REPORTAJE
Mujeres mayas preservan el ancestral hipil
El bordado de Campeche, síntesis ambulante del
orgullo cultural
ROSARIO JAUREGUI NIETO ENVIADA
Campeche, Camp., 5 de marzo. A la orilla del camino,
la luz del sol a plomo y el fondo coloreado de distintas tonalidades del
verde de los árboles enormes parecen detener a ritmo de cámara
lenta una imagen deslumbrante: una mujer camina con particular señorío.
Luce un hipil blanquísimo en el que resalta un bordado multicolor.
La suma de todos los colores ?el paisaje, su piel y su
vestido? son un resumen ambulante del orgullo cultural. Allí va
caminando, con ese garbo, buena parte de las mejores tradiciones de la
cultura maya. Su identidad.
A lo lejos se percibe en su rostro el orgullo de portar
una prenda en la que sus manos y ojos trabajaron una veintena de días
o quizá cinco meses, el xook bi chuy (hilo contado) que aprendió
de su madre y de sus abuelas. Xook significa contar, estudiar, leer,
y chuy es lo mismo que coser, pero no simplemente unir la tela,
sino entretejerla con hebras de diferentes colores. El bordado también
otorgaba cierta jerarquía: a quienes tenían el oficio se
les llamaba jchuy'os, explica el historiador Gaspar A. Cahuich,
de los archivos Estatal y Municipal de Campeche.
Parte de ese mosaico cultural homogéneo que es
la península de Yucatán, la gente campechana heredó
de sus ancestros la tradición de bordar, una de las tareas que debían
aprender las mujeres y que todavía es parte esencial de su indumentaria:
el hipil (término ''mayanizado'' del náhuatl huipil).
Según la mitología maya, para aprender la
labor y desempeñarla con habilidad y talento, las mujeres debían
pasar sus manos nueve veces sobre la víbora de cascabel. Esto tiene
que ver con la cosmogonía maya: la cifra refiere las capas del mundo
terrenal, y el animal es símbolo de poder, fuerza y destreza, señala
la antropóloga Cessia Esther Chuc Uc, del Centro Español
y Maya de la Universidad Autónoma de Campeche.
En la teogonía de los antiguos pobladores de la
región existía la diosa Xche Bel Yax, inventora de la pintura
y de las artes manuales, entre éstas la de ''cómo entretejer
las figuras en las ropas que vestían", de acuerdo con Eloísa
Ruiz Carvalho de Baqueiro, en su estudio La música y el folklore
en el estado de Campeche.
Bordar, con los años, pasó de ser una tarea
para satisfacer una necesidad de adorno, distinción o doméstica,
a una forma de obtener recursos para ayudar a la economía familiar,
pero la tradición de costurar, como le dicen, se conserva.
Vestido y bordado son inseparables. El hipil está
confeccionado en tela blanca, con hilo contado en el cuello y en la parte
inferior. Hay otro al que se le agrega un fondo o fustán (justán)
blanco, cuya orilla, también bordada en hilos blancos, se usa afuera
de la bata principal. El terno es un traje que tiene una pieza más
entre el hipil y el fustán. El cuello va volado y decorado con bordados
que asemejan verdaderos jardines. ''La mujer campechana, especialmente
la que vivía dentro del recinto amurallado, vistió al principio
el hipil y sobre éste una enagua o falda llamada también
saya, que adornaba con amplios encajes traídos de Europa. Más
tarde dejó de usar el hipil y confeccionó una blusa o camisa
que conserva la misma hechura que el hipil, con la excepción de
que esta prenda se borda a mano, con hilos (blancos y negros) alrededor
del cuello, de forma cuadrada, y de las mangas y del pecho, los motivos
están inspirados en las flores de cebolla y calabaza". El cuello
y las mangas llevan un breve encaje, hecho con los mismos hilos y aguja,
denominado puntillo; algunas personas lo llaman lomillo (otras lo conocen
como xlomillo), como anota Manuel Pino Castilla en El baile y el vestido
en el flolklore campechano. Con el tiempo, a esta bata se le han agregado
también motivos de piratas y barcos, entre cuello y mangas lleva
unas grecas, simulando la piel de la serpiente, y abajo, en el peto, una
silueta, la cabeza del animal (reminiscencia maya) rellena de flores o
con el escudo del estado. En las calles de Campeche no se ven mujeres vestidas
así, sólo en algunos casos con la blusa que se ha hecho más
larga, a media pierna, y con un bordado en la orilla.
Ruperta Ec Kanol, mejor conocida como La Chula,
es originaria de Hopelchén, uno de los municipios de bordadoras.
Cada semana va a la ciudad a entregar las prendas que, con sus hijos, mamá
y hermanas, ha bordado para vender. Le gusta bordar, crear con sus manos
y lo hace desde la edad de seis años, primero para tener dinero
y comprar una paleta de hielo de sabor, y luego, cuando enviudó,
a los 22 años, para ayudarse a mantener a sus tres hijos; hoy lo
hace porque le ayuda para ser autosuficiente.
''En una maquiladora te pagan 50 pesos diarios por 10
horas, bordando ocho horas me gano seis pesos diarios, pero no salimos
de casa y eso en un tiempo servía, porque así podemos cuidar
a nuestros hijos."
Cuenta que aprendió deshaciendo los bordados y
volviéndolos a hacer. ''Lo que hacía mi mamá consiste
en jalar el hilo de la tela, que se llama vara, y ya que está deshilada
una franja vas amarrando hasta formar rositas o varias cosas''. Los motivos
se copiaban de la naturaleza. Para el hilo contado, por ejemplo, ''uno
ve que es una flor, te das cuenta, de la distancia, si tiene seis puntos
o más o menos y vas contando hasta que la formas. Lo redondo se
hace con medios puntos y matizas con hilos de colores. Se cuenta porque
se costura por medio de una caneva (una especie de malla de tela
muy delgada), que son cuadritos, y después se quita. El puntillo
me lleva dos días hacerlo".
El cuello del terno es simétricamente perfecto.
''Hay que esquinarlo. Y de ahí se inicia el trabajo y eso es lo
más importante: lo mismo que tiene de un lado debe tener del otro".
Los motivos del centro deben quedar exactos.
Al momento de vender, las mestizas son expertas: ''¿Qué
es lo que va a ver la que te compre?, que quede bien esquinado; 'entonces
sí, me la llevo', te dicen. Porque no se completó la flor
no te lo lleva", explica La Chula.
Un terno, agrega, lleva hasta seis meses de trabajo y
cuesta entre 4 y 5 mil pesos. ''Es muy elegante. Lo usan más las
yucatecas. Ellas lo visten hasta en fiestas, aunque en otros días
se pongan vestidos diferentes. Bordamos todo el tiempo; yo les enseñé
a mis hijos hombres; así cuando nos toca salir a vender tenemos
nuestros guardados. Un vestido lleva dos cajas de hilo, es decir 50 madejas
de hilo (75 pesos), más metro y medio de tela que cuesta 22 pesos
el metro (33 pesos); lo vendo a 250 pesos, y son 20 días de trabajo.
No desperdicio: los trozos que quedan también los trabajo y armo
otra bata".
Son varias las poblaciones de bordadoras. En la parte
norte de Campeche están, entre otras, Hopelchén, en la región
de los chenes, que incluye diversas comunidades, como Xchná, Xmabem,
Ukun, Xcupil y Santa Rita. En esos lugares pregunta uno por una bordadora
y enseguida dan información. Ahí predomina el trabajo a mano:
el hilo contado, cuyas pequeñas cruces, que recuerdan a las que
existen sobre las antiguas edificaciones mayas, van dando forma y volumen
a las flores de calabaza y cebolla (las tradicionales), o rosas y pensamientos,
ramos de novia o grecas, que pese a que las bordadoras no saben su significado
las reconocen como parte de sus antepasados.
Por el rumbo del camino real a Yucatán, los pueblos
de las bordadoras son Tenabo, Hecelchakán y Dzidbalché, entre
otros. En estos sitios domina el trabajo a máquina, aunque eso no
resta valor a la artesanía, pues de cualquier manera exige dedicación
y creatividad. Las mujeres realizan su tarea con una Singer de pedal, de
hace 30 años. Con sus manos y talento guían la tela para
hacer figuras; luego, con unas tijeras recortan la tela que sobra, resultando
unos finísimos calados. En Tenabo hay algunos locales del Sistema
para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), en los que las mujeres
se reúnen para bordar y aprender el oficio.
De camino hacia esos lugares los cuadros se repiten: mujeres
con hipil, justán y rebozo, cuyo andar pausado y campechano revela
el gusto de ser mestiza. ''Ellas se reconocen por su hipil", dice La
Chula. Sin embargo, la tradición de portarlo podría perderse.
Entre la mayoría de las mujeres que se ven con un hipil se aprecia
que tienen de 40 a 70 años; afirman que lo acostumbran así
porque sus madres y abuelas lo vestían. Sus hijas empiezan a cambiar
esa ropa por una más moderna. Las razones: la influencia de la moda
occidental en las nuevas generaciones; un hipil con justán o un
terno o una bata campechana son más caros.
''Sólo lo uso para determinadas ocasiones", dice
La Chula, mientras Rosa María Balam relata que sus hijas
le recomiendan cambiar sus ropas por unas más baratas. Otra de las
razones, quizá la que lastima, es que muchas de las mestizas quieren
que sus hijos sean dzulitos (dzul significa gente fina),
explica Elsa Nereyda Aranda Lara, del Centro Regional de Información
y Documentación en Campeche, del Instituto Nacional Indigenista
(INI).
La tradición de cruzar la tela una y otra vez con
la aguja e hilos hasta formar los acostumbrados motivos, o bien algunos
más modernos y convertir el pedazo de manta en una obra artística,
se conserva también en la ciudad independientemente de la posición
social o cultural: entre algunas mujeres es motivo de convivencia y para
obtener recursos. Para otras, es la forma de preservar una costumbre que
se va perdiendo y brinda la oportunidad de regalar algo creado por uno
mismo a los seres queridos.
La casa de las artesanía Tukulna (casa del pensamiento),
que depende del gobierno de Campeche, tiene el propósito de ''dar
un apoyo integral a los artesanos del estado; enseñarlos a despegar
con su trabajo y que su dedicación sea como un sustento para ellos
y sus familias, no sólo para salir del paso, venderlo y tener qué
comer. Al mismo tiempo que no perdamos nuestro origen. Ellos ya traen el
arte, nosotros les enseñamos a comercializar, comprar su materia
prima y ofrecerles los cursos que necesiten para lograr una artesanía
de calidad (no sólo bordado, sino corte y confección, en
fin lo que necesiten). Esto es apoyado por la Dirección de Fomento
Artesanal, de la Secretaría de Fomento Industrial y Comercial. También
se trabaja con el DIF y con el Fondo Nacional para las Artesanías
(Fonart). Nos dedicamos a hacer la promoción, vamos a ferias nacionales
e internacionales y llevamos el trabajo de los artesanos, a precio de feria
para poder competir, y de ahí surgen muchos pedidos, lo que sirve
para dar trabajo. Además, les pedimos que ellos busquen también
mercado", explica Celina Cabañas, titular del recinto.
En el caso del bordado, agrega, su aplicación se
ha diversificado: vestidos, manteles individuales, fundas para cojines,
carpetas, toallas, etcétera.
En este lugar se recibe el trabajo de las artesanas indígenas.
Además, se ocupa a unas 50 mujeres de la ciudad a quienes se les
da el material (manta, hilos y la muestra) para que lo realicen en sus
casas y obtengan una remuneración. Cuenta con un taller en el que
varias costureras confeccionan prendas con esos bordados.
Por otra parte, el INI, por medio del Centro Regional
de Información y Documentación, dentro del Programa Nacional
de Desarrollo de los Pueblos Indios, tiene un Programa de Fondos para la
Cultura Indígena, cuyo propósito es fomentar el desarrollo
autogestivo del patrimonio cultural indígena del país y otorga
préstamos a los artesanos para que obtengan recursos y se vuelvan
autofinanciables.
Mientras, las bordadoras siguen a la sombra su paciente
reflejo de penélopes y a la luz de los caminos, bajo el sol resplandeciente
y frente al verdor diferente de los árboles, caminan las mujeres
con su vaivén de orgullo. Portan prendas bordadas con sus manos.
En el andar de esas mujeres a la orilla de los caminos
rurales de Campeche parece irse una de las tradiciones culturales más
antiguas de su tierra: el bordado.
Aunque del asombro, de la conmovedora belleza de esas
escenas que quedan en la mente como una cámara lenta a duermevela,
queda una duda:
Los pasos de esas mujeres, ¿son de ida? Y entonces,
¿será verdad eso de que parecen irse las tradiciones culturales
ancestrales, entre ellas el bordado?