emoción, bondadosos e inocentes. En este sentido los toros que remueven el fondo luminoso de la muerte, hasta encontrar el manantial de las pasiones, pusieron una presa a la corriente devastadora tiracornadas y el manantial de la casta y la emoción se extinguió en la región insobornable del redondel.
Después de esto se operó el milagrito juandieguino de que los toros desde la raíz donde brota la pasión torera dejaran la bravura y aparecieran cual querubines y acabaran por suplantar los toros bravos. Lo que permitió al Juli subirse al cielo y tocar el arpa y arrullar a los recién domesticados toritos, ponerse en plan suicida y arrastrar al Zotoluco e Ignacio Garibay en esa vereda.
Danzó El Juli al son de una música celestial para mecer a los toritos en actitudes que parecían arrancadas de la inconsciencia. Sobrado de oficio y de técnica, muleteaba en la cara del toro a milímetros de distancia de los pitones hasta conseguir que los aficionados entraran en delirio colectivo. En especial las mujeres que lo siguen tarde a tarde: Su toreo se desarrollaba en un ruedo imaginario, en pases sacados a fuerza, en la necesidad de triunfar a como diera lugar, hasta conseguirlo y hacer brotar nuevamente el consagrador grito de torero.
La gran novedad del Juli es llanamente dejar correr lo que corre con generosidad por sus venas. Esta es su facilidad, decir de sí mismo, desprejuiciado. Esta corriente de lo natural le daba ese reposo y quietud, si bien con torillos inofensivos, dóciles colaboradores que le permitieron hacer circuito con su inconsciente, fuera de sí mismo, y dar una serie de pases imposibles. Máxime cuando ya relajado se hallaba en posesión de una valentía que le era connatural, un ingrediente sustantivo de su forma de ser.
Por supuesto que no es lo mismo estar relajado con torillos inofensivos que con toros de verdad. También es cierto que nunca se cruzó y se trajo al toro toreado para rematarlo por debajo de la pala del pitón. Es decir, toreo más para la galería que toreo de solera. Toreaba por un simple impulso interno. Lo que no le restaba la maestría que le permite torear con esa naturalidad y poner a delirar a los aficionados con los que entra en comunión.