Jueves 7 de febrero de
2002 |
Un acuerdo en la Sierra Norte |
Aurelio Fernández Fuentesn |
La Colonia Morelos
quedó muy dañada por el torrente de agua que el río
Apulco arrastró entre el 4 y el 7 de octubre de 1999.
Destruyó nueve casas, el jardín de niños y la bodega
de pimienta, ambos nuevos, pero arrasó también con más
de cien hectáreas de campos de labor. La mala obra hecha
en el original puente de Buenavista, cerca de Ayotoxco,
provocó que el flujo de este importantísimo afluente
del río Tecolutla, que divide la Sierra Norte poblana en
oriental y occidental, se desviara causando no sólo los
daños señalados, sino la destrucción total de la
comunidad de La Junta Arroyo Zarco, a cuyos pobladores
reubicaron a siete kilómetros de su lugar original. Sólo unas pocas familias de la Colonia Morelos aceptaron la reubicación en ese mismo sitio, pero la mayoría se quedó. Su decisión fortaleció esta comunidad de origen totonaco; sin embargo, los efectos del desastre continúan, agravados por las dificultades en la comercialización de sus productos, la pimienta y el café en primer lugar. El río ha seguido erosionando su territorio, no sólo el que ocupan en sus espacios para la siembra y el pastoreo, sino incluso el fundo en que se asienta la plaza central, el patio colectivo de secado de café y algunos predios de las casas habitación. Cada día se pierde centímetros en algunos lados, decímetros en otros. La plaza y el patio mencionados están al borde del cauce; de hecho algunas bancas públicas han caído al río en los últimos meses. Los ejidatarios y los avecindados del lugar han tratado de conseguir la intervención de los distintos niveles del gobierno para que el río, esta fuente básica de su vida en todos los sentidos, deje de consumirles su territorio, deje de arrinconarlos contra el cerrito de peñas que limita de manera natural su asentamiento urbano. La Comisión Nacional del Agua (CNA) realizó un detallado estudio con el que se podría obligar al Apulco a cursar por donde antes de aquel funesto mes de octubre. El costo de la obra es tal que ningún funcionario consideró "rentable" hacerlo, sobre todo en comparación con el número de habitantes del lugar, unas 300 personas. Al final, la vida si tiene precio. El presidente municipal de Tenampulco, el que este día 15 sale, siempre despreció a este pequeño poblado, al igual que a los demás damnificados, llevando a cabo un comportamiento que no deja duda de su racismo: él es el mestizo, el rico, el amigo de los ganaderos y los políticos, y ellos son los "indios", los "pocos", los que no tienen voz, y no les hizo caso. Pero esos "indios" y esos "pocos", los de la mayoría de las 30 comunidades de la entidad, le voltearon la espalda en las elecciones de noviembre pasado, a él y a su partido, y llevaron al poder local por primera vez a otra formación política, a un ex priista despreciado como candidato por ese partido, por lo que se volvió tránsfuga hacia las filas de cualquiera que le diera cobijo; el PAN lo hizo en este caso. Ganó las elecciones. Gracias a la inconformidad de los "indios", de los "pocos". Una nueva posibilidad En el gobierno estatal se fue analizando la opción de control de las aguas propuesta por CNA, hasta que llegó a manos de la Secretaría de Desarrollo Rural (SDR). Una decisión del secretario, Alberto Jiménez Merino, poco frecuente en esos niveles de gobierno, abrió una nueva expectativa entre los habitantes de la Colonia Morelos. Cuando los voceros de los damnificados le plantearon el problema decidió ir a verlo personalmente. Acudió el martes pasado, acompañado de dos ingenieros de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) invitados por el Centro Universitario de Participación Social (CUPS) -quienes realizaron el año pasado en esta localidad tareas de educación de adultos- e investigadores del Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales (Cupreder). Un equipo de tesistas de la maestría en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, Yrma Alejandra Meza y Rigoberto Sánchez, como asistentes de la acción comunitaria. Luego de un amplio recorrido por la zona siniestrada y analizando la opción de reencauzamiento del río ofrecida por CNA al igual que las aportaciones de los representantes comunales, los ingenieros César Solís y Tirso García, de la UAP, estimaron que en las condiciones prevalecientes y dada la urgencia de enfrentar el problema, existía una opción viable: construir obras civiles simples pero probadas para evitar el impacto de las aguas sobre la margen del río donde se encuentra establecida la Colonia Morelos, basándose sobre todo en las propias acciones de la comunidad y con los recursos disponibles en la zona. Un puente completaría la solución al permitir a los campesinos utilizar las tierras del otro lado del río que sobrevivieron, incluso que se crearon durante eld esastre de 1999. Jiménez Merino, ingeniero agrónomo de Chapingo, evidentemente afecto a las opciones biológicas, agregó la propuesta complementaria de sembrar una prodigiosa planta muy abundante en la zona conocida por los serranos como tarro y por nosotros como bambú, la que se enraíza en pocas semanas y crece hasta tres o cuatro centímetros por día. El secretario mostró a los lugareños -quienes realizaban ese día su "faina", su día de trabajo colectivo- la forma y el lugar más adecuados para sembrar la planta; lo hizo sembrando la primera de lo que se supone será una cortina natural contra la erosión del agua, posible únicamente, desde luego, si la obra de ingeniería consigue minimizar el impacto. Una improvisada asamblea realizada entre los representantes del gobierno estatal, habitantes de la Colonia y los universitarios sirvió para fijar el compromiso entre el pueblo y el secretario para apoyar la realización de las obras sugeridas por los técnicos poblanos. Aprovechó el titular de la SDR para ofrecer a la gente una cartera de opciones productivas que van desde instalación de estanques de peces, y en su caso de acamayas, tan demandadas hoy días, hasta plantaciones forrajeras y de alimentos para la gente basadas en la flora existente en la localidad. Una comida de caldo de "burritos" (pequeños langostinos pescados en el río), mole e imcomparables y blanquísimas tortillas hechas a mano signó el convenio. Pero don Próspero y don Bacilio insistieron una y otra vez ante el secretario Jiménez Merino, en la junta y en la comida: no nos vayan a dejar de cumplir de nuevo. |