Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 30 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Cultura

Vilma Fuentes

ƑEncontraría a La Maga?

Conocí a Ugné Karvelis en 1975. Alta, rubia, con el cigarrillo eternamente entre los labios delgados, Ugné era ya parte de la mitología latinoamericana en París. Lo que yo no podía saber es que lo era también de la constelación de lejanos países baltos y, más extraño aún, de la de pueblos perdidos entre fronteras recientes en los confines orientales de Europa.

Ugné se movía sin tropiezo entre países reales, naciones desaparecidas y pueblos errantes. No podría decir que pasaba con facilidad las fronteras más tangibles como las imaginarias, puesto que vivía entre ambas, viajando sin cansancio, instalándose sin vacilación en los lugares más reales como en lo invisible. De la misma manera, pasaba de una lengua a otra, de una lógica a otra: capaz de hablar con el hombre más sensato y de responder al delirio más agudo sin vacilaciones.

Ugné se carcajeaba leyendo a Fedor M. Dostoievsky en ruso, corregía pruebas de galera en francés, inglés, alemán o checo, traducía del griego, hablaba español con el acento de cada país latinoamericano, me indicaba el sentido de una frase de Virgilio. Soñaba, a veces, en lituano. Me dio el gusto de traducir mi primera novela, La Castañeda, al francés.

En 1975, Ugné tenía apenas 40 años, pero no aparentaba su edad ni ninguna otra. Al morir, al alba del pasado 4 de marzo, su fecha de nacimiento inscrita en la esquela mortuoria sorprendió a unos, desconcertó a los otros. Como si Ugné viniese de tiempos inmemoriales. Como si fuera eterna.

Comenzaba, en ese verano de 1975, lo que Ugné llamaría su ''travesía del desierto''.

Fueron, en efecto, años de crisis pero no de soledad. Numerosos amigos, verdaderos, siguieron poblando su departamento, sus tardes, su entusiasmo. Nunca la vi decaer, siempre dispuesta a afrontar y a vencer.

Creo haber sido la más asidua de sus visitantes durante esos más de 10 años. Después, aun cuando hubiesen pasado tres semanas o dos meses sin un telefonazo, eran inútiles las palabras, a pesar de su cascada. Ugné sabía -o adivinaba- todo de mí y a veces yo de ella.

Ese ''todo'', el de ella, tan rico, pero tan pobre cuando se pretende traducirlo a la palabra, Ugné me lo contó, me lo analizó, me lo inventó muchas noches. Los lejanísimos recuerdos de los caminos y el cielo de Lituania. Su primera formación por preceptores jesuitas, excepcional para una niña, que daría a su alta inteligencia el matiz de la lógica masculina.

El destierro obligado de su padre, ministro, a Alemania, con su mujer y su hija. La huída del nazismo a Francia, a donde Ugné llega adolescente. Ciencias políticas, colaboración con Jean Daniel, director del Nouvel Observateur, Gallimard, donde se ocupará de las literaturas del Este, antes de imponerse también en la selección de las de América Latina.

Descubrí, entonces, poco a poco, que no era ella La Maga. O, más bien, que Cortázar no pudo, no podía ni podría, encerrarla -modelarla, animarla, copiarla, y menos calcarla- en su escritura. Ugné, Proteo femenino, podía pasar por mexicana en México -donde tuvo numerosos amigos- y por argentina en Buenos Aires, conociendo como conoció sus sociedades y culturas, pero era sobre todo un personaje de Dostoievsky o de Bulgakov.

Ugné Karvelis no conoció la nostalgia. Lituania estaba ahí, en el 19 de la calle de Savoie. Si algo había olvidado allá, un listón azul por ejemplo, estaba segura de recuperarlo. Como lo hizo cuando cayó el Muro de Berlín y le cayeron encima las propiedades de su padre. Vender, rentar, dejar al abandono... Tres maneras de evitarse los trabajos de un centro cultural franco-lituano en Vilnius que Ugné llevó al tamaño de un museo, durante el último de sus avatares: embajadora de Lituania ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

En la mitología hay dioses, monstruos, héroes, adivinos, centauros, sirenas, cisnes... Hombres y mujeres sujetos a la fatalidad, a veces desgarrados entre disputas divinas, pero no hay magos -ni magas. Acaso duendes y cronopios. Nunca vi en casa de Ugné esperanza ni famas. Debe habérselas llevado Cortázar cuando se fue.

Pero en 1975 no acababa de irse. Había publicado El libro de Manuel, inspirado en sus juegos con Cristophe Karvelis, su hijo de adopción espiritual.

Cortázar se fue de casa de Ugné, pero ahí se quedaron los cronopios. Me tocó verlos, oírlos reír, platicar, contestar con geniales disparates a Kundera, a Cioran, a Durrell, a Rulfo, mientras Ugné trata en vano de hacerlos callar.

Ugné Karvelis fue, sin duda, una presencia en París y muchas otras ciudades. Es ahora una presencia en todas partes.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año