Bárbara Jacobs
Flores en la pileta
Cuando felicité a Mario Bellatín por el
Premio Villaurrutia que le acabábamos de anunciar, exclamó:
''Ahora mismo me arrojo a la pileta". Sorprendida, le pedí en mi
calidad de jurado que no lo hiciera, y en tono de broma, para disuadirlo
y no azuzarlo, añadí: "Por lo menos espérate hasta
después de la premiación".
Pero en realidad, ¿qué había querido
significar Bellatín con la expresión que usó? Mientras
yo la entendí como una respuesta inesperada y alarmante, lo más
probable era que, por raro que pareciera, él la hubiera usado para
expresar sencillamente su gusto. Y si su gusto era grande, de exagerada
no tenía el menor asomo. Como quiera que fuere, no se trataba de
una frase común o que anunciara un gesto tranquilizador. Ni dejaba
de ser intrínsecamente extraño, tampoco, que en una noche
de invierno alguien, ordinario o extravagante, quisiera arrojarse a una
pileta en señal de júbilo, y ni siquiera de desesperación.
Conozco
poco a Bellatín, pero los críticos han señalado que
en su obra presenta respuestas alternativas, y que de hecho tanto su estilo
narrativo como el desarrollo y el desenlace de sus narraciones son inesperados
y diferentes. Pues ya acababa yo de tener una muestra viva de que los críticos,
por una vez, habían acertado en su apreciación. Bellatín
y su literatura se salen de la media y constituyen una propuesta ante la
que ciertamente lo menos que puede decirse es que vale la pena sorprenderse.
Casi diría que Bellatín marca. A partir de la forma en que
manifestó su gusto, a mí difícilmente se me representaría
sino como alguien alternativo, capaz de arrojarse a una pileta seca o con
agua, en invierno o en verano, con tal de manifestar su satisfacción.
Bueno, no era para menos. Unos días atrás
la prensa había dado la noticia falsa de que Bellatín había
ganado el premio Villaurrutia, y a pesar de que el asunto se aclaró
como broma de mal gusto, Bellatín no habrá dejado de temer
que, con semejante precedente, se le habría cebado el premio. Es
decir, el contexto hacía que la expresión "arrojarse a la
pileta" adquiriera, después de todo, no nada más sentidos
alternos, sino motivaciones también alternas. En todo caso, ¿qué
se podía esperar de alguien que, como se dice de Bellatín,
tiene orígenes japoneses? Hay que recordar que para la cultura japonesa
hacerse el harakiri o, lo que es lo mismo, arrojarse a la pileta,
tiene un significado y una resonancia tan alternativos como trascendentes
y hasta heroicos.
Ahora bien, ¿qué encontramos de estas capas
de sentidos distintos contenidos en una simple expresión cuando
leemos a Bellatín? En Flores, su libro ganador, posibilidades
que se reproducen. El relato está formado por cuadros, por ejemplo,
y a cada uno de ellos le corresponde una flor. Digamos la crisantema, que
acompaña a uno de los más dramáticos. Una mujer arroja
a las vías del tren a su hijo adoptivo recién nacido, pues
su irrupción en la vida de pareja de ella había sido atroz.
En el momento de arrojarlo, del otro lado de la vía la madre ve
un campo de crisantemas que, entre la bruma y el paso del tren, desaparece
como una ilusión.
Más allá del efecto que tenga en Bellatín
el premio que hoy recibe, creo que el que tenga en Flores dependerá
del lector. Que la obra premiada se conozca y se aprecie es el efecto que
sin duda todo premio se propone alcanzar, y es la suerte que Flores
merece.
Este libro me hizo recuperar la flor, lo que no es una
conclusión cursi o tonta. El otro día me crucé en
la calle con un joven que llevaba un ramo de flores en la mano. Eran amarillas
y moradas, y el ramo me gustó poderosamente. Tanto, que se lo pedí.
El joven se desconcertó. Me dijo que estaba bien, pero que me lo
vendía y en cuánto. Le expliqué que no lo quería
comprar; pero que sí lo quería tener. Yo no sabía
si el precio era el justo o no; más que nunca antes, ahora me parecía
claro que el costo de lo que a uno le gusta y quiere es, además
de relativo, una abstracción. Sin embargo, no me interesaba llegar
a ningún acuerdo en estos términos tampoco.
Mientras sostenía esta transacción encaminada
al fracaso con el florista involuntario, imaginaba el ramo de flores en
cuestión en un florero sobre mi mesa de trabajo. No forcejeamos,
el joven y yo, porque me contuve de arrebatarle las flores que yo quería
y que él no quería darme; pero cuando me senté a trabajar
las vi sobre mi mesa en el florero tal como si ahí estuvieran. Entonces
pensé que Flores, de Bellatín, había hecho
la magia.
¿No es esa la finalidad de la literatura? Que te
grabe imágenes en la memoria y sensaciones; que te deje pensando
si la resolución que leíste a un conflicto determinado era
la única viable, o si habría otras, y cuáles podrían
ser éstas. Además, ¿no se trata de que la literatura
produzca en ti eso que se llama placer estético? Un libro bueno
consigue todo esto, acompaña y hasta llega a provocarle sueños
al lector y a darle ideas. Un buen libro despierta recuerdos en el lector,
y le crea situaciones que se convertirán a su vez en recuerdos.
Flores me recordó mi afición adolescente
a las crisantemas, que algo tenían que ver con Japón, precisamente,
y el zen, y cosas como esas. Con regularidad renovaba una de estas flores,
blanca, en un florero de cuello alto. Oigo el corte diagonal que hacía
en el extremo del tallo, y recuerdo cómo después, con el
mango de las tijeras, lo machacaba apenas para que, al volverlo a introducir
en el florero, con agua limpia, la flor, aunque milimétricamente
más corta, durara más.
Qué bueno que Bellatín escribió Flores,
y qué bueno que ambos, autores y libro, reciben hoy el Premio
Villaurrutia. Sirva el acontecimiento para renovar el espíritu del
premio, de escritores para escritores, y para celebrarlo con Bellatín
y sus Flores, así sea arrojándonos todos a la pileta
antes de que nos borre la bruma o el tren.