Leonardo García Tsao, enviado
Entre ladrillos verborreicos y comedias excéntricas
BERLIN, 13 DE FEBRERO. Corrían los rumores
acerca de que la nueva realización de Costa-Gavras era de lo mejor
de esta 52 Berlinale, un detonador de controversia y hasta escándalo
que movería las cosas en este apagado festival. Incluso un crítico
serio como Michel Ciment, de la revista Positif, elogiaba las virtudes
de esa producción francesa titulada Amen.
Vanas esperanzas. El director griego demuestra a lo largo
de dos horas y pico de verborrea que su estilo discursivo no ha envejecido
bien en los tiempos en que un colega como Oliver Stone se vale de todo
tipo de recursos visuales y sonoros para hacer convincente una tesis. Costa-Gavras
narra el dilema del arrepentido teniente Kurt Gerstein, oficial de la SS,
quien trata de denunciar los horrores de los campos de exterminio nazis
a través de una figura religiosa como el Papa Pío XII. Sin
embargo, sólo un sacerdote jesuita le hace eco pues el Vaticano
no está interesado en defender la causa judía.
El tema, aunque conocido, se prestaría tanto a
la polémica como la obra original de Rolf Hochhuth en que está
basada la película si no aburriera al respetable con una serie interminable
de escenas de discusión verbal situadas en oficinas, vestíbulos
y antesalas. Y en otra terrible concesión al mercado internacional,
Amen está hablada en inglés, aun cuando todos sus
actores son alemanes, franceses o italianos. Eso da la impresión
de estar viendo una película mal doblada, con acentos típicos
para personajes que supuestamente son alemanes o italianos.
El mejor antídoto a la solemnidad anticuada de
Costa-Gavras fue The Royal Tenenbaums, tercer largometraje del director
estadunidense Wes Anderson. En abierta alusión a la saga familiar
de The magnificent Ambersons, de Orson Welles (recientemente ultrajada
en un remake de Alfonso Arau para la televisión gringa),
Anderson cuenta el acercamiento de un patriarca ?un muy simpático
Gene Hackman? a la familia que abandonó cuando sus tres hijos eran
pequeños genios. Después sobrevino una serie de crisis y
catástrofes que han afectado a todos los Tenenbaum.
El humor de Anderson es un gusto adquirido y no es fácil
sintonizar con su inclinación por lo excéntrico (por ejemplo,
varios periodistas eligieron salirse a media proyección). Y si bien
hay instancias en que el cineasta se pasa de chistosito, no cabe duda sobre
la originalidad de su estilo. A diferencia de paisanos como los hermanos
Coen o Todd Solondz, Anderson no necesita despreciar a sus personajes para
burlarse de ciertos aspectos de la idiosincrasia gringa. Por lo contrario,
los momentos más memorables de The Royal Tenenbaums son aquellos
en que ensaya la ternura en medio de la reconciliación familiar.
No quedan muchas más expectativas en el tramo final
de la Berlinale. Es tradicional en todo festival con estrategia que lo
más flojito se reserve para los últimos días, sabiendo
que la mayoría de los invitados ?los compradores y distribuidores,
sobre todo? inician su regreso a casa por ahí del jueves. La cosa
puede ponerse de miedo.