Marco Rascón
La agonía trágica
México ha regresado al esquema de partido único en agonía. Visto más allá de las siglas, colores artificiales y membretes, está en juego la lucha por la sobrevivencia de la vieja y decadente clase política y en ese proceso la tendencia es corromper las formas electorales, pues en el fondo los grupos y facciones de todos los despojos de partidos existentes reivindican el mismo camino y los mismos intereses políticos y económicos.
En esta tragedia nacional, no carente de comicidad e ironías en algunos episodios, el PAN asegura que el PRI le robó su programa; el PRD se queja de que los priístas derrotados lo despojaron del espacio que abandonó como "izquierda" y en consecuencia le quitó al PAN sus banderas legislativas para envolverse en la insignia azul y blanca para lanzarse al vacío desde San Lázaro y así salvar al país de la insolvencia económica.
Para recuperar las prerrogativas que perdieron en las urnas, los perredistas recurren a la vía de la recaudación. Los talibanes fiscales luchan por una mayor imposición federal para dejarle el camino ligero a los gobernadores, que en ese aspecto de-sean vivir mejor con centralismo fiscal, participaciones y no de impuestos locales.
Internamente, tanto el PRI como el PRD caminan hacia la implosión con la fusión de votos y corrientes. En el PAN, el foxismo y el viejo panismo no suman ni crean perspectiva, prefieren nadar de muerto, gracias al PRD y al PRI.
La fallida integración del servicio electoral del PRD es una prueba de que éste ha quedado vacío, sin militantes ni bases activas. La disminución de prerrogativas luego de la caída de los porcentajes en la votación de 2000 ha mostrado sus efectos en el momento en que no puede integrar más de 2 mil comités del servicio electoral interno por falta de participantes y debido al rechazo de la base.
PRI, PRD y PAN no contarán con vigilancia en sus procesos electorales internos, por lo que la decisión es de los gobernadores, quienes como electores absolutos cuentan con los recursos necesarios para controlar los votos en esos partidos.
La falta de dinero para poder pagar estructuras internas demuestra la profunda crisis de los partidos; lo que queda de "militancia" no es más que la lucha por las nóminas y los picaportes.
El PRD y sus gobiernos viven como un recuerdo de aspiraciones populares que hoy sirven para esconder intereses personales y de grupos facciosos, alianzas inexplicables, posiciones inescrupulosas, actitudes demagógicas y políticas de franca derecha. En los congresos legislativos, tanto federal como locales, diputados y senadores perredistas son hoy la vanguardia orgullosa que asume como propias las políticas del PAN y que se dice autora de los golpes fiscales y tarifarios contra los sectores productivos y de consumidores que posibilitan una economía interna que, hasta hace unos años, constituía para el PRD la base necesaria para una alianza social y para un proyecto nacional alternativo en oposición al entreguismo y la apertura comercial y económica indiscriminada.
La actitud talibana del PRD, en nombre "de los pobres", constituye en los hechos una posición liquidadora, pues contribuye decididamente a favor del poder económico y a fortalecer las posiciones más autoritarias que se propuso combatir en sus orígenes. La contradicción central de este partido es que por una parte convoca a su membresía nominal de más de 3 millones y por la otra golpea a su base social al asumir protagónicamente las torpezas fiscales que ni Fox ni el PAN ni el PRI quieren asumir.
Aislados de toda perspectiva de lucha social y asumiendo el clientelismo como proyecto central, las elecciones internas de los partidos están creando un enorme vacío que conducirá más temprano que tarde a la ruptura del sistema político.
En ese caso, Argentina constituye un modelo de ruptura constitucional y del sistema financiero, aunque hoy carezca de fuerzas políticas de nueva identidad, porque las actuales fueron cómplices de la debacle. Aun eso tiene futuro, no así la supuesta recomposición de dirigencias en los principales partidos actuales, que son despojos, propiedad de grupos y herencias del viejo régimen.
En la elección interna de los principales partidos se manifiesta la crisis del sistema político mexicano, que no murió el 6 de julio de 2000, sino que vive una prolongada agonía. En el ínter, el IFE se presta a otorgar nuevos registros a partidos surgidos del voluntarismo y sin arraigo. Los partidos familiares actuales parece que serán sustituidos por nuevas empresas y nuevos propietarios, y su tarea será amortiguar los efectos de las rupturas de febrero y marzo.
El tratamiento para prolongar la agonía no es menos traumático, pues la clase política, postrada en un mismo lecho, vive de las transfusiones del escándalo. En una situación similar surgieron las condiciones revolucionarias de principios del siglo pasado y se alimentan de lo que hoy vemos y sus consecuencias.