Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 10 de febrero de 2002
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Espectáculos
Leonardo García Tsao ENVIADO

Entre las mujeres de Ozon y la niña ojona, cunde el desánimo

Berlin, 9 de febrero. Para muchos espectadores 8 Femmes (8 Mujeres), del francés François Ozon, ha representado uno de los puntos altos de la competencia. La función de prensa registró un lleno total varios minutos antes de iniciar la proyección, que culminó con la ovación más grande de esta Berlinale, por lo pronto. Ciertamente, no comparto ese entusiasmo.

Sobre un escenario teatral, la película desarrolla una posmoderna combinación de pastiches -a la comedia musical pop de los sesenta, el melodrama femenino producido por el hollywoodense Ross Hunter, el teatro de bulevar francés- para contar la truculenta historia de un asesinato: en una mansión de campo de los cincuenta, durante la Navidad, el descubrimiento del cadáver apuñalado del señor de la casa hace sospechosa a cada una de las ocho mujeres que convergen en el lugar: su suegra, su esposa, su hermana, su cuñada solterona, sus dos hijas, la sirvienta o el ama de llaves. Una investigación a lo Agatha Christie no pondrá al descubierto a la asesina, sino los turbios secretos de la familia entera.

Ozon quiere jugar al provocador kitsch, pero está lejos del ingenio de un Pedro Almodóvar o la malicia subversiva de un John Waters, aunque es más diestro formalmente que ambos. El realizador se muestra muy satisfecho por sus ocurrencias y eso le da a toda la película un presuntuoso aire de autocomplacencia, que contagia a las actrices. Desde Danielle Darrieux hasta Virginie Ledoyen -es decir, varias décadas os contemplan- le siguen el juego exagerando a todo lo que da. Isabelle Huppert, por ejemplo, evoca a Amparito Arozamena en su caricaturesca interpretación de la solterona; mientras Catherine Deneuve da lecciones de pena ajena cuando menea sus sexagenarias lonjas en el primero de varios números musicales, como si no hubieran existido Las señoritas de Rochefort.

En otra prueba de que los programadores son tan bromistas como el director del festival, la otra película en competencia fue Sen to Chihiro no kamikakushi (El viaje de Chihiro), largometraje de animación japonesa dirigido por Hayao Miyazaki, que barrió con la taquilla de su país el verano pasado. Debo confesar que la técnica nipona en este género me ha producido roña desde que veía las caricaturas de Astroboy. Toda esa animación, ya sea las cosas infantiles como Las aventuras de Heidi, las recientes Pokemonadas, o productos más sofisticados dentro del llamado ánime, me han parecido afligidos por ese trazo uniforme que dibuja siempre a los personajes con ojos grandes, una animación muy deficiente para los estándares establecidos por Hollywood y colores tan chillantes como en una tienda de souvenirs.

El viaje de Chihiro describe las aventuras de una niña asustadiza que, por accidente, se mete en un mundo fantástico de seres entre monstruosos y fantasmales. El diseño de ese mundo no se acerca a la imaginación desbordante de algo como El submarino amarillo (de hace treinta y pico años), y la protagonista -una niña ojona, para no variar- resulta algo insoportable. Si eso fue de la fascinación del público japonés ¿nosotros qué culpa tenemos?

Menos mal que en las secciones paralelas se ha podido ver material más decente, y así uno ha reprimido sus ganas de hacerse el harakiri.

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