Jenaro Villamil
Chávez, el pleito con el espejo
En sus numerosas ruedas de prensa, el mandatario venezolano
Hugo Chávez acostumbra dirigirse a los reporteros del periódico
El Nacional ?uno de sus principales críticos? como "señores
representantes de la oligarquía". No es para menos. La revolución
bolivariana que ha decidido encabezar el ex brigadier paracaidista no busca
condescender con las grandes empresas de comunicación de su país,
sino imponérseles. Y, ahora, en medio del acoso interno con el aparente
beneplácito de Washington, Chávez se enfrenta a un segundo
frente: su guerra con los medios.
Para no pocos analistas venezolanos, Chávez se
ha convertido en una especie de Bonaparte mediático que pretende
dominar hasta la última coma de lo que se publique o transmita sobre
él. Para disgusto de las clases pudientes, la demagogia presidencial
aún tiene asidero entre la mayoría de los venezolanos pobres.
Y para desgaste de sus seguidores y asombro de no pocos observadores extranjeros,
el mandatario ha construido un discurso que mezcla lo mismo a Simón
Bolívar que a Carlos Marx, la Biblia o a su admirado John Kenneth
Galbraith. Su sicólogo personal, Edmundo Chirinos, confiesa: "Hugo
tiene rasgos de narcisismo" (Gatopardo, noviembre de 2001).
Desde su investidura, Chávez se transformó
en el principal protagonista, conductor y comentarista de sus propias noticias
en el programa radiofónico Aló, presidente y de la
emisión televisiva De frente con el presidente, que se puede
prolongar por más de cuatro horas, transmisiones durante las cuales
aborda desde los sucesos del día hasta consejos para lavarse la
boca o para apreciar un buen partido de beisbol.
La cuestión central ?que, por supuesto, no es exclusiva
del presidente venezolano? es que este estilo revela una concepción
de comunicación política muy riesgosa: monopolizar el micrófono
y pretender que los medios son espejos de la imagen que el político
quiere de su proyecto y de su gobierno.
La unilateralidad del mensaje ha devenido saturación.
El exceso verbal ha opacado hasta las medidas políticas más
importantes que ha tomado este ambicioso militar que emergió del
derrumbe de una clase política corrupta y que fundó el Movimiento
Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200). El momento estelar de este movimiento
fue en febrero de 1992, cuando Chávez y otros 300 efectivos de elite
encabezaron una revuelta que puso en jaque al gobierno de Carlos Andrés
Pérez, odiado no por sus excesos mediáticos, sino por sus
medidas antipopulares que se inauguraron con el caracazo.
Confiar en exceso en la sobrexposición de la palabra
presidencial ha tenido un efecto negativo para Chávez y es un claro
mensaje para muchos otros políticos. Un estudio elaborado por Magda
Cox revela que a finales de 2001 las encuestas señalaban que más
de 70 por ciento de los venezolanos consideraba un abuso las "cadenas"
televisivas de Chávez que obligaban a suspender las transmisiones
normales. La empresa AGB Panamericana de Venezuela Medición indicó
en un estudio que el rating de sus programas pasó de 32 por
ciento de audiencia potencial hasta cerca de 23 por ciento al inicio de
2002 y esta tendencia a la baja se ha mantenido.
Con la saturación se han sucedido también
las disputas con los medios y los tribunales. El 12 de junio de 2001 el
Tribunal Supremo, integrado a la medida del mandatario, dictaminó
una resolución que priva a los periodistas del derecho de réplica,
precisamente después de las acusaciones del presidente venezolano
en su programa Aló, presidente. Durante el paro nacional
de diciembre de 2001, varios periódicos como El Mundo y El
Nacional decidieron cortar su circulación para presionar a Chávez,
a quien no pocos medios lo caricaturizan como "el loco" o un Hitler sudamericano.
La reciente intentona golpista del coronel Pedro Soto,
que parece haberse desinflado y ser, al mismo tiempo, un producto mediático,
sugiere que el chavismo requiere replantearse bien sus estrategias de comunicación
política. No es la primera revuelta que Chávez enfrenta.
En los primeros meses de 2000 varios antiguos comandantes de su aventura
golpista de 1992 lo acusaron de ser protector de nuevos corruptos. El 19
de agosto de 2000, cuando juró para un nuevo mandato hasta 2006
con posibilidad de relección, Chávez ya había logrado
imponerse a su ex compañero de armas, Francisco Arias Cárdenas.
Lo novedoso es que la crisis política interna se
combina con una severa crítica a la política de comunicación
chavista. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, órgano
de la Organización de Estados Americanos, condenó hace unos
días los "actos de hostigamiento y desprestigio contra periodistas
y medios de comunicación", y los periódicos venezolanos y
la cadena televisiva Globovisión no dudan en acrecentar sus críticas
al régimen.
Por el momento, una de las lecciones fundamentales que
se pueden extraer del caso chavista es que la fascinación por gobernar
suplantando a los propios medios se convierte, tarde o temprano, en un
bumerán para el propio político.