En Broadway
"Jesucristo, indocumentado y terrorista"
DAVID BROOKS Y JIM CASON CORRESPONSALES
Nueva York, 29 de marzo. Jesucristo "apareció" en Broadway, en medio de esta ciudad, acusado de "ilegal" y como sospechoso de ser "terrorista". Fue crucificado en la punta de la isla de Manhattan, desde donde atestiguó el hecho la Estatua de la Libertad.
Jesucristo cargaba su cruz y los soldados del imperio lo azotaban a cada paso. "Es mexicano e inmigrante. Está buscando trabajo, llamen a la migra", gritaba, en inglés, uno de los soldados romanos que lo llevaban a su destino. El diablo caminaba detrás, gritando: "Camina, mojado, depórtenlo".
Una vez más los indocumentados mexicanos salieron de la sombra, entre los rascacielos de esta ciudad, para demandar dignidad y amnistía.
Se presentaron primero frente al edificio del gobierno federal, donde se ubican las oficinas del Servicio de Inmigración y Naturalización, y avanzaron por Broadway. Pasaron por la alcaldía y al lado del gran hueco neoyorquino, el sitio del World Trade Center. Esta fue la quinta ocasión que se celebró el "Vía Crucis de los inmigrantes", organizado por la Asociación Tepeyac de Nueva York, agrupación defensora de los mexicanos y latinos radicados aquí.
Unos 200 mexicanos participaron en la procesión, organizados por comités de diversas partes de la ciudad: Harlem, Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island, entre otras. Caminaron detrás de Jesucristo, de los soldados romanos, de María y de dos criminales marcados como "terroristas", que serían crucificados. Llevaban tres cruces marcadas con las palabras "explotación", "racismo" e "injusticia".
Entre los participantes estaban trabajadores que habían perdido su empleo por el atentado del 11 de septiembre, y también familiares de mexicanos que murieron ese día.
"Venimos a Nueva York para que nos entreguen una urna simbólica y para intentar obtener un certificado de defunción", explicó Francisco López Ruiz a La Jornada.
El y Nora Molinar llegaron de Oaxaca para tratar de esclarecer qué pasó con su hijo, Fernando Jiménez, quien trabajaba en una pizzería en un lugar cercano a las Torres Gemelas. Desapareció el 11 de septiembre.
El joven se fue hace cinco años, pero mantuvo contacto constante con su madre, para sólo dejar silencio después del 11 de septiembre. Ahora nadie puede confirmar dónde trabajó, ya que los patrones aparentemente no desean arriesgarse legalmente al confesar que contrataron a indocumentados. "No venimos por una recompensa ni por dinero. No nos han dado nada. Sólo queremos saber qué paso. La intención es más espiritual", afirman los padres.
"Arriba, abajo, la migra al carajo", co-rean los manifestantes ante las oficinas federales. "Aquí estamos y no nos vamos. Si nos echan, regresamos", repiten. "Zapata vive, la lucha sigue, sigue", entonan. La virgen de Guadalupe pasa, mientras pancartas y coros demandan amnistía.
"No aceptamos ser esclavos modernos", plantea una pancarta. Otra dice en inglés: "Trabajamos tu tierra, construimos tus casas, cocinamos tu alimento. Queremos lo que merecemos". Una mujer afroamericana se detiene, lee el mensaje, y comenta: "A ésta sí le entiendo".
La procesión pasa al lado del gigantesco hueco del World Trade Center. Un trabajador de la construcción, con casco y herramientas, cruza la calle para preguntar de qué se trata la marcha. Un participante le explica y el trabajador responde: "Yo también soy inmigrante. Todos somos inmigrantes, y todos merecemos una oportunidad. Estoy contigo", dice, y le envía un saludo a Jesucristo.
Varios comentan, durante el camino, que se ha empezado a desvanecer la esperanza que despertó el gobierno de Vicente Fox, en el sentido de que habría algún cambio, y que las promesas han quedado incumplidas. Otros afirman que las cosas están peor que nunca, especialmente después del 11 de septiembre -falta de empleo, apoyo y más racismo y hostigamiento.
En cada estación de la cruz se da lectura de un testimonio, de la experiencia de los inmigrantes indocumentados aquí, de arrestos, deportaciones, falta de acceso a servicios de salud, violaciones a derechos laborales y humanos. De racismo. De cómo todo inmigrante ahora puede ser sospechoso de "terrorista", bajo las nueves leyes estadunidenses, del maltrato y de la explotación que se permite por ser indocumentado.
En la décimo primera estación, cuando Jesús es clavado en la cruz, la lectura, en voz alta, dice: "Clavados en la cruz por las leyes de inmigración. Para los gobiernos de nuestras naciones de origen no existimos. No quieren saber de nuestras necesidades, ni allá ni aquí. Los gobiernos se hacen sordos, ciegos y mudos ante nuestra situación de sufrimientos. Los patrones nos tienen clavados al trabajo. Nos sentimos abandonados, indefensos, desunidos, desorganizados para defendernos. Casi vencidos. Nos faltan fuerzas para reclamar y demandar justicia. Muchas veces estamos a punto de gritar como Jesús: padre, por qué me has abandonado".
Pero durante más de dos horas hay un grito que retumba contra los rascacielos antiguos de la punta sur de esta ciudad, pasando por Wall Street, por el mero centro del mundo financiero, lanzado por voces de los invisibles de esta metrópoli: "El pueblo, unido, jamás será vencido", y "se siente, se siente, la raza está presente". "Aquí, y allá, la raza triunfará."
Una vez más las voces -ahora en español- de los indocumentados se levantan en esta ciudad de inmigrantes, en este puerto que ha visto llegar a chinos, rusos, irlandeses, italianos, árabes, africanos, caribeños -o sea, representantes de toda la humanidad. Hoy, de cierta manera, se celebró el hecho de que todos ellos permiten la resurrección cotidiana de esta ciudad.