La Jornada Semanal, 17 de marzo del 2002                           367
(h)ojeadas
Una tácita autobiografía

Marco Antonio Campos

Raquel Tibol,
Escrituras,
UNAM/Conaculta,
México, 2001.
Con la minuciosidad que la caracteriza, en un laborioso trabajo de investigación, Raquel Tibol ha recobrado y ordenado todo lo escrito que conocemos hasta ahora de Frida. Si una imagen me ha dado Raquel Tibol es la de esas hormigas de infinita laboriosidad que recogen con infinita paciencia las mínimas migas y levantan con ellas pequeñas casas y castillos. Debemos a Tibol en buena medida la memoria múltiple de los muralistas mexicanos (Orozco, Rivera y Siqueiros), la vida varia y variada de Tina Modotti y la puesta al día del gran retratista Hermenegildo Bustos. Antes que Frida Kahlo fuera el gran icono actual, puede afirmarse que la única que escribió insistentemente artículos y crónicas, en los años cincuenta, sesenta y setenta, recordándonos los diversos cortes del magnífico traje artístico de la artista coyoacanense, fue Tibol. Son cerca de treinta textos. Más: la primera biografía importante, hecha en buena medida con documentos kahlianos, fue de Raquel Tibol en 1977 (Frida Kahlo. Crónicas, testimonios y aproximaciones). Su biografía sigue siendo un ejemplo de objetividad y amor al personaje en un tiempo en que críticos, biógrafos, dramaturgos y directores de cine, buscan, no la belleza y la verdad en sus cuadros, sino las huellas del escándalo en la cama ardiente de Frida, o como diría Tibol, se han depreciado de oficio para convertirse en meros "inspectores de sábanas". Basta recordar dos casos famosos: el film lamentable de Paul Leduc, con errores históricos y de interpretación, donde además aparece un Diego Rivera de pacotilla y un Trotski irrisoriamente bucólico, y la biografía de Hayden Herrera, con muchas virtudes, pero cándida a la hora de citar como pruebas a fuentes poco creíbles o a aquellos que opinan sólo para creérsela íntimamente y decirle al mundo que conocieron a Frida.

Escrituras es un documento extraordinario con escritos de diversa índole de una pintora excepcional que nos hace seguir de primera mano la vida de Frida Kahlo desde los años veinte hasta su fallecimiento, es decir, de alguna manera es una autobiografía armada, o en palabras de Tibol en el prólogo del libro, una "tácita autobiografía". Sin embargo, partamos del hecho de que Frida jamás imaginó en vida que no sólo todo aquello que pintó, sino lo que escribió, sería innumerablemente interpretado, y menos aún que se convertiría en el gran mito femenino de México del siglo xx, sobre figuras de radiante atracción como María Félix y Dolores del Río, Tina Modotti y Rosario Castellanos. Su fama crece día tras día, y quien fue a menudo vista en vida como "la mujer de Diego", no cabría en sí de asombro que desde hace lustros, en países americanos, europeos y asiáticos, por una de esas raras paradojas históricas, se habla de Diego como "el marido de Frida". A través de las páginas de Escrituras entramos, a veces hasta las entrañas, a un mundo a la vez fascinante y desgarrador, solitario y solidario, en suma, a una vida y una obra hechas como una casa con los materiales del erotismo a flor de piel, de los sueños despedazados y del dolor sin paz.

Frida tenía un sentido instintivo del ritmo de las palabras y contaba sabrosamente situaciones, anécdotas y chismes. Su estilo, lleno de mexicanismos, es fresco y desparpajado, y sabía dar en momentos sabor a vocablos y expresiones que oíamos aún en el país de la infancia, le gustaba piruetear las palabras y frasear en spanglish, pero no creo, como dice Raquel Tibol en el prólogo, con excepción quizá de algunas hermosas cartas de amor dirigidas a Alejandro Gómez Arias y a Nickolas Muray, que estas páginas ubiquen a Frida dentro "de la literatura confesional e intimista del siglo xx". El libro es un gran documento: Tibol organiza los textos para que sepamos de Frida, contadas por Frida, cosas muy íntimas de su cuerpo y de su alma y logra que seamos testigos de sus hechos diarios y sus avatares artísticos; eso no hace que la mayoría de las páginas tengan un encanto estético.

De una u otra manera, en las páginas de estas Escrituras, recobramos los momentos esenciales de Frida en el decurso de los años: la vida coyoacanense de la infancia y la adolescencia, que entonces era de pueblo, el gran amor de la primera juventud, el terrible accidente, la revelación de la pintura, el principio de sus simpatías izquierdistas, el matrimonio con Diego Rivera, las estancias con Diego en Estados Unidos, el triste y sombrío mundo de los hospitales, el conocimiento de importantes artistas, empresarios y políticos, los primeros amantes, las exposiciones iniciales en Nueva York y París, los años de la madurez como artista que fueron también de algunas dificultades monetarias, la etapa de los cuarenta como maestra de jóvenes pintores, el declive destructor y el final dramático. La vida que empezó como una provocadora comedia actuada por una adolescente traviesa, se modificaría a partir de septiembre de 1925, luego del accidente, para empezar a desarrollarse como una pieza trágica digna de un escenario de la época isabelina o cristianamente como una lenta crucifixión.

En los años de la infancia, la adolescencia y la primera juventud de Frida, Coyoacán era un pueblo con sus barrios demarcados. Cito algunos: Santa Catarina, San Francisco, La Concepción, El Carmen, San Lucas, San Mateo, San Diego. El barrio de Frida fue El Carmen, creció, vivió a menudo y acabaría muriendo en la famosa Casa Azul, en la esquina de Allende y Londres, cerca del río, o mejor, del riacho de Churubusco, y a unas ocho calles del centro del pueblo, donde aún en 1925 sólo había (sin duda exageraba) "pastos y pastos, indios y más indios, chozas y más chozas". Cuando asistía a la Escuela Nacional Preparatoria en San Ildefonso "viajaba a México". Como testimonian las cartas, cuando estuvo lejos del país, no era la ciudad de México por la que sentía nostalgia; quería volver a Coyoacán. La Casa Azul, fue, como dice hermosamente Raquel Tibol, el espacio familiar que "alcanzó a transformar en su propio reino".

Las amistades coyoacanenses, hasta su matrimonio con Diego, fueron las familias de los Rocha, los Rouaix, los Navarro, los Campos, los Canet, los Galant, pero luego de la entrada a la preparatoria se sentía más a gusto y prefería la compañía del grupo estudiantil que se autobautizó como "Los Cachuchas" (todos usaban cachucha), entre los que se contaban Alejandro Gómez Arias, Miguel N. Lira, Carmen Jaimes, Anita Reyna, Ángel Salas y Agustín Olmedo, que no serían ya recordados si no fuera por Frida. En Coyoacán solía citarse con Gómez Arias y uno de los sitios furtivos de reunión eran las cercanías del ex convento de Churubusco. Las familias en el pueblo se conocían entre sí; no en balde en los primeros tiempos, luego del accidente, decía que iba a visitarla "todo Coyoacán". Quien no iba a visitarla era el joven amado, pese a las largas súplicas: "Yo no he hecho más que esperar ese día que no ha llegado todavía", le dice en una carta un mes y medio después de que, estando los dos arriba de un camión urbano, sufriera éste el embate del tren eléctrico. En Coyoacán, en el palacio municipal, Diego y Frida se casarían el 21 de agosto de 1929.

Desde muy niña Frida fantaseaba planes de partidas y regresos. En una carta a Gómez Arias de enero de 1927 le dice una frase conmovedora que concentra todos sus proyectos rotos: "¡Yo que tantas veces soñé con ser navegante y viajera!" Después, ya viviendo en ciudades de Estados Unidos o en su breve paso por el París de la preguerra, no dejaba de hablar de regresar al pueblo. Coyoacán fue la pequeñísima Ítaca en la que siempre pensaba y a la que siempre volvió.

El accidente del 17 de septiembre de 1925 transformó y revolucionó su vida. Ya desde esos años y hasta el final, un buen número de veces pasó por su cabeza la idea de suicidarse, pero una contracorriente poderosa acababa por imponérsele, al grado que unos tres meses antes de su fallecimiento, alcanzó todavía a gritar en su Diario una serie de ¡vivas! que son una honda afirmación vital: a la alegría, a Diego, a las amigas, a los doctores, a las enfermeras, a los países socialistas, al pueblo de México. A Frida la salvó ante todo el trabajo y el arte, y al final, de una manera romántica, le dio un nuevo aire la creencia en la revolución.

Fue una artista excepcional, pero pocos, entre los que no se contó ella, se dieron cuenta de esto en los años de su vida. No era poco estar casada con uno de los gigantes de la pintura de Occidente, infatigablemente asediado e infatigablemente aplaudido y vilipendiado, pero salvo en su brevísimo periodo inicial, su pintura en nada se pareció a la de Diego. Aunque alguna vez consideró pintar murales, Frida sólo trabajó en caballete, casi todo en formato menor, y el tema fundamental no fue, como en Diego, la historia de México y las luchas de la clase obrera, sino ella misma y su entorno urgente en la vía dolorosa de sus últimos veinte años. Diego siempre la estimuló pero no la dirigió, o al menos, no hay huellas de que lo haya hecho. Frida podía imitar el estilo alegre y solar de Diego, pero a Diego le era del todo ajeno el estilo sobrio de Frida. Uno de los que creyeron desde siempre con honradez íntegra en la pintura de Frida fue el propio Diego. Ya en octubre de 1938, en un recado al crítico Sam A. Lewishon, escribe con excelente juicio que la obra de Frida es "ácida y tierna, dura como el acero y delicada y fina como el ala de una mariposa, adorable como una hermosa sonrisa y profunda y cruel como la amargura de la vida". Diego aún logró que Breton escribiera el admirable texto "Frida Kahlo de Rivera", que sirvió de presentación del catálogo a la primera exposición individual de nuestra pintora en la Julien Levy Gallery de Nueva York en noviembre de aquel 1938.

Pese a estar rodeada de los mejores artistas, Frida, como decimos en México, jamás se la creyó. Todo lo contrario. El trabajo para ella fue un deleite íntimo y una manera de ganarse la vida y conseguir dinero para los estupefacientes y anestésicos que le aliviaban los espantosos dolores físicos. Aun en la época que pintó sus más intensos y dolorosos cuadros (1937-1948), nunca se sobreestimó, de seguro porque ignoraba el valor de lo que estaba haciendo. Pero la pintura fue su gran tabla de náufrago y así se lo dijo a Raquel Tibol en la entrevista de 1953: "La pintura me completó la vida. Perdí tres hijos y otra serie de cosas que hubieran llenado mi vida horrible. Todo eso lo sustituyó la pintura. Yo creo que el trabajo es lo mejor."

Empezó a pintar en 1926. Si bien a finales de los años veinte había ya hecho cuadros art nouveau, como los de Miguel N. Lira y Alicia Galant, es con Diego, y en especial en las estancias estadunidenses, cuando empieza a intensificarse su trabajo y a brillar su talento. Voy a decir algo que molestará a feministas o kahlianos pero lo cual es fácil probar con las confesiones de Frida en varios momentos de estas escrituras a lo largo de los años: Frida no hubiera sido nadie sin Diego, pero Diego ya era un verdadero grande cuando conoció a Frida y lo hubiera seguido siendo sin ella. Diego fue el gran amor, o al menos, el más permanente de su vida, por Diego se adentró en serio a la pintura, por Diego conoció a las figuras del arte, de la empresa y la política, y por Diego empezó a vestirse como mexicana y a gustar de lo mexicano. ¿Es poco haber convivido, aunque después descubriera miserias o sombras, con Rockefeller, Trotski, Breton, Carlos Chávez, Dolores del Río, María Félix? Diego la transformó, y más, la transfiguró y la abrió desde muy joven al gran mundo.

Pero en ese entonces, en ese periodo de 1937 a 1949, es decir, entre sus treinta y cuarenta y dos años, sin que ella se diera cuenta, pintaba piezas extraordinarias. Después, entre 1949 y 1954, por desgracia, sus cuadros se manchan con una ideologización elemental, y su pintura misma se vuelve más borrosa y barrosa. Sus héroes representativos, a los que aun retrata en pésimos cuadros, son Marx y Stalin.

De su periodo de espléndida madurez me quedo con una docena de autorretratos donde el dolor está sobriamente contenido como el Autorretraro con mono, Las dos Fridas, La mesa herida, Autorretrato con collar de espinas, Yo y mis pericos, La muerte en mi pensamiento, pero sobre todo La columna rota, pese al exceso de lágrimas y al exceso de clavos. El venado herido, quizá su cuadro más representativo, o quizá de otro modo, donde encuentra su exacto símbolo representativo, y los varios autorretratos, sencillos y deslumbrantes, donde viste de tehuana. "Pintura de poeta visual, precisa, preciosa, punzante. Humor cruel: la llaga y la flor", resumió así su arte Octavio Paz, otro gran poeta.

Contra lo que pudiera pensarse, me parece que su bisexualismo fue tardío, a menos que creamos las opiniones de una autoridad indecorosa como Alejandro Gómez Arias, a quien Raquel Tibol define muy bien en su severa crítica a la biografía de Hayden Herrera como "el amado adolescente mojigato y difamador". Gómez Arias contó a Herrera que Frida había tenido una aventura en 1924 con una empleada de la sep y más tarde con su impresor Fernando Fernández. Pero más allá de eso, mucho más allá de eso, los mejores cuadros de Frida no tienen nada que ver ni con sus inclinaciones lésbicas ni con los amantes que tuvo. Las alusiones lésbicas son mínimas, y no aparecen, o al menos no los vemos en su obra, sus fugaces amores con Iguchyi, el fotógrafo húngaro Nickolas Muray, el refugiado republicano Ricardo Arias Viñas y el pintor catalán José Bartolí. Con ellos o sin ellas la obra ilustre se hubiera hecho. El único gran amor, el sol definitivo que aparece en su obra, y no como explosión sexual, sino como un rostro austero o como niño frágil, es Diego Rivera. Hay un pequeñísimo cuadro de 1944 donde están integrados los perfiles de Diego y ella. Contra los tormentos vividos y las tormentas tremendas padecidas, Diego y Frida fueron una sola persona y un nombre verdadero, como lo muestran varios retratos y varios documentos: cartas, tarjetas, retratos verbales, el Diario mismo, y en especial, que es lo más íntimo del alma, sus pinturas. No en balde un escritor lúcido y de talento, conocedor de lo mexicano, como el francés Le Clezio exaltó a través de todo un libro el amor raro y excepcional de la pareja. Ni los varios amantes que Frida tuvo bajaron un ápice su amor absoluto por Diego. Aún más: los golpes sentimentales y morales más demoledores que recibió Frida fueron dos y se los dio Diego: en 1934, cuando le es infiel con su hermana Cristina, y en 1940, cuando se divorcian brevemente. O con palabras de Frida en una carta de 1934 dirigida a Ella y Bertran Wolfe: "[tengo] la suficiente confianza para no ocultarles la pena más grande mi vida"; la pena "más grande de su vida" no era otra que la relación erótica de Cristina, la hermana más querida, con Diego, a quien, dice, ha dado todo y por quien se ha sacrificado en todo. En el segundo caso, en junio de 1940, cuando ha pasado algún tiesmpo de su separación, dice a Diego en una carta que no ha podido pintar en varios meses: "He sufrido lo indecible y mucho más ahora que te fuiste." Diego y Frida se vuelven a casar en diciembre de 1940; a partir de allí, la vida abierta se abre más, y los agarrones de órdago, las reclamaciones por las amantes del pintor, las recriminaciones múltiples, disminuyen en buena medida. El amor funciona bien, escribe Frida al matrimonio Wolfe en 1944, porque hay entendimiento recíproco "sin detrimento de la libertad" para ambos. Se han eliminado del todo los celos y los malentendidos.

La posición política de Frida fue siempre una extensión de la de Diego. Fue una mujer, no de ideas, sino de sentimientos políticos y por mucho tiempo fue, en este sentido, como puede confirmarse en varios momentos de Escrituras, una caja de resonancias de Diego. En todo lo que dejó escrito, por ejemplo, no hay una sola línea que muestra sus lecturas de Marx y de los clásicos del marxismo, y más, ni siquiera de un libro de política. Su marxismo fue de oídas: lo que oyó en los círculos políticos de los amigos de Diego y en pláticas con sus amigos de izquierda. Diego la formó y a Diego defendió políticamente desde principios de los treinta, pese a los tremendos cambiazos ideológicos de Diego, que lo mismo iba del comunismo al trotskismo al almazanismo (si hay una corriente así) y regresaba al estalinismo. Los enemigos políticos de Diego eran los suyos y dejaban de serlo si Diego se reconciliaba con ellos. Por Diego explotó en 1933 contra Siqueiros a causa de un artículo agresivo, por Diego abominó de los estalinistas, por Diego recibió en su casa a Trotski, a quien le dedicó un autorretrato, de quien se dejó flirtear, pero acabaría como sospechosa de connivencia en el asalto a la casa del revolucionario ruso por Siqueiros en mayo de 1940.

Hacia 1953 Frida tuvo el carnet del Partido Comunista Mexicano. El colmo: ella, que fue antiestalinista, dejaría en uno de sus últimos cuadros un mediocre retrato de Stalin. Hay hechos de nuestra izquierda que a menudo no son fáciles de entender. ¿Cómo Frida podía pertenecer en esos años al Movimiento Pacifista, que buscaba frenar la carrera armamentista de los Estados Unidos y la urss, y ser en ese momento comunista y simpatizar con la urss?

Pero más allá de eso, lo que nos interesa, lo que permanecerá como antorcha ardiente en el recuerdo de las generaciones, son la mujer valiente, que moría por vivir, y la gran artista, quien pintó al menos una docena de obras magistrales, que despiertan en nosotros una simpatía dolorosa, una mujer y una artista que entenderíamos mucho menos si no hubiera sido por los múltiples rescates e investigaciones que ha hecho nuestra mejor crítica de arte, mi amiga desde hace veinticinco años, Raquel Tibol •


 R E L A T O


El otro Levi es él mismo

Leo Mendoza

Primo Levi, 
Última navidad de guerra
Muchnik Editores, 
España, 2001.
Primo Levi, el autor de Si esto es un hombre –uno de los libros testimoniales más desgarradores y lúcidos en torno a los campos de concentración–, dejó al morir un puñado de cuentos y de relatos reunidos en un libro póstumo: Última navidad de guerra. Recientemente, el volumen fue vertido al español por Miquel Izquierdo y publicado bajo el sello de Muchnik Editores.

En vida, Levi publicó tres libros de relatos: Historias naturales, Vicio de forma y Lilit y otros relatos. El grueso de su obra lo constituye el testimonio y la novela, que en muchos casos es también testimonial. Sin embargo, desde muy joven Levi se sintió atraído por el relato –racconto en italiano–, pero no fue sino hasta su vuelta del Lager –lo que cuenta excepcionalmente en La tregua– que publicó bajo seudónimo algunos de sus relatos como si quisiera dejar diferenciada su vocación cuentística del brutal y estremecedor testimonio de sus días en el campo de exterminio, como también quiso diferenciar su trabajo literario de su vida como director de una fábrica de pinturas.

Para algunos críticos el Levi narrador se encuentra muy por debajo del puntilloso memorista capaz de recordar todos y cada uno de los días transcurridos en Auschwitz, los más nimios detalles a sabiendas de que sobre aquel horror no puede haber olvido. Y aún así, miente: él mismo confesó que entre lo que cuenta y lo que sucedió hay una gran diferencia.

Sin embargo, para Marco Belpoliti –sin duda su mayor estudioso, y quien no sólo cierra con un ensayo la edición de Última navidad de guerra sino que también ha recopilado las más reveladoras entrevistas y conversaciones con Primo Levi–, el escritor es antes que nada un contador de historias que hilvana sus obras a partir de pequeños capítulos, un Narrador nato, que se ve a sí mismo como un artesano que cuenta su vida y en cuya vida tienen cabida múltiples oficios. 

Como libro póstumo, Última navidad de guerra presenta diversas vertientes reunidas azarosamente que, sin embargo, nos dan una idea muy precisa de los diversos temas que Primo Levi exploró quizá con la idea de un nuevo libro de relatos: las entrevistas del reportero con los insectos siguen por supuesto un patrón definido y de alguna manera son como fábulas contemporáneas sin moraleja alguna –y a decir de Belpolti se conectan con el oficio de fabricante de insectos de alambre al que Levi dedicó buena parte de su vida.

Y por supuesto que en un libro así el testimonio no podía faltar: diversos relatos en torno a la vida en el Lager, tanto en una pequeña venganza contra una de las jóvenes que trabajaban en el laboratorio donde Levi prestaba servicio, como la historia de unas galletas que Alberto y Primo defienden del hambre de sus otros compañeros de infortunio. Levi recuerda muy bien cómo el contagio involuntario de escarlatina al cambiar diversos tubos de ensayo por un plato de sopa le permitió sobrevivir al quedarse en el campo mientras su amigo se marchaba con los prisioneros sanos hacia una muerte segura. Y otros de estos testimonios dan cuenta de cómo, por extrañas casualidades de la vida –que algunas veces son ley–, Levi se reencontró con un químico alemán que trabajó en el Lager y conoció a los familiares de uno de sus compañeros de cautiverio.

En el libro, quizá por vez primera, podemos leer recuerdos de la infancia y de la adolescencia de Levi: tanto su efímero paso por la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional para tratar de evadir el reclutamiento militar, o bien la búsqueda de renacuajos de dos pequeños, o los afanes constructivos del niño Primo empeñado en conquistar el corazón de una niña mediante un elaborado meccano.

La forma como Levi cuenta sus recuerdos es realmente absorbente y quizá lo mejor del libro, aun cuando algunos de los cuentos que conforman esta recopilación nos muestran que la obra de Levi iba mucho más allá del testimonio: uno de mis favoritos es "La gran mutación", la historia de cómo nacen alas en las espaldas de los niños e incluso de los adultos; pero también encontramos cuentos que tienen como tema una humillación que por momentos nos recuerda a Kafka en ese breve y angustioso texto titulado "Fuerza mayor".

Última navidad de guerra aparece así como un muestrario de los múltiples caminos que siguió la prosa de uno de los testigos imprescindibles del siglo xx: Primo Levi, judío de Turín, nacido en 1919 y muerto por voluntad propia en 1987 •



FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
CORRESPONDENCIA
• España en el recuerdo y la esperanza, Alfonso Reyes-Antonio Rodríguez Luna, Correspondencia. 1940 y 1941, Alberto Enríquez Perea (compilación, introducción y notas), Biblioteca de textos recuperados, Diputación de Córdoba/El Colegio de México, Barcelona, España, 2001, 47 pp.

CRÓNICA
• La crónica inmediata de Emmanuel, Jorge Paniagua, Editorial Producciones, México, 2001, 393 pp.
• Memorias de un comunista, René Avilés Fabila, Col. Grandes autores, Nueva Imagen, México, 2002, 166 pp.

ENSAYO
• Internet y desarrollo regional, Óscar F. Contreras y Ana Lucía Castro Luque (coordinadores), Col. Cuadernos. Cuarto creciente, 8, El Colegio de Sonora, México, 2001, 143 pp.

ENSAYO (LITERARIO)
• La especie humana puesta a prueba en los campos. Reflexiones sobre Robert Antelme, Irving Wohlfarth, Col. Ejercicios de memoria, 2, UNAM, México, 2002, 88 pp.

ENSAYO (SOCIOLÓGICO)
• La responsabilidad de los medios de comunicación, Fátima Fernández Christlieb, Col. Paidós croma, 4, Editorial Paidós, México, 2002, 193 pp.
• Las migraciones internacionales, Francisco Alba, Tercer Milenio/ CONACULTA, México, 2001, 63 pp.

NARRATIVA
• Cancún, todo incluido, Carlos Hurtado, Col. Manglar, Numul Editores/ Grupo Regio/ Fundación Oasis/ Universidad del Caribe, México, 2001, 192 pp.
• Crestería, Andrés González Pagés, Gallymatías, México, 2001, 53 pp.
• El gran solitario de palacio, René Avilés Fabila, Col. Grandes autores, Grupo Patria Cultural/ Nueva Imagen, México, 2001, 247 pp.
• La especie humana, Robert Antelme, traducción de Laura Masello, Biblioteca Era, Era/ Ediciones Trilce, México, 2002, 361 pp.
• La pregunta que aclaró el destino y otros textos, Óscar Dávila Michel, Gallymatias, México, 2000, 52 pp.
• Los juegos, René Avilés Fabila, Col. Grandes autores, Nueva Imagen, México, 2001, 271 pp.

MUSEOLOGÍA
• Los museos, Rodrigo Witker, Tercer Milenio/ CONACULTA, México, 2001, 63 pp.

POESÍA
• Basalto, Rocío Cerón, Ediciones sin nombre/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Difocur Sinaloa/ foeca, México, 2002, 70 pp.
• Recordatorio, Brenda Ramírez Cervantes, Gallymatías, México, 2001, 22 pp.

REVISTAS
• Dos filos, núm. 85, enero-febrero de 2002, textos de Sergio Espinosa Proa, Alex Ross, Mempo Giardinelli, entre otros, Dosfilos Editores, México, 45 pp.
• Liberaddictus, núm. 57, febrero de 2002, Roberto García Salgado, José A. Elizondo López, Jesús García Rosete, entre otros, ContrAdicciones, Salud y Sociedad, México, 24 pp.



Convocatoria. La embajada de Polonia y el Conaculta convocan a la XII Bienal Internacional de Artes Gráficas para Niños y Jóvenes 2002, de Torún, Polonia. Yo te cuento sobre mi país y Nuestro mundo en un nuevo milenio, son los temas de la convocatoria. Pueden participar los niños y jóvenes mexicanos de cinco a veinte años de edad. Los trabajos deberán realizarse únicamente en técnica de grabado y en cualquier tamaño. Al reverso deberán ir escritos los datos generales del autor: nombre, apellidos, edad, y en caso de ser niño, escuela donde estudia, dirección y el nombre del maestro. Los trabajos deberán enviarse antes del 25 de marzo de 2002 a: Alas y Raíces a los Niños, Av. Revolución núm. 1877, 2º. piso, col. San Ángel, CP 01000, México, DF. Informes en la Unidad de Exposiciones, Concursos e Intercambios Internacionales y a los teléfonos 5490 9727 y 5490 9600, extensiones 9127 y 9135.

Danza: La Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea presenta el montaje dancístico Por la danza-Por la vida. Las funciones son los días 16 y 17 a las 12:00 y 16:00, y los días 19 y 20 de marzo a las 10:30 horas, en el Teatro Raúl Flores Canelo del Centro Nacional de las Artes ubicado en Río Churubusco y Calzada de Tlalpan, col. Country Club, Metro General Anaya.

Taller de baile popular impartido por el maestro Erick Flores "el Fantasma". La cita es todos los martes y miércoles, de las 18:00 a las 20:00, y los domingos de las 11:00 a las 13:00 horas en el Museo Nacional de Culturas Populares, en los Altos Capilla del Museo. Informes al teléfono 5658 12 65.

Exposiciones: "Expresión virreinal." Fotografías de Alejandra Figueroa. Colección de escultura del Museo Nacional de Virreinato. La cita es en Plaza Hidalgo núm. 99, Tepotzotlán, Estado de México. Informes en la dirección: www.mumavi,imah.gob.mx.

En la Galería Espacio Arte Joven, se presenta "El yo dividido" de Miguel Ángel Cordera. La cita es Colima núm. 179, col. Roma. Informes a los teléfonos 5525 45 00 y 5553 0130.

Presentación. Ediciones Cal y Arena invita a la presentación del libro Devoradores de ciudades. Cuatro intelectuales en la diplomacia mexicana, de Andrés Ordóñez, con la participación de Adolfo Gilly, Carlos Montemayor y Ricardo Pérez Monfort. La cita es el miércoles 20 de marzo de 2002, a las 19:00 horas, en la Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles, Salón Morelos, ubicada en Francisco Sosa núm. 202, Barrio de Santa Catarina, Coyoacán.