Luis Linares Zapata
Los lastres del futuro
El futuro del PRI, con lastres al calce, aparece ante el horizonte de la sociedad mexicana con mejorada perspectiva en su capacidad de influencia, tanto entre los electores como frente al gobierno federal, y con un refuerzo considerable de su vida orgánica. La causa de este fenómeno puede hallarse en el reciente proceso electoral para escoger al presidente y secretario general de su comité ejecutivo. El éxito alcanzado es innegable, aunque esté recibiendo, desde nutridos como disímbolos frentes, constantes críticas por los accidentes, manipulaciones y torpezas de sus propios militantes a lo largo de esta lucha desatada para captar las preferencias de sus simpatizantes.
Los datos duros que hablan a su favor son contundentes: 3 millones de votantes que superan la más alocada aspiración de cualquier otro partido nacional, un centenar de miles de voluntarios para operar el montaje de urnas, registro y conteo de sufragantes, 7 mil casillas receptoras a lo largo y ancho del país, un acabado sistema de cómputo aderezado por encuestas de salida y conteos rápidos, despliegue de todo un ensamble de promotores del voto, variados asesores y representantes partidarios, que hicieron su trabajo sin incidente serio que lamentar. Y lo que resultó mejor de todo este tinglado logístico con su despliegue de energía humana: la cerrada competencia entre los contendientes que augura, o asegura, la posterior unidad de sus fuerzas, por ahora enfrentadas. La diferencia que dará el triunfo a una u otra fórmula no rebasará escasos puntos porcentuales. Ello obliga a aceptar que el proceso no terminará con el simple, aunque minucioso, conteo de votos, sino que dará cabida, sin duda, a inconformidades por aquellas violaciones que se han cometido contra la soberanía de las ánforas de los electores. Se espera que, en su preparación interna para montar esta elección, se haya previsto el mecanismo para dirimir las diferencias respecto de la legalidad que ellos mismos se han dado. Nadie se debe escandalizar por la determinación, ya expresada al menos por B. Paredes, de impugnar 100 casillas, principalmente en Oaxaca. Pasa en cualquier elección de estas características de cercanas diferencias.
La voluntad priísta de recurrir a las urnas abiertas a la ciudadanía para regular su lucha por el poder interno de su partido no pudo, en esta primera ocasión y desde la orfandad en que los dejó el "líder nato", cambiar las rutinas desviadas, las trampas y los vicios que han sido parte sustantiva de su pasado. Larga historia de donde proceden las sospechas, las dudas, las críticas, las burlas y hasta los rotundos rechazos a esta tentativa de modernización que el PRI emprendió contra todo pronóstico de fracaso, peligro de ruptura o acto de mera simulación.
Los excesos observados en Tabasco y Oaxaca, donde las diferencias entre una y otra fórmula rebasan con creces las razonables disparidades que se dieron en la normalidad nacional, son un ejemplo señero de las viejas e inveteradas costumbres de trampear las preferencias ciudadanas. Esto no puede ser aceptable como realidad de ese partido, sino que es un defecto que tiene que corregirse para bien de la nación y de su lugar en el mundo civilizado. El resto de los priístas y simpatizantes partidarios no merece tal práctica, ni la presidencia resultante, de no corregirse estos excesos, puede fincar, con toda confianza y respeto, su legitimidad. El liderazgo priísta, de cara a sus interlocutores internos y del exterior, estaría de nueva cuenta baldado.
Los famosos operadores (Ulises Ruiz & Cia en este caso) hicieron sus fechorías ensuciando lo que millones aportaron el domingo pasado con su vocación ciudadana. Pero otros estados como Guerrero, Chiapas, Quintana Roo, Tamaulipas o el estado de México no escapan a los reproches y las suspicacias de manipulación por parte de los dirigentes respectivos. Es claro que la mayoría de los gobernadores de origen priísta no pudieron desprenderse de sus ataduras controladoras y marcaron el proceso con sus huellas de mapaches. Pero al menos hubo algunos que no lo hicieron: Veracruz, Puebla, Sonora o Chihuahua, por ejemplo.
Todo parece indicar, de reponerse la legalidad sobre las desviaciones flagrantes mencionadas, que la fórmula de B. Paredes y Guerrero obtuvo el favor de los electores. Mejor suerte le espera al PRI, de prevalecer esta fórmula, en su inserción en la actualidad del país. Ella está requiriendo de un partido fuerte, orgánico, que resuelva sus luchas apegándose, cada vez con mayor reciedumbre, al paradigma que iguala el ascenso democrático con la mayor apertura, la transparencia y la participación creciente de la sociedad en la conducción de los asuntos colectivos. El discurso dispar entre el decir y el hacer, mentiroso y acomodaticio que marca a R. Madrazo al solicitar que se vea hacia el futuro y no hacia los "detalles del pasado", sólo se empata con su trayectoria de trampas y los groseros acomodos de la legalidad a sus muy particulares intereses y propósitos de obtener el poder. La compañía que le hace la profesora Gordillo, convertida por arte de su enquistamiento en el mando del SNTE en comparsa indeseable, ensancha esa brecha que los priístas quieren cerrar para siempre.