Horacio Labastida
Enmienda Platt rediviva
La lucha por su independencia de España se retardó con respecto a la que emprendieron las otras colonias castellanas. El crecimiento y diversificación del comercio junto con la expansión de la producción azucarera generaron en Cuba un bienestar que explica la ausencia, en la primera mitad del siglo xix, de un enérgico espíritu de rebelión contra el dominio hispano. Sin embargo, el bienestar no abarcó a estratos medios ni a siervos ni a esclavos de la época, cuyos declinantes niveles de vida aumentaban la incomodidad de vastos sectores de la población. No se olvide que a pesar del señalado boom, las revueltas de los afroisleños dejaron registros sangrientos en 1810, 1812 y 1844, y en esta atmósfera atormentada multiplicaríanse las injusticias, pues la centralización de los ingenios generaba el despojo de campesinos libres y la quiebra sin fin de pequeñas y medianas industrias.
Las torpezas de la política española en los años que separan el reino de Isabel II y Alfonso XII, incluidas las agitaciones que acompañaron a Amadeo I y la primera República entre 1870 y 1874, provocarían el descontento de los criollos, al grado de rechazar no pocas propuestas de las autoridades peninsulares, porque el conjunto de las medidas imperiales restringía severamente el desarrollo cubano. Y en este clima acunaríase una conciencia opuesta al mandato real. La primera revolución surgió en Yara, un pequeño poblado de la provincia de Oriente, en octubre de 1868, iniciándose la llamada Guerra de Diez Años, en la que participó Antonio Maceo, el Titán de Bronce, que posteriormente se unió al heroico José Martí. La guerra concluyó con el Pacto del Zanjón (1878), en el cual conviniéronse ventajas a la población rebelde a cambio de renunciar a la independencia; dos años después se decretó el fin de la esclavitud, conquista trascendental del pueblo cubano.
La violencia produjo gravísimos daños en los ingenios y tierras azucareras, así como una crisis financiera que impidió la pronta restitución de la economía, y este vacío se vio colmado por inversionistas estadunidenses suplentes de la aristocracia criolla arruinada y apoyados por su gobierno. La crisis de los años noventa en el siglo xix golpeó severamente a Cuba. El alza de tarifas estadunidenses a la importación del azúcar y la condición monoproductora de la isla, acarrearon el derrumbe que agudizó la conciencia ciudadana contra una España regida torpemente por María Cristina y el infante Alfonso XIII: renació así un espíritu libertario encauzado, hacia 1892, en el Partido Revolucionario Cubano de José Martí y un importante grupo de emigrados en Nueva York. Martí izó la bandera en nombre de Cuba y Puerto Rico, se procuró el apoyo de los revolucionarios Antonio Maceo y Máximo Gómez y logró desembarcar en Cuba en abril de 1895, muriendo poco después en un encuentro con patrullas españolas, acontecimiento éste que marcó el sendero seguido 61 años después por los guerrilleros del Granma.
La muerte de Martí encendió el movimiento revolucionario que puso en jaque a España, a pesar de la contrainsurgencia implantada por el comandante español Valeriano Weiler; su fracaso decidió a la regenta María Luisa a favor de una autonomía que nunca floreció, porque el gobierno estadunidense de McKinley, atendiendo las quejas de las subsidiarias de su país, preparó la intervención en Cuba, justificada en la oscura explosión del barco estadunidense Maine (febrero 15 de 1898), anclado en el puerto habanero. La agresión al barco fue atribuida a España y el Ejecutivo obtuvo autorización del Congreso para declarar una guerra que los revolucionarios vieron con profunda desconfianza. Sabían bien que Estados Unidos no buscaba la libertad de Cuba, sino el adueñamiento del país, y esta convicción se vio acreditada cuando la Casa Blanca debilitó las enmiendas Turpie-Foraker y Teller, que propiciaban el reconocimiento de la beligerancia cubana y la prohibición anexionista. El éxito estadunidense arrancó la máscara. En París se firmó la paz con España sin consultar a los cubanos, y Estados Unidos inició la primera ocupación de la Perla del Caribe (1899-1902) con resultados desastrosos. Durante el gobierno del intervencionista general Leonard Wood se congregó la convención ad hoc sancionadora de la Constitución republicana de 1901, ley suprema agregada tres meses y medio después con la enmienda que patrocinó el senador Orville H. Platt, que entregó la soberanía de Cuba al Tío Sam. La Enmienda Platt fue derogada en 1934, porque Cuba ya dependía totalmente de Estados Unidos, servidumbre apuntalada en las dictaduras de Gerardo Machado (1925-1933) y Fulgencio Batista y sus marionetas (1934-1959).
ƑPero en realidad está derogada la Enmienda Platt? El intervencionismo escondido en la reciente conferencia de Monterrey, Ƒno prueba que tal enmienda vive y colea en Latinoamérica?