Jorge Camil
El afán de lucro
En la ciencia del derecho algunos tratadistas de la vieja escuela aún se refieren al "afán de lucro" como la característica que distingue a las empresas mercantiles de las actividades caritativas, académicas o profesionales. Y aunque "lucro" es la ganancia legítima que se obtiene de un negocio, algunos diccionarios de uso del español actual lo asemejan al egoísmo. (Digamos que es una especie de caveat emptor del derecho romano: una advertencia parecida a aquéllas de "cuidado con el perro", o "el que con lobos anda a aullar se enseña"). Pero cuando el afán de lucro se une a la ambición política, los resultados suelen ser desastrosos. Por eso es tan preocupante que en el mundo de hoy, con la aparente justificación de fomentar el empleo, los gobiernos nacionales estén cada día más dedicados a privilegiar "los mercados" sobre las cuestiones sociales.
No es ninguna sorpresa, entonces, que Enron, el gigante energético con pies de barro que amenaza la estabilidad del gobierno de George W. Bush, se ostente en su portal electrónico como "una empresa dedicada a crear mercados", actividad tan elusiva como arrogante, porque involucra poderes que en cierta forma le corresponden al Estado. "Mucho de cuanto hacemos no ha sido intentado jamás", continúa el anuncio, "y por eso es difícil hablar de nosotros sin utilizar la palabra 'innovación' ". Por lo menos la revista Fortune, el "vocero de las 500", se tragó el anzuelo con todo y caña de pescar, otorgándole a Enron, durante seis años consecutivos, el galardón a la empresa "más innovadora" del planeta. Y nadie lo duda, porque la compañía que en un santiamén se convirtió en la séptima multinacional de Estados Unidos, descubrió la manera de ocultar sus pasivos, engañar a sus empleados y a miles de accionistas externos y a financiar simultáneamente las campañas políticas de demócratas y republicanos.
Los ricos son diferentes: saben cuándo retirarse, fue el título del provocativo ensayo de Louis Uchitelle publicado en el New York Times la semana pasada. En él se revelan los detalles de cómo los más altos ejecutivos de Enron, utilizando información confidencial, vendieron sus acciones con ganancias espectaculares antes de declarar la quiebra más grande de la historia, mientras la empresa le prohibía a sus 15 mil empleados vender las acciones del fondo de retiro ocasionándoles una pérdida de mil 300 millones de dólares. Asesorada por un ejército de auditores, consultores y abogados, Enron ocultó pérdidas y pasivos multimillonarios por años, constituyendo miles de empresas independientes que eran utilizadas para realizar proyectos específicos con socios cada vez diferentes, que conocían únicamente parte de la realidad. Y aprovechándose de la muralla china, disposición legal que impide a los auditores externos revelar a sus socios en el área de consultoría financiera información sobre los clientes que asesoran, Enron pagaba a la conocida firma de Arthur Andersen (hoy sujeta a investigación) 50 millones de dólares anuales para que, a un tiempo, "auditara" su contabilidad, indujera a los empleados a invertir su jubilación en acciones de la empresa y le proporcionara la ingeniería financiera para controlar su imperio de empresas independientes. El secreto era tan sencillo como maquiavélico; consistía en revelar a todos (accionistas, empleados, socios independientes, auditores y consultores financieros) sólo parte de la información. Finalmente, impedían la consolidación financiera de las empresas independientes (donde escondían pasivos y pérdidas) constituyéndolas a nombre de los propios ejecutivos y capitalizándolas con acciones de la compañía controladora.
Hoy, el Congreso estadunidense, emocionado por la perspectiva de un escándalo político, está en pie de guerra. Doce comisiones legislativas investigan el caso, mientras decenas de legisladores preparan iniciativas de ley para exigir mayor control a las autoridades bursátiles. El vicepresidente, Dick Cheney, está en la mira de todos y amenaza con iniciar una crisis constitucional al negarse a entregar al Congreso las notas personales de sus múltiples reuniones con altos ejecutivos de Enron para trazar la política energética de la actual administración. Entre tanto, špan y circo! Jesse Jackson, el predicador demagogo, se prepara a iniciar una marcha a Washington, con participación de miles de accionistas y empleados burlados, quienes serán recibidos por una comisión del legisladores demócratas, claro está, que ya saborean la venganza por la humillante derrota sufrida en las pasadas elecciones presidenciales.
Bienvenidos a la gran democracia estadunidense: Watergate, Irán-contras, Mónica Lewinsky, Gary Condit y, ahora, šEnron!