SALON PALACIO
El amor y la amistad en el Bull Pen
Carlos Martinez Rentería
EN EL DIA del "amor y la amistad", una opción
para fracturar la inercia melosamente mercantilista sería visitar
el Bull Pen, un lugar que no tiene nada que ver con la referencia beisbolera
del "calentadero" para los brazos certeros de los pítchers; es simplemente
la evocación amorosa de un antro tabasqueño que persistió
en la memoria de su fundador, Rubén (que no se llama Rubén),
mecánico egresado del Poli e incipiente pintor quien inició
su aventura cantinera con dos mesas y dos cartones de chelas. Hoy,
el Bull es el espacio de las intensidades efímeras de las noches
más largas del nuevo milenio.
LLEGAR ES MUY fácil, el dilema es cuándo
salir. El lugar se ubica a un costado de los fantasmagóricos Condominios
Insurgentes, entre Querétaro, Insurgentes, Medellín y Monterrey.
Le llaman el Triángulo de las Bermudas, será porque la perdición
puede ser para siempre.
EN ALGUN LUGAR del mural orgiástico plasmado
en todo el contorno del "breve espacio" del Bull por el precoz pintor Esteban
Arévalo (hijo del gran maestro Javier del mismo apellido), aparece
la fecha de 1995, fue por ese entonces cuando Rubén decidió
abrir el bar.
CUENTA EL PROPIETARIO que primero fue una tienda
de abarrotes, pero le robaron y se quedó sin nada. Luego llegó
el pintor Arévalo con ocho noveles ayudantes y llenaron las paredes
con bailarinas cachondas y música en vivos colores. Después
se montó el bar, pero durante un par de años nadie llegaba
y Rubén (cuyo nombre verdadero es Juan Manuel Bucio, pues lo de
Rubén fue un error bautismal), junto con su cuate Jorge de Anda
y su leal mesera Lulú, se quedaban las tardes a beber solos.
FUE DURANTE LOS últimos años de los
noventa cuando poco a poco aparecieron los primeros clientes; las crónicas
en los periódicos decían que era un lugar diferente, que
no tenía comparación. Rubén aventura que el secreto
está en dejar que cada persona proponga su concepto, por eso la
roja sinfonola rompe los géneros y se puede escuchar desde Luismi,
el Buki, Juanga, José José, Javier Solís,
Paquita la del Bario, Pedro Infante, Chente Fernández, hasta
Creedence, Doors, el Tri, Elvis y las Ultrasónicas.
LAS MESAS SON de lámina, las cubetas de
chelas son de a cincuenta pesos, los asistentes son una fauna indescifrable,
estudiantes, oficinistas, poetas, escritores, periodistas, fotógrafos,
obreros, gángsters, travestis, lesbianas, gays, machos calados y
los híbridos necesarios de siempre.
HAY QUE DECIR que Lulú, la entrañable
mesera con 30 años de experiencia, está muy molesta, pues
en el número más reciente de la revista Arcana (febrero
de 2002), se publica un buen texto de la escritora Marta Lamas sobre el
mercado sexual, pero ilustrado con una foto descontextualizada del Bull
Pen, en la que aparece la mismísima Lulú, quien asegura que
su única culpa ha sido meserear y no sabe cómo hacer una
protesta ante el abuso de su imagen.
EN EL BULL Pen hay también una tele
siempre encendida en cualquier canal, algunas fotografías donadas
por parroquianos, un altar a la "Santa Muerte", los miércoles hay
sesiones de diyéis aficionados (que convoca Javo, el creador
de la revista underground Fakir), los fines de semana hay una orquesta
afroantillana que casi no cabe en el lugar, algunas perturbadoras travestis
y muchos alucinados por la noche.
DICE RUBEN (CUYO parecido con el cómico
Tin Tan es asombroso) que ocasionalmente llegan al Bull personajes de la
farándula y de la intelectualidad, entre ellos recuerda a Juan José
Gurrola, Adal Ramones, Sergio González Rodríguez, Daniel
Giménez Cacho, Carolina Luna, Héctor García y Guillermo
Fadanelli, entre otros.
HACE UNOS DIAS, el Bull Pen creció un poco
más, se sacrificó parte del mural de Arévalo (asegura
Rubén que lo van a recuperar íntegramente) y se adjuntó
el local de al lado. ¡Qué bueno!, porque los fines de semana
parece una lata de sardinas borrachas, suele ser incómodo y no han
faltado las madrizas de antología; pero pase lo que pase
nadie se va hasta el amanecer.
MAS ALLA DE cualquier cuestionamiento, que también
los hay, el Bull Pen resulta un oasis de libertad en medio del esquizofrénico
panorama de prohibiciones nocturnas, que en nada se asemejan al espíritu
libertario que debería identificar a un gobierno de izquierda.
EL ALUCINADO Y memorioso Fermín Sada, frecuente
comensal, define al Bull Pen como "incunable congal de cuarto pelo" y así
podrían seguir las interpretaciones. Otras delicatessen de
este entrañable tugurio son inconfesables, pero por todo esto y
mucho más, es recomendable el Bull Pen para todos aquellos desencantados
del artificio comercial del 14 de febrero.