José Cueli
Revuelo por el Big brother
Gran revuelo ha causado en estos días la aparición del programa televisivo Big brother. Enorme expectación para algunos, críticas y reflexiones por parte de un buen número de columnistas e incluso severos cuestionamientos de condena por la Iglesia católica. El suceso ha hecho rememorar la obra de George Orwell, 1984, que escrita en 1948 parecía una ficción aterradora que no nos alcanzaría nunca. Sin embargo, esta ficción hoy se parece demasiado a la realidad que vivimos.
Orwell describe un sistema social y político en el cual el hombre es preparado para una sociedad de consumo homogeneizada. Mismas casas, misma vestimenta, mismos productos y accesorios que habían sido promovidos por los mismos canales de televisión para controlar y tener injerencia directa hasta en los actos más íntimos del individuo. Como consecuencia, el sistema que explica Orwell mutilaba la intimidad y la capacidad de individuación de los sujetos a grado tal que la interioridad de los individuos se veía invadida, arrasada, nulificada.
En este tiránico régimen, con objeto de que la historia no tuviera cualidades discriminatorias, se habían uniformado los textos en un texto único. Existía un misterio de información que mediante computadoras rectificaba la historia a gusto y conveniencia del partido en el poder. El hecho de borrar y censurar las contradicciones históricas tenía la clara finalidad de evitar que el individuo pudiera pensar y cuestionar por sí mismo los errores históricos, sus causas y sus consecuencias.
Por otra parte, la intimidad estaba abolida. En todas partes había telepantallas que escrutaban la intimidad de las personas. Esta intimidad se detectaba de manera electrónica, se computaba y en un momento determinado existía una ficha en la que se registraban hasta las actividades más íntimas del sujeto. Por tanto, la persona se veía privada de la posibilidad de realizar en la intimidad actividades tan privadas como hacer el amor, asearse o dedicarse al reposo.
El ministerio de alimentos también había homogeneizado la alimentación; se producían y distribuían pastillas bien balanceadas a base de sorgo y otros agregados proteínicos. Asimismo, el proceso de producción y distribución de bebidas alcohólicas estaba bajo regulación. Se ofrecía un ginebra de ínfima calidad que embotaba rápidamente la conciencia. La maternidad estaba penalizada y sólo existía un gran hermano mayor que dirigía el poder, un ser robotizado, desafectivizado pero sumamente controlador y poderoso. Parecía que la exterioridad de este hombre se hubiera diseñado para abolir su interioridad y, por ende, su capacidad de pensar y sentir, con un grave deterioro en su desarrollo integral como persona.
Nulificado en su intimidad, incapaz de diferenciarse y de desarrollar su propia capacidad en el pensamiento en lo afectivo sólo le queda amalgamarse a una sociedad mecanizada y deshumanizada. Más que vivir, sobrevive y se deja llevar por la corriente sin la posibilidad de desarrollar su propio potencial, ya que ha perdido la capacidad no sólo de disentir, también de apreciarse a sí mismo y a los demás.
Si considero que la capacidad de intimidad (con uno mismo y con los demás) es uno de los grandes logros en el desarrollo de una personalidad adulta, podemos inferir que la renuncia a ello, bien sea por imposición o por falla en el desarrollo emocional, lo que viene a traducir es una involución en el desarrollo humano.
Lo que años atrás se concebía como ficción hoy parece superar a la realidad en un mundo que ejerce cada vez más fuertes presiones de toda índole para conducir al individuo no a la superación sino al retorno a formas mas primitivas y precarias de funcionamiento síquico (narcisismo, sadomasoquismo, violencia, farmacodependencia, promiscuidad, y desintegración familiar y social).
Repetir para no recordar. Contundente hallazgo de Freud para explicar la compulsión a la repetición que se instaura para evitar recordar aquello traumático que ha caído bajo los efectos de la represión. Pero tras la repetición se oculta sigilosa la pulsión de muerte. Además, lo traumático inconsciente que no se evoca, no se confronta y se elabora en la repetición continuará imprimiendo sus efectos de coartar la vida e incluso de destruirla.