El lugar sin límites
Antonio Contreras
Los antros, parques o saunas frecuentados por gays no son sólo lugares de "ligue"; son, fundamentalmente, espacios de evolución de la soledad hacia la sociabilidad. Su importancia, más allá de facilitar los encuentros, radica en que en esos lugares es posible desarrollar una identidad más concreta y más positiva como homosexual. A diferencia del medio rural, donde el disidente sexual se ve forzado a contraer matrimonio o a soportar una vida de injurias y agresiones físicas, la ciudad le ofrece la posibilidad de manifestar y concretar sus deseos, ya sea bajo el anonimato o de manera abierta. No es el paraíso, pero sí mucho mejor que el infierno de "pueblo chico".
Didier Eribon, en Reflexiones sobre la cuestión gay, señala que la historia de la constitución de los enclaves gay en las grandes ciudades está estrechamente vinculada con la discriminación y la homofobia. Recuerda que durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados que eran expulsados del ejército estadunidense a causa de su orientación sexual se quedaban a menudo en el lugar en que les desmovilizaban, en San Francisco, por ejemplo, mientras que para otros, el simple hecho de haber podido trabar relaciones con otros gays durante su estancia en la milicia les inducía a tomar la decisión de no volver a su lugar de origen. Pero no es una tendencia moderna. La ciudad, como espacio de libertad, ha estado siempre asociada a la mitología gay, debido también a la voluntad de los jóvenes de escapar de los oficios manuales para orientarse a profesiones en las que piensan gozarán de mayor tolerancia, o por lo menos les será más fácil vivir su sexualidad.
No ignora Eribon que la mayoría de los espacios homosexuales (cantinas, discos, baños públicos, etcétera) son establecimientos comerciales, cuyos efectos alienantes, agrega, "no deben hacernos olvidar que la constitución de un medio gay, de un mundo gay, fue al principio --y sigue siéndolo esencialmente-- generadora de libertades", pues además ofrece a los jóvenes gay y lesbianas la posibilidad de acelerar el proceso de aceptación de uno mismo. No son gratuitas, por eso, las protestas contra el cierre de antros gay. Con estas acciones el mensaje implícito es "el espacio público es heterosexual y los homosexuales son relegados al espacio de su vida privada". No hay que olvidar, dice Eribon, que Wilde fue condenado no sólo porque era homosexual, sino porque era un hombre público que a la vez era homosexual, y sobre todo porque se negaba a callar y a ocultar lo que era.
Otras reflexiones pueblan el libro --inteligente, intenso,
imprescindible-- de Eribon, desde la injuria como formativa del carácter
y la necesidad de la visibilidad, hasta la homofobia interiorizada y la
proclamación del orgullo gay (que se da en contraposición
a la vergüenza), pasando por la revisión de pasajes de la vida
y obra de quienes considera precursores del discurso liberador de la homosexualidad,
ya sea por sus actos o por sus escritos, destacadamente Proust, Wilde y
Foucault. Una de las muchas conclusiones que se desprenden de este libro
es la siguiente: "todo gay debe tomar partido algún día y
escogerse a sí mismo, o bien renunciar a su libertad para aniquilarse
como persona con objeto de plegarse a las exigencias de la sociedad que
le insulta en su calidad de homosexual".
Didier Eribon
Reflexiones sobre la cuestión gay
Anagrama, España, 2001.