Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 5 de febrero de 2002
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Espectáculos
Ť Contrató a Modesto C. Rolland para que en seis meses levantara el inmueble

El magno escenario, rotundo y firme, gracias a la visión del empresario Neguib Simón

Ť La plaza, casi lo único que se logró del proyecto de contruir una Ciudad de los Deportes

Ť Concebida originalmente para 45 mil personas, el día de su inauguración rebasó la cifra

LEONARDO PAEZ

Ing. Modesto RollandDe la Heliópolis greco-fenicia a la monumental Plaza México, pasando por Chichén Itzá, un extraño destino de constructores se entremezcla en las magníficas obras que éstos legaron.

Del seno generoso del Mediterráneo -mar de culturas y humanismo- a los cenotes sagrados del Mayab -pozos para conjurar calamidades-, y de la romana silueta de Baalbek, en Líbano, al sereno perfil de Uxmal, en Yucatán, una línea común de inteligencia y grandeza espiritual marca imperecedera la superficie de esas geografías.

A ambas regiones perteneció Neguib Simón Jalife, singular mexicano de origen libanés, nacido en Mérida en 1896, en una reducida colonia de inmigrantes, quienes en su peregrinar hacia Estados Unidos en 1882, huyendo de su convulsionada tierra, algo percibieron en el aire yucateco que los animó a establecerse y ganarse la vida, primero como modestos buhoneros o vendedores ambulantes y después como comerciantes establecidos.

Pero las voces interiores del joven Neguib le dictaban otros horizontes y otras actividades, relacionadas también con el comercio y la industria, aunque a escala superior.

Como ocurre siempre con los inmigrantes al llegar al país que los acoge, unos se dan a la amargura y al resentimiento, otros a la alegría de vivir y de crear, y casi todos al trabajo, sólo que unos cuantos poseen dotes especiales con las que logran convertir su trabajo en obras que trascienden.

Aquel arabito despierto, como lo recordaba Ricardo Palmerín, autor de la música de Peregrina, logró concluir la carrera de derecho en la Universidad Nacional, para luego desempeñarse, en 1922, como secretario particular del progresista gobernador de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, fundador del Partido Socialista del Sureste y devoto enamorado de Alma Reed, inspiradora de la citada canción, con letra de Luis Rosado Vega.

Posteriormente, Neguib ocupó los cargos de tesorero y procurador de Justicia en su estado natal, así como los de diputado y senador por el mismo. Paralela a la actividad política estaba su aguda visión empresarial: fabricante de las hojas de rasurar Ala y de los focos Lux, productos que inundaban el país durante el respiro económico que permitió a éste la segunda Guerra Mundial.

Bellos sueños, amargo despertar

Sin embargo, como ocurre con los verdaderos hombres de empresa, la acumulación de dinero no era la meta de Simón, que a los 47 años empieza a concebir el para todos descabellado proyecto de construir una Ciudad de los Deportes que dotara al creciente Distrito Federal de un magno centro de diversiones y espectáculos múltiples.

Sobre una superficie de millón y medio de metros cuadrados, por el entonces semipoblado rumbo de Mixcoac, donde se localizaban varias ladrilleras, cuya explotación había dejado inmensos y profundos hoyos, Neguib Simón proyectó un conjunto arquitectónico que además de amplios estacionamientos incluia frontón, boliche, restaurantes, cines, arena de box y lucha, alberca olímpica, canchas de basquetbol y de tenis, playa artificial con olas, centro de artesanías, el en ese tiempo estadio de futbol más grande del país y la todavía plaza de toros más grande del mundo, con capacidad original para 45 mil espectadores cómodamente sentados, cuando la ciudad de México contaba con poco más de dos y medio millones de habitantes.

neguib simonLo menos que dijeron los realistas y sensatos de la época es que aquel hombre estaba loco. Pero como sólo los locos son capaces de soñar despiertos y de lograr lo imposible, Simón contrató al talentoso ingeniero mexicano Modesto C. Rolland -el mismo que como funcionario intentó que fuese modificado el mural de Diego Un domingo en la Alameda- para que en el increíble lapso de seis meses, con 10 mil hombres trabajando en tres turnos, levantara el magnífico y funcional inmueble, único en su tipo, tan acertado en su diseño como desacertado en lo taurino, pues duplica la capacidad de su antecesora, el Toreo de la Condesa, que albergaba más aficionados que villamelones, hoy aplastante mayoría.

Innumerables dificultades, zancadillas, envidias y piedras en el camino -incluidas las intromisiones del hermano incómodo de entonces, Maximino Avila Camacho, metido a fugaz taurino- tuvo que superar Neguib Simón para ver coronado, siquiera parcialmente, su visionario sueño de la Ciudad de los Deportes, ya que sólo pudo concluir el estadio y la plaza de toros.

Parte del sueño, convertido en condominios y comercios

Asediado por los impuestos, las deudas y los intereses de éstas pero, sobre todo, por la miopía y los criterios enanos de quienes no pudieron ver a futuro los beneficios sociales de aquel sueño, convertido hoy en hacinados condominios y comercios sin estacionamientos, Neguib fue obligado a rematar sus terrenos a acreedores como los banqueros Aboumrad -sus paisanos- y Moisés Cossío.

La prueba de que Neguib Simón no estaba equivocado la dio su plaza la tarde que fue inaugurada -5 de febrero de 1946-, ya que resultó insuficiente para dar cabida a los miles y miles de aficionados de toda la república que quisieron, además de ver a El Soldado, Manolete y Procuna con toros de San Mateo, ser parte de la historia.

A 56 años de aquella fecha, sólida e indiferente a la gloria y al infortunio, a los llenos y a las entradas mínimas, a las pasiones y a la ausencia de éstas, como milagrosa caja de resonancia de una multitud urgida de personalidades que la reflejen y dignifiquen, la Plaza México sigue allí, rotunda y firme, gracias a la visión de aquel mexicano-libanés soñador de ciudades.

Baalbek y Uxmal, hermanas del gran escenario, también aplauden. 

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