Lunes 24 de marzo de
2002 |
Tauromaquia La plaza vacía n Alcalino |
La reciente
temporada "grande" capitalina nos deparó un
abrumador panorama de cemento desnudo, a cambio de media
docena de aceptables entradas y apenas un lleno, el
reservado al 5 de febrero. "Día Nacional del
Villamelón". Fácil sería achacar tal desastre al
montón de carteles opuestos a la lógica más elemental,
pero pesaron también la irritante disparidad de los
encierros -se salvan el bravo sexteto de Rancho Seco y
astados sueltos de Reyes Huerta, Julio Delgado, Xajay,
San Lucas y Teófilo Gómez- y unos precios fuera del
alcance del aficionado común, tradicional sostén de una
fiesta eminentemente popular, convertida en negocio
televisivo y vanidosa pasarela para los adinerados
concurrentes a las barreras de sombra, foco de las
peticiones de oreja más descabelladas y del abandono
radical de cualquier actitud crítica. Una chulada de
público, relativamente contrarrestado por lo que va
quedando de los combativos aficionados de sol, que
tampoco son ya los que en otro tiempo fueron. Muchas orejas, poquísima historia. Para una empresa sin imaginación ni talento, imponer a los "jueces" la gastada consigna de regalar orejas sigue siendo la mayor muestra de audacia promocional, estulticia apoyada por la usual cauda de publicronistas, fácilmente reconocibles por sus hilarantes "comentarios especializados" y su uniforme diatriba contra la "crítica destructiva". Tan pedestre sistema podrá redundar en ingente barata de orejas -las 44 dadas suponen un récord, agrandado por generoso rabo y el indulto del aborregado "Fenómeno"-, pero la tediosa serie de 19 festejos se reduce a unas cuantas faenas, surgidas casi siempre a favor de reses de pobre presentación (así las de Ponce a "Quinito" de Téofilo, El Juli a "Rey de Oros" de Reyes Huerta y Morante a "Charrito" de Julio Delgado, la más fina de todas); mención aparte merece la gran temporada cuajada por El Zotoluco, más torero y templado que nunca (en cuatro presentaciones sumó seis orejas, cuatro de ellas a toda ley); la largura, seguridad y entrega de El Juli (3 corridas, cinco orejas y un rabo), el infatigable despliegue de Rafael Ortega con ganado que las figuras rehuyen (en tres tardes cuatro orejas, tres de ellas de los aparatosos y duros Barralvas) y hasta la tersa faena de Jorge, anterior al impresentable indulto de su segundo toro, perpetrado con la mañosa complicidad del juez Gameros. Entre los jóvenes sobresalió la incipiente garra de Leopoldo Casasola -cuatro orejas en tres tardes, incluida la de su confirmación-, pues Garibay (dos y dos) no mostró mayores progresos y a Jerónimo (dos y una) la empresa lo descartó tempranamente. Algo similar les sucedería a Fermín Spíndola y los españoles Padilla, Caballero y Barrera (todos ellos cortaron una oreja que no sirvió de contraseña para la merecida repetición), mientras Finito de Córdoba devolvía, ante un áspero toraco de Aguirre, el par de generosos apéndices que le obsequió Lanfranchi por torear brevemente de salón a "Coplero" de Reyes Huerta -el más pastueño de la temporada-, Cavazos se despedía en franco ambiente de pachanga, sorprendía a los escasos asistentes la sobria madurez de Manolo Mejía -la excepción fue Gameros, que le regateo merecido apéndice- y Hermoso de Mendoza (tres auriculares en dos tibias actuaciones) se quedaba sin torear el 5 de febrero en beneficio de Ponce, una vez roto unilateralmente por la empresa el compromiso adquirido con anterioridad. Lo cual remite irremediablemente al oscuro pleito de Herrerías con Martín Arranz que finalmente marginó a José Tomás, principal aliciente de la coja cartelería, abundante en parches tan incomprensibles como Paco Ojeda o los rejoneadores Carredano y González Porras (impuesto por el inevitable Ponce), o repeticiones tan injustificadas como las de Miguelito Espinosa y Federico Pizarro, en calidad de pegotes de aquellas insufribles corridas de ocho toros, planeadas para ofrecer cabida en un cartel a dos hispanos. |