REBOLLEDO, LOS
VIAJES, EL DECADENTISMO
A
la doctora Elisa Vargas Lugo
La madre del poeta muere en 1910:
Mi madre idolatrada sufre mortal dolenciaDeja en Japón un amor suave y comedido que quería marchar con él: ¡Que si vendrá conmigo! Y acaricié la vanaEl primer síntoma de la enfermedad que lo llevaría a la muerte fue una parálisis facial que sufrió en San Francisco cuando regresaba a México. Hojas de bambú, otro conjunto de observaciones sobre la cultura japonesa, fue su siguiente libro. Durante los cuatro meses que duró su licencia en México publicó artículos en la Revista Moderna que dirigían Amado Nervo y Jesús Valenzuela. En esos días salió en su portada el retrato que le hizo Julio Ruelas. En él aparece sin anteojos y todo la fuerza se concentra en el bigote recortado y en la mandíbula tensa. Sin embargo, lo que predomina es la mirada inquisitiva, un deseo de ver, de tocar, de apurar los licores de la vida y del arte. Regresa a Japón cumpliendo órdenes de la Secretaría en 1911. México había cambiado de manera radical, el viejo dictador vivía su otoño en París y la República dirigida por Madero en medio del vendaval revolucionario, ensayaba las reglas de una democracia sitiada y cada día más débil. Rebolledo no perteneció a ningún grupo político y siempre sostuvo su posición de servidor del Estado por encima de las facciones y, justo es decirlo, al margen de los acontecimientos sociopolíticos. Sin embargo, siendo ya encargado de negocios en Japón, manifestó su preocupación y su disgusto por la dictadura huertista. Esto le produjo un recrudecimiento de su enfermedad. Regresó a México pagando sus gastos de viaje y, mientras esperaba la decisión de la Secretaría carrancista, reanudó su vida literaria y asistió a la tertulia de la librería Porrúa. Enrique González Martínez, Antonio Caso y Genaro Estrada fueron sus guías en el laberinto literario más que nunca confuso y caníbal en medio de las asonadas, golpes militares e idas y venidas de los señores de la guerra. Esta es la época de los doce perfectos sonetos de Caro Victrix y de la admiración y el escándalo que despertaron. Dice Xavier Villaurrutia que estos sonetos son los más intensos, y hasta ahora mejores poemas de amor sexual de la poesía mexicana. Es entonces cuando el poema de Rebolledo no es ya como una joya sino una joya. Asimiló todos los aspectos internos y externos de la cultura finisecular y de los primeros años (tres décadas) del siglo XX. Se puede decir que es clásico en la estructura de estos sonetos, art nouveau en sus decoraciones y audaz y novedoso en sus formas de aproximarse y describir todos los aspectos del acto amoroso. El Marqués de Sade, Barbey DAurevilly, Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Gautier, Huysmans, Wilde y DAnnunzio son algunos de los autores que influyeron en su obra. Safo, Arquíloco, Catulo, los poetas persas, especialmente Saadi, Hafiz y Kayyam, y los dibujos eróticos del Oriente, laten en su atmósfera poética y le ayudan con temas y, sobre todo, con la creación de un clima espiritual y de una tensión emocional a las cuales el poeta imprime su propio e intransferible sello. En algunos aspectos se hermana con los esteticistas franceses e ingleses, especialmente con Villiers de lIsle-Adam y Pater. Sin embargo, su admiración por Wilde agrega contenidos profundos a las suntuosas decoraciones. Con su hijo fabulamos sobre las aficiones y deslumbramientos del poeta y acudieron de inmediato las palabras de la Salomé de Wilde y las imágenes decorativas de Beardsley. Pensamos, además, en la siesta del fauno mallarmeano y escuchamos las notas del preludio de Debussy. DAnnunzio y su San Sebastián manierista, de nuevo con la música de Debussy, nos dieron otras imágenes y otras afinidades. De todo este riquísimo magma cultural brotó el canto a la carne victoriosa y al instinto de placer estudiado por Freud. Lo clásico, lo romántico, lo modernista, lo decadente e innovador... todos esos estilos y elementos se dan en Caro Victrix y se enriquecen con la originalísima adjetivación y con la minuciosa espontaneidad de las rimas: Tu seno se hincha como láctea ola, (Continuará)
Hugo
Gutiérrez Vega
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