Marta Lamas, el aborto una cuestión de libre decisión ciudadana
"Dado que sólo la mujer y su pareja, cuando la tiene, son quienes asumen el costo emocional y económico de una criatura no planeada ni deseada, ¿hasta dónde pueden la sociedad y el Estado interferir en esa decisión sin asumir ninguna responsabilidad? ¿Debe el Estado mantener a los hijos no planeados o no deseados de mujeres a las que les prohíbe abortar? ¿Quién debe crear el gran orfanatorio nacional, el Estado o la Iglesia católica...?" |
Alejandro Brito
Inteligente, apasionada, persistente, lúcida, irreverente, Marta Lamas es quizá la figura más singular del feminismo mexicano. Participa lo mismo en performances callejeros de protesta que en debates de grandes vuelos. Y es quizá esa mezcla de activismo iconoclasta y riguroso trabajo intelectual --indisociables en su caso--, la que viste su singularidad.
Marta Lamas ha reunido en Política y reproducción. Aborto: la frontera del derecho a decidir (Plaza & Janés, 2001) el producto de la reflexión de seis años sobre un tema que ha capturado la atención de la opinión pública en los últimos años a raíz del caso Paulina (víctima de la arbitrariedad y el autoritarismo panistas); del fracasado intento panista por penalizar todos los casos de aborto en Guanajuato, incluido el del producto de una violación; de la Ley Robles, que amplía las causales legales de aborto en el DF; y, finalmente, del histórico fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a favor de las mujeres.
En su libro, la antropóloga social refiere cómo
los recientes avances en la despenalización del aborto se pueden
entender a raíz del cambio de estrategia ideado originalmente por
un pequeño grupo de feministas que un buen día de 1991 decidieron
--luego de evaluar el cambio político adverso debido a una mayor
ingerencia pública de la Iglesia católica--, cambiar de discurso
y de interlocutores para centrar la discusión no ya en el "favor
o en contra" del aborto sino en la cuestión de "¿quién
debe decidir?"
"Derecho a decidir" en la vida sexual y reproductiva, parece un principio elemental, ¿por qué cuesta tanto trabajo entenderlo como un derecho en el caso de las mujeres?
En el caso de las mujeres y en el de los hombres. Esto
tiene que ver básicamente con la ideología religiosa que
esta entretejida en nuestra cultura y cuyo discurso es: "Tú no eres
dueño de tu vida, Dios es el dueño de tu vida, tú
no puedes disponer de ella." En este contexto, el 'derecho a decidir' --sobre
tu cuerpo y sobre tu vida, sobre la religión que quieres practicar,
con quién te quieres ir a la cama, con quién te quieres casar,
cuántos hijos quieres tener, qué quieres leer, cómo
quieres vivir; o sea, todo lo que tiene que ver con la vida íntima--,
se vuelve de alguna forma un atentado contra la idea de que hay un ser
supremo que decide por ti y que tú tienes que someterte a sus designios
o seguir los dictados que los voceros de ese poder supra terrenal, sus
representantes en la tierra, dictaminan. No está formulado de esa
manera, pero ese es el sustrato de todas las resistencias, es decir, algo
que es un hecho de mínima autonomía en el ejercicio de la
conciencia se convierte en todo un desafío cultural a la religión.
¿Se rompió finalmente el tabú sobre el aborto en México?
Fíjate que no, a pesar de que, como dijo Carlos
Monsiváis hace unos años, la sociedad ya ha despenalizado
moralmente al aborto. La sociedad lleva un rato con una postura mucho más
liberal. Pero el tabú sigue existiendo en el debate público.
Nosotras registramos un cambio muy marcado en el manejo del tema en los
medios de comunicación desde hace unos tres o cuatro años.
Hoy nos enfrentamos a una especie de censura en radiodifusoras y televisoras
donde nos invitaban a hablar y ahora nos dicen: "es que no podemos hablar
del aborto". Que no se hable del tema, esa es la consigna, porque la Iglesia
y las fuerzas conservadoras saben que si se discute abiertamente pierden
la discusión. Hace diez años había una mayor apertura
al tema, ahora se está cayendo en el tabú, fíjate
que interesante.
Pareciera lo contrario...
Un gobierno panista tiene sus costos.
¿A qué se debió el cambio de estrategia en torno a la lucha por la despenalización del aborto?
Luego de ver cómo la Iglesia católica lograba
frenar una ley razonable y moderna sobre aborto en Chiapas, y cómo
Salinas de Gortari con sus reformas constitucionales le daba la posibilidad
a la Iglesia católica de aparecer en los medios y de hacer política
abiertamente, en 1991 un grupo de feministas, cinco para ser precisas,
nos dijimos: es necesario trabajar de otra manera el tema, ir más
allá del movimiento feminista y apuntar hacia otros objetivos: la
sociedad, los funcionarios, la ley, el sector salud, los abogados, los
ministerios públicos, los jueces. Hubo una voluntad de hacer un
discurso distinto, dejar el rollo victimista, meter mayor racionalidad,
usar las estadísticas de manera menos amarillista y más apegadas
a las cifras oficiales, hacer un trabajo de educación pública,
abogar por una causa con la mayor seriedad y el mayor rigor posible.
Cambio de estrategia, cambio de interlocutores...
Y de discurso, aunque no de objetivo final.
En ese sentido, en tu libro afirmas que el primer paso fue la homologación o igualación de los códigos penales en torno a las causales de aborto, ¿cuál sería el segundo paso?
Pero ese primer paso aún no lo terminamos de dar, lo tenemos todavía en nuestra agenda; es más, con el gobierno federal panista hemos tenido que dar un paso atrás y pugnar porque se respete el aborto legal. El caso Paulina1 nos hizo ver muy claramente que no basta que esté consignado en el Código Penal el derecho de una mujer a la interrupción legal del embarazo producto de una violación, y que hay que encontrar la manera para que el aborto legal se cumpla.
Entonces, el primer paso de nuestra agenda es el respeto
al aborto legal, que se difunda cuáles son los abortos legales en
cada uno de los estados del país, que existan los procedimientos
necesarios para que la decisión se cumpla con presteza, y después
nos vamos a ir sobre abrir más causales legales, que la causal de
malformaciones, vigente en diez estados de la república, se apruebe
en los otros 20, traernos la causal por razones socio-económicas,
que sólo existe en el estado de Yucatán, al Distrito Federal;
y hablar de la necesidad de homologar todos los códigos penales
a las causales más modernas.
¿Un referéndum o plebiscito, contribuiría al debate?
Sí, si se hace como en Italia. Allá, en
1976, dos años antes de que se votara la ley, los medios de comunicación
se comprometieron a darle el mismo tiempo a la postura del SI y a la postura
del NO, y tú tenías a un grupo de abogados que hablaba media
hora sobre por qué NO se debería de legalizar el aborto y
luego otro grupo de abogados diciendo porqué SI, un grupo de médicos
a favor y un grupo de médicos en contra. En una sociedad igual de
católica que ésta, durante dos años la gente tuvo
acceso a los argumentos de un lado y de otro de la manera más sería
y fundamentada posible, entonces cuando llegó a votar a las urnas
sabía lo que estaba votando, y aunque la Iglesia hizo una gran campaña
en contra, se consiguió ratificar la ley del aborto, con la participación
de casi 80 por ciento de la población, fue altísimo, y desde
entonces la Iglesia no ha podido hacer que retroceda esa ley. Con una sociedad
informada ¡claro que sería muy importante hacer un plebiscito
o referéndum!, que la gente tenga posibilidades de oír las
dos posiciones y vote de acuerdo a su conciencia y libremente, pero después
de haberse empapado en qué significa una posición y qué
significa la otra. Si fuera así, seguro ganabamos el referéndum.
Según los dirigentes del PAN, el fallo de la Suprema Corte no fue una derrota para ellos porque se ratificó la constitucionalidad del derecho a la vida desde la concepción.
Es una manera de querer dulcificar su derrota. Pero el
comunicado oficial no deja lugar a dudas, la manera como lo dice la ministra
Olga Sánchez Cordero es muy interesante: "nuestra Constitución
defiende la vida, no determina en qué momento se inicia ésta".
Lo que han querido hacer algunas personas del PAN es enviar un mensaje
contradictorio a la ciudadanía. El presidente de la Suprema Corte,
Góngora y Pimentel, afirmó que era un triunfo de las mujeres,
de sus derechos por encima de los del embrión, eso es indudable
y esa es la importancia de este fallo que el PAN ha querido manipular.
¿Cómo hacer para que los derechos sexuales y reproductivos se vuelvan parte de la aspiración democrática de la ciudadanía?, tú hablas en tu libro que es cuestión de reelaborar discursos.
Sí, de volver a decir las cosas de tal manera que
las puedan escuchar nuevas audiencias. Si yo a las chavas les echo el rollo
feminista que aprendí hace 30 años me van a ver como un betabel
trasnochado que no sabe cuáles son sus circunstancias. Las preocupaciones
básicas son las mismas, pero el contexto histórico obliga
a usar otro lenguaje, otros símbolos y hasta te diría que
otras voceras. Debemos permitir que surjan discursos distintos tanto cultural
como políticamente.
¿Ya no hay lugar para los radicalismos o los discursos ideologizados?
Fíjate que yo creo que sí hay. Yo siempre pongo como ejemplo el caso de Claudia Rodríguez, la mujer que le disparó al hombre que la quería violar, la policía lo desatendió, dejó que se desangrara mientras la manoseaban y la interrogaban a ella, al final el tipo muere, y a ella la meten a la cárcel por homicidio. A esa mujer la pudimos sacar de la cárcel porque al mismo tiempo que unas locas feministas se encadenaron afuera de Gobernación, las feministas priístas en el gobierno ejercieron presión, y escritoras como Elena Poniatowska o Ángeles Mastreta, mandaban cartas al secretario de Gobernación, y otras feministas hacíamos otro tipo de trabajo.
Como que cada grupo en su estilo, hizo algo, y tenías a Jesusa Rodríguez haciendo un performance loco en la calle en la máxima radicalidad, pidiendo casi la muerte para los violadores, y tenías otro tipo de feministas haciendo interlocuciones entre las perredistas, las panistas, etcétera. Bienvenida la radicalidad en el sentido de ir a la raíz de las cosas, las posiciones radicales sirven de gasolina para mover muchas cosas, pero se necesitan mediaciones, necesitas negociar, influir, hacer amarres, alianzas. Las declaraciones incendiarias y revolucionarias no inciden en la realidad política ni frenan los procesos de la derecha.
Necesitamos a todas las corrientes para formar un gran
frente en contra de la derecha. Nuestro enemigo común es ese fundamentalismo
religioso que desgraciadamente en nuestro país se lleva la palma
con la jerarquía de la Iglesia católica.
En tu libro afirmas que el tema del aborto se ha politizado con los casos de Paulina y la Ley Robles, ¿eso es favorable o tiene sus riesgos?
Hay una diferencia entre politizarse y partidizarse. A
mí no me parece mal que se politice, pero sería una lástima
que se partidice, como si el PRD tuviera la posición correcta y
el PAN la equivocada. En realidad, el tema de los derechos sexuales y reproductivos
es un tema que ninguno de los partidos ha querido retomar, porque implica
pelearte con la Iglesia católica, lo cual en este país puede
tener altos costos políticos. Por ello el esquemita de que los perredistas
tienen la posición buena; los panistas, la mala; y los del PRI se
callan la boca, es falsa. Hay perredistas que están en contra, algunos
priístas han apoyado, y hay una gran división entre los panistas,
sobre todo entre los jóvenes. En el congreso de jóvenes panistas,
hace dos o tres años, se perdió la votación del aborto
por cuatro votos, creo que 82 contra 86; o sea, casi 50 por ciento de los
jóvenes pensaban que el partido debía tomar otra posición.
Si el PAN quiere ser congruente con una verdadera posición demócrata
cristiana, como la europea que ha terminado por aceptar la cuestión
del aborto, va a tener que revisar muy en serio sus posiciones sobre el
tema. La democracia cristiana mexicana está muy atrasada y todavía
supeditada a las posiciones de la jerarquía católica.
Terminas tu libro antes del fallo de la Suprema Corte de Justicia, cuál sería su colofón después de conocer este fallo.
Algo así como que la batalla por los derechos sexuales y reproductivos pasa por la modernidad del país, es decir, por garantizar el respeto a la separación de poderes y a la laicidad del estado. El fallo de la Suprema Corte confirma esta aseveración. Tuvimos una Suprema Corte capaz de discutir con mucho profesionalismo, informándose muy bien, desembarazándose de los argumentos ideológicos, que decidió dictaminar en función de criterios jurídicos, de ver si realmente era constitucional o anticonstitucional la llamada ley Robles, haciendo un largo trabajo de un año y varios meses en torno al tema para tomar una decisión trascendental que pone los derechos de las mujeres por encima de los derechos del producto de la concepción.
En ese sentido soy optimista a largo plazo, no puedo ser
optimista a corto plazo con un gobierno panista, pero soy optimista en
el sentido de que aún con un gobierno panista, nuestro país
se está modernizando en el buen sentido de la modernidad, entendida
como la capacidad de los individuos de regir sus vidas poniendo en el centro
sus derechos, no pensando en poderes celestiales. En este sentido me parece
que el fallo de la Suprema Corte es un gesto o un símbolo de modernidad.
1 La niña de 14 años a la que en 1999 las autoridades panistas de Baja California le negaron su derecho a interrumpir un embarazo producto de una violación.